Siempre había sido impulsiva, de ahí que no se hubiese asentado en ningún sitio. Poder hacer las maletas e ir de un lugar a otro según se le antojara le proporcionaba una sensación de curiosa seguridad. Nada ni nadie la atarían jamás. Si la situación le resultaba demasiado sofocante, ella se marchaba. Y aunque nunca había conseguido ningún éxito apabullante, tal vez porque nunca había permanecido en el mismo sitio el tiempo suficiente, había salido adelante económicamente aceptando trabajos de vendedora en tiendas de artesanía donde podía aprender leyendo, observando y escuchando. Tenía pensado hacer lo mismo en Sedona, mientras aprendía aspectos nuevos de su oficio. Pero Arizona no tenía para ella el gancho que había tenido en el pasado. Ya no pensaba en ese lugar con tanto anhelo como antes.
Porque ahora tenía obligaciones. Para ser una mujer que nunca había echado raíces, de repente tenía numerosos vínculos con aquel pequeño pueblo. Era propietaria de una casa y responsable de unos inquilinos que no pagaban un alquiler pero a quienes temía echar. Tenía un pequeño negocio listo para empezar en la tienda de Charlotte y la posibilidad de trabajar más con la cuñada de Rick en Washington D. C. Tenía una hermana necesitada de cariño sin ningún sitio adonde ir y sin nadie en quien confiar aparte de Kendall. Y tenía una relación con un hombre especial.
Un hombre que iba de soltero por la vida pero que le había sugerido que se quedara después del verano y que se había llevado una decepción cuando ella había mostrado sus reticencias al respecto. Era obvio que la mujer que le había dejado le había hecho mucho daño y sabiendo que Kendall pensaba hacer lo mismo, había vuelto a levantar el muro que había erigido el primer día. Kendall odiaba las barreras que los separaban, por mucho que comprendiera la necesidad de tenerlas.
No sabía qué hacer con respecto a nada. La embargó una mezcla de tristeza y frustración hasta que apretó las manos y cerró los puños con fuerza, conteniendo las lágrimas. Acto seguido, tomó aire. Quizá no tuviera ningún plan pero era una luchadora. Encontraría la manera.
Entrecerró los ojos al mirar hacia el sol mientras uno de los chicos rociaba con una buena dosis de agua al agente Rick, como había oído que lo llamaban. Para vengarse, él vació un cubo de agua y los gritos de júbilo resonaron en el ambiente. Hannah estaba en medio de la algarabía y Kendall fue incapaz de reprimir una sonrisa.
A pesar de todos los problemas que la acuciaban en esos momentos, durante su estancia en Yorkshire Falls la vida le estaba yendo muy bien. Mejor que nunca.
Y el hecho de pensarlo le producía un miedo tremendo.
Horas después, Kendall estaba sentada en El Desván de Charlotte con la sensación de ser amiga de ésta y de su ayudante, Beth Hansen, desde siempre. Las mujeres eran abiertas y extrovertidas y en sus conversaciones incluían asuntos de mujeres, lo cual hacía que Kendall sintiera los vínculos femeninos de los que había carecido en su adolescencia.
Ahora se estaba poniendo al día a base de bien. Sabía más detalles sobre Roman y Charlotte, y Beth y su novio Thomas de lo que jamás habría imaginado.
Como tenía el presentimiento de que ella sería el próximo tema de conversación, Kendall siguió sin cambiar de tema a propósito.
– ¿Cuánto tiempo hace que sales con Thomas? -preguntó.
– Hace unos cuatro meses -respondió Charlotte por Beth-. ¿Alguien quiere comer más? -Señaló hacia la enorme ensalada griega que las mujeres habían comprado en el local de Norman, que estaba al lado. Una ensalada que Kendall y Beth devoraban y Charlotte picoteaba.
Como Kendall había llegado justo a la hora del almuerzo, insistieron en que las acompañara y no aceptaron un no por respuesta. Ahora que había pasado una hora, aunque todavía no habían empezado a trabajar, Kendall se alegraba de que la hubieran incluido en su grupito de mujeres.
– Yo no. Ya he comido suficiente -respondió Beth.
– Yo también. -Kendall se levantó y empezó a recoger los platos de plástico.
Charlotte recogió las latas de refresco y una botella de agua.
– No hace falta que recojas.
– Claro que sí. -Como no iban a dejarle pagar, lo mínimo que podía hacer era ayudarlas con el trabajo.
Charlotte se encogió de hombros.
– Supongo que si vas a acabar con Rick, será mejor que te acostumbres a limpiar.
– No voy a…
– Antes Roman lo ponía todo perdido -explicó Charlotte mientras se dirigía a la trastienda con la basura en la mano.
Kendall la siguió y tiró los platos y los tenedores de plástico.
– Hasta que tú le enseñaste, ¿no? -Beth se echó a reír-. Kendall, ¿a Rick se le da mejor eso de hacer de amo de casa?
Al recordar lo limpio y ordenado que tenía el apartamento, Kendall asintió.
– Debe de ser que le sale la vena de policía disciplinado.
– O eso o Wanda estuvo limpiando. -Charlotte se rió-. Lo puse en contacto con mi señora de la limpieza cuando se quedó con mi apartamento.
– Y falta le hace. No puede decirse que Rick sea el hombre más ordenado del mundo -añadió Beth.
– Y Beth sabe de lo que habla. Ella y Rick hace tiempo que son amigos. -Charlotte llegó junto a Kendall mientras volvía junto a la mesita en la que habían comido y que Beth estaba limpiando con un paño-. ¿Verdad, Beth? -preguntó Charlotte.
– Verdad. A diferencia de esas mujeres ridículas que se le echan encima, para mí es un buen amigo. Hace algún tiempo tuve que superar una ruptura y Rick me ofreció un hombro en el que apoyarme. -Beth miró fijamente a Kendall para convencerla de su sinceridad.
Tanto con sus palabras como con sus actos, Beth ejemplificaba lo bueno de Yorkshire Falls, y había conseguido que Kendall la considerara una amiga sincera, no alguien que quisiera provocarle celos.
– Rick sabe cómo ofrecer un hombro. Sus iniciales tendrían que ser SOS -declaró Kendall entre risas.
– En otro tiempo, esa actitud protectora le causó problemas -apuntó Beth.
Charlotte se encogió de hombros.
– Jillian fue una idiota.
– Cierto -convino Beth-. Para empezar, no tenía que haberse casado con Rick. De ese matrimonio no podía salir nada bueno. Sabía que Rick siempre ha tenido debilidad por ella y… ooohh. Lo siento, Kendall. -Beth se sonrojó-. A veces hablo demasiado.
Kendall negó con la cabeza, demasiado fascinada por la información.
– No, no pasa nada. Así aprecio mejor la bondad de un hombre.
– Pero no lo decía para que te sientas mal o te preocupes. Jillian pertenece al pasado lejano de Rick.
Eso esperaba Kendall. Porque el mero hecho de oír que seguía sintiendo algo por su ex mujer era como clavarle un cuchillo afilado en el corazón. Pero no pensaba compartir esa información con sus amigas.
– No hace falta que me convenzas de nada. Rick y yo hemos hecho un trato… -Mientras pronunciaba esas palabras sintió un regusto amargo en la boca.
No sólo porque estaba en deuda con Rick y tenía que respetar su parte del trato, sino porque había empezado a sentirse dueña de él a pesar de haber dicho lo contrario. «Oh, oh.»
Charlotte se echó a reír y Kendall se sobresaltó.
– ¿Qué tiene tanta gracia? -preguntó.
– No sé si se trata de tu expresión o de tu insistencia en que no hay nada serio entre tú y Rick, pero digas lo que digas, vale. Hablemos de negocios.
– Me parece bien. -Aliviada por dejar el tema de Rick, Kendall sacó un maletín de viaje en el que solía mostrar sus diseños y lo abrió encima de la mesa-. Estas son mis joyas metálicas. Por experiencia sé que gustan a mujeres distintas. ¿Qué edad tiene vuestra clientela más joven?
– Veintipocos -respondió Beth-. Algunas madres traen a sus hijas más jóvenes pero la mayoría las llevan a unos grandes almacenes, aquí o en Albany.