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– ¿Puedes hacer estas cosas?

Rick se encogió de hombros.

– Acabo de hacerlo. ¿Te sientes mejor?

– Mucho mejor. -Volvió a la cama y le dio un fuerte abrazo de agradecimiento-. Gracias. No sabes cuánto significa para mí lo que acabas de hacer.

Rick no podía decirle lo mucho que ella había llegado a significar para él. No sin ahuyentarla.

– Te acompañaré a buscarla.

– ¿No tienes que trabajar?

– Puedo cambiar el turno con alguien.

Kendall lo miró conmovida.

– Te lo agradezco. Ya sabes que por mucho que te haya dicho que quiero a mi hermana no hemos vivido juntas desde que yo tenía dieciocho años. No sé qué hacer con una adolescente. Y encima rebelde. -Se estremeció ante la enorme responsabilidad que se le venía encima-. ¿Cómo puedo conectar con ella?

– Te ha llamado, ¿no? Ya acabaréis entendiéndoos.

Kendall negó con la cabeza.

– Estoy convencida de que no he sido su primera opción, pero no tenía a nadie más a quien llamar. Tengo la impresión de que cree que paso de ella. No es cierto, pero empiezo a entender que le he dado motivos para pensarlo. -Bajó la cabeza no demasiado orgullosa de sí misma.

Rick le levantó el mentón.

– Kendall, eres su hermana, no su madre. Tú has tenido que lidiar con tus problemas. Ahora puede contar contigo, eso es lo que importa.

Con gesto cariñoso, le pasó la mano por la espalda desnuda, saboreando el tacto de su piel. La intimidad que habían compartido había sido un momento fuera de la realidad, y una adolescente les había hecho volver a aterrizar en ella. Rick se compadecía tanto de Kendall como de Hannah. Odiaba no poder disfrutar del tiempo que había pensado pasar a solas con Kendall, pero no iba a dejarla en la estacada, y pensaba ayudarla en los momentos difíciles.

Ella le dedicó una sonrisa temblorosa.

– Gracias. Supongo que tendré que intentar localizar a mis padres, si es que están localizables, lo cual es poco probable. Están de viaje por algún lugar de África.

– Allí no hay teléfonos móviles, ¿verdad?

– No. Lo cual significa que yo soy quien debe responsabilizarse de Hannah. -Exhaló un suspiro-. Y le he prometido que no volvería a mandarla a Vermont Acres, así que tendré que tantearla y ver a qué tipo de escuela le gustaría ir cuando empiece el curso que viene.

– Me parece un buen plan, dado que tú no quieres atarte a nada ni a nadie.

Kendall irguió la espalda y lo miró fijamente.

– ¿Qué insinúas?

Rick negó con la cabeza.

– Nada. -Mira que era bocazas-. Sólo que quedarse en Yorkshire Falls es otra posible solución al problema de Hannah.

– Oh, no. -Negó con la cabeza-. No. La ciudad de Nueva York ha sido mi último domicilio fijo durante un tiempo. -Apartó la mirada al hablar, incapaz de mirarlo a los ojos.

¿Porque estaba resistiendo el impulso de quedarse? Era en lo que Rick confiaba. Porque en algún instante de aquella noche, a pesar de sus buenas intenciones, se había enamorado perdidamente de Kendall Sutton. Mierda, ¿por qué engañarse? Se había enamorado de ella en cuanto la había visto con el traje de novia junto a la carretera.

Con la llegada de su hermana, a Rick se le presentaba la oportunidad de convencer a Kendall de que Yorkshire Falls era su hogar y de que el pueblo resultaba el lugar ideal para que Hannah fuera al colegio y sentara la cabeza. «Sueños.»

Más valía que empezara a erigir de nuevo sus muros si quería salir de ésa con el corazón intacto.

Kendall creía que los adolescentes hablaban sin parar, pero el silencio del coche resultaba ensordecedor. En cuanto Hannah había bajado del autobús y eludido su intento de abrazarla, Kendall se había dado cuenta de que tenía un problema entre manos. Cuando Hannah miró a un Rick uniformado, Kendall pensó que había cometido un grave error al dejar que la acompañara en su primer encuentro.

– ¿Para qué viene este poli? -había preguntado su hermana con el tono más desdeñoso posible.

– No es «este» poli, es mi… -Kendall se había quedado callada. Rick era policía, pero no estaba allí por algo que Hannah hubiese hecho. Y Kendall, que no tenía ni idea de cómo clasificar su relación con Rick para sus adentros, mucho menos podía hacerlo ante su hermana de catorce años. Optó por lo que se consideraba un término positivo.

– Novio.

– Oh, qué asco.

– Hablando de asco, ¿qué te has hecho en el pelo?

Hannah se cogió uno de los mechones color púrpura ondulados.

– Es guay, ¿verdad?

Morderse la lengua no le había resultado fácil, pero Kendall lo había logrado. No podía permitirse el lujo de alejar a su hermana todavía más. Ahora volvían a Yorkshire Falls en silencio, aparte de los globos que Hannah no paraba de hacer con el chicle.

– ¿Y qué se puede hacer en este pueblo?

Kendall se volvió hacia Hannah y miró a Rick, que conducía.

– ¿Rick? Tú lo sabes mejor que yo.

Rick la miró con una mano en el volante.

– A los chicos les gusta ir a Norman's y además hay un viejo cine y una piscina.

Hannah entornó los ojos.

– ¿Ves lo que pasa cuando le preguntas a un poli adonde ir? Para eso mejor me quedo en casa.

– Dar las gracias resultaría más adecuado que quejarse -le espetó Kendall-. De hecho esperaba enseñarte a trabajar con cuentas o, si eso no te interesa, podríamos hacer unos cuantos bocetos juntas.

Hannah se limitó a mirarla con recelo, como si no confiara en que Kendall quisiera hacer algo con ella. Bueno, pues tendría que convencerla.

– He visto tus ilustraciones y sé que tienes talento.

– Lo que tú digas.

Hannah habló con indiferencia, pero se quedó mirando fijamente a Kendall, lo cual le hizo pensar que lo que su hermana pequeña necesitaba era tiempo y paciencia para entrar en razón.

– En cuanto hagas amigos, te lo pasarás bien -le aseguró Rick a Hannah-. Puedo presentarte a gente de tu edad.

Kendall le dedicó una mirada de agradecimiento.

– Mientras no sean unos capullos -espetó Hannah, y se recostó en el asiento con los brazos cruzados encima del top exageradamente corto. Además de sobre el pelo, Kendall se había mordido la lengua con respecto a la vestimenta de su hermana. Pero no cabía la menor duda de que parecía una aspirante a Britney Spears o a Christina Aguilera.

Rick aparcó delante de la casa.

– Ya hemos llegado.

Hannah se incorporó y se agarró al reposacabezas del asiento de Kendall para mirar mejor por la ventanilla delantera.

– ¿Tía Crystal vivía aquí?

– Sí, antes de tener que mudarse a una residencia.

– Es enorme.

Su hermana abrió unos ojos como platos, lo cual hizo que Kendall vislumbrase a la niña que recordaba, distinta a la adolescente airada que acababa de recoger en la estación de autobuses.

– Estamos en la casa de invitados de la parte trasera. -Kendall esperó que la noticia no estropeara la emoción espontánea de Hannah.

– ¿Una casa de invitados? ¡Qué guay! -Abrió rápidamente la puerta trasera pero se volvió sin salir aún del coche-. ¿Y quién vive en la casa principal?

Antes de que Kendall tuviera tiempo de responder, Pearl y Eldin bajaron a recibirles por el camino de entrada; Pearl con su mejor bata de estar por casa y Eldin con el mono y la gorra manchados de pintura.

– ¿Me estás tomando el pelo? -Hannah salió rápidamente del coche y se quedó mirando a Pearl, que bajaba cada vez más rápido.

– Oh, Eldin, mira -dijo Pearl señalando a Hannah-. La otra sobrina de Crystal.

Le dio un fuerte abrazo a Hannah y luego la apartó para observarla mejor. Kendall miró a Rick e hizo una mueca mientras él movía la cabeza y gemía.

– Espero que Hannah no suelte una de las suyas -musitó Kendall.