– Con el agente Rick Chandler, por favor. Es urgente.
Tamborileó con los dedos la mesita de noche mientras esperaba.
– Agente Chandler al habla.
La voz de Rick la alivió.
– Rick, soy Kendall. Hannah se ha llevado mi coche. Sólo tiene catorce años. No sé si tiene carné y no quiero que tenga un accidente o que provoque uno, tampoco sé adonde piensa ir. Me refiero a que aquí no conoce a nadie. -Kendall se pasó la mano por el pelo, presa de la frustración-. Yo tampoco conozco a nadie en el pueblo. Bueno, conozco a más gente que Hannah pero…
– ¡Kendall, basta! -La voz severa de Rick la hizo callar.
– Lo siento. -Parpadeó y se sorprendió al darse cuenta de que una lágrima le resbalaba por la mejilla-. Lo siento. Se ha encerrado en su cuarto toda la noche. Pensaba que se quedaría ahí. No se me ocurrió guardar las llaves del coche. Sólo tiene catorce años…
– Yo me encargo del asunto, ¿entendido?
Kendall sorbió por la nariz y asintió sin darse cuenta de que él había colgado sin esperar a que ella le contestara. Lo cual estaba bien. Necesitaba que Rick fuera a buscar a Hannah, no que la consolara. Y cuando trajera a su hermana sana y salva, Kendall la estrangularía.
Lo primero que haría por la mañana sería ir a la librería o a la biblioteca y conseguir una guía para educar a adolescentes rebeldes.
Capítulo 8
Rick acababa de dar por finalizada la jornada cuando le llegó la llamada urgente de Kendall. Aunque había decidido blindar sus emociones con respecto a ella, nunca se había planteado mantenerse alejado físicamente. Se lo pasaba bien con ella y le gustaba.
Recorrió el pueblo no con el coche patrulla sino con su vehículo particular en busca del Jetta rojo de Kendall. Aunque no conocía bien a Hannah, se daba cuenta de que estaba llena de ira, y en el curso de DARE había visto muchos ejemplos de ello. Bajo ningún concepto permitiría que Kendall y Hannah se fueran separando hasta el punto de que les resultara imposible salvar la distancia entre ellas.
Como no sabía por dónde empezar, recorrió First Avenue y, al ver que no la encontraba, amplió la búsqueda a las calles cercanas a Edgemont, de donde Hannah había salido. La escuela primaria estaba situada a una manzana y media de la casa de Crystal, donde ahora vivía Kendall, y no le sorprendió ver el solitario coche rojo estacionado en diagonal entre dos plazas cuando entró en el aparcamiento.
Aparcó junto al Jetta y salió. El único indicio de que era policía era la linterna que extrajo de la guantera. La encendió y describió círculos con el brazo para iluminar la zona que rodeaba el colegio. Se detuvo cuando vio movimiento colina abajo, junto a los columpios. Al parecer, Hannah todavía tenía mucho de niña.
Rick pensaba apelar a esa parte de ella. Quería que le diera una oportunidad a su hermana mayor.
Inspiró profundamente mientras caminaba por el montículo cubierto de hierba en dirección al columpio. Le invadió el olor a hierba cortada y rocío que le trajo recuerdos de sus años escolares y sonrió ante esa evocación agradable antes de ponerse manos a la obra.
– Hola, Hannah -saludó, para que no creyera que era un desconocido y se asustara. No es que pensara que ella considerara a Rick un buen amigo o confidente, pero por lo menos con él estaba a salvo.
– ¿Qué quieres?
Enfocó con la linterna la zona que los separaba.
– Creo que es obvio. Llevarte a casa.
– ¿Y a ti qué más te da? -Siguió columpiándose al mismo ritmo, impulsándose con las piernas, como una niña pequeña y despreocupada.
Pero Rick tenía la corazonada de que hacía tiempo que no se sentía ni pequeña ni despreocupada.
– Porque soy amigo de la familia y tu hermana está inquieta por ti. Tan inquieta que me ha llamado.
Hannah dejó escapar un bufido, pataleó en la tierra y paró el columpio.
– Yo diría que lo que le preocupa es que estrelle el coche.
– No me ha dicho nada del coche, Hannah. Podría haber dado parte de que se lo habían robado y en ese caso me habría visto obligado a llevarte a comisaría. -Aunque teniendo en cuenta que conducía sin carné y sin tener la edad legal para conducir, debería llevársela a comisaría de todos modos.
– Pero ha llamado a la policía.
Rick negó con la cabeza.
– No. Me ha llamado a mí. -Hizo hincapié en la diferencia-. Ella confía en mí y tú deberías seguir su ejemplo. -Se sentó en el columpio junto a ella.
Hannah se volvió para mirarlo, con los ojos entrecerrados.
– Sólo tengo catorce años. ¿No vas a detenerme por conducir sin carné? -preguntó, poniéndolo a prueba.
A pesar del tono desafiante de su joven voz, Rick también captó un atisbo de temor. Era un sentimiento que comprendía, que le hacía tener ganas de abrazarla y tranquilizarla, pero no podía. Sólo podía hacerlo su hermana.
Así pues optó por ganarse su confianza.
– Podría arrestarte, pero no voy a hacerlo.
– ¿Por qué no? ¿Porque tú y mi hermana estáis enrollados?
Puso cara de asco y reprimió una sonrisa.
– No, porque creo que Kendall se merece la oportunidad de entenderse contigo.
– O sea que vosotros dos no…
– ¿Estamos enrollados? -preguntó él-. Creo que tu hermana y yo nos merecemos un poco de intimidad con respecto a lo que hacemos o dejamos de hacer.
– Interpreto eso como un sí. -Se sorbió la nariz y se secó los ojos-. Lo que sea, me da igual. ¿Dices que Kendall se merece entenderse conmigo? ¿Y yo qué me merezco? Me meterá en otro internado en cuanto tenga una oportunidad.
A Rick se le encogió el corazón al oír sus palabras, no sólo porque sabía que tenía razón, que era lo que Kendall había planeado, sino porque la muchacha necesitaba desesperadamente que le prestaran atención. Necesitaba mucho más de lo que él, una visita a la comisaría o incluso otro internado lleno de desconocidos podían ofrecerle.
Lo irónico del caso era que Kendall necesitaba lo mismo, y como hermana mayor tenía la capacidad de arreglar la situación de ambas. Sólo tenía que darse cuenta y cambiar de opinión sobre su vida errante. Tanto por el bien de Kendall como por el de Hannah, Rick esperaba que Kendall entrara en razón. Eso por no hablar de sus propias necesidades.
Al parecer, Kendall era quien controlaba el destino de los tres,
– ¿Te ha dicho que iba a mandarte otra vez al internado? -preguntó él.
Hannah negó con la cabeza.
– Sólo dijo que no volvería a mandarme a Vermont. Aparte de eso no ha dicho nada más.
– ¿Porque no puede hablar contigo con una puerta cerrada en medio? -preguntó con ironía.
– Supongo. -Hannah no pudo evitar sonreír por primera vez.
Y cuando sonrió, Rick apreció lo guapa que sería algún día, igual que su hermana.
– Pero es porque no me quiere -afirmó Hannah.
– ¿Qué te hace decir eso?
Hannah mantuvo la boca bien cerrada, sin atisbo de sonrisa.
– ¿Y bien?
Miró hacia arriba a través de los párpados húmedos y del largo flequillo.
– Lo sé, igual que tú.
– Yo no sé nada parecido. -Eso podía afirmarlo con absoluta certeza. La preocupación y el amor de Kendall por su hermana resultaban obvios. El hecho de que nunca se hubiera planteado llevarse a Hannah a vivir con ella de forma permanente no significaba que no la quisiera.
Kendall había pensado quedarse algún tiempo y luego marcharse. Si Hannah estaba con ella, probablemente no le quedaría más remedio que quedarse todo el verano. Si era así, Rick pasaría dos meses más con Kendall. Dos meses para que ellas dos se enfrentaran a su pasado y la una con la otra. Kendall en particular tendría que hacer frente a ambas cosas si es que Rick tenía alguna posibilidad de que decidiera quedarse allí para siempre.
– ¿Por qué eres tan amable conmigo? -La voz de Hannah interrumpió sus pensamientos-. Me refiero a que debo de ser un estorbo.