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– ¿Queréis cambiar eso? -preguntó Kendall-. Cuando estuve en Nueva York no tenía los contactos suficientes para vender mis joyas en las boutiques modernas, pero conseguí venderlas en el campus de algunas universidades y a las estudiantes les encantaban los conjuntos. Mirad.

Extrajo una bandeja con gargantillas finas hechas de cuentas de cristal importadas de África Occidental que combinaban con unos pendientes largos.

– Éstos se vendían bien.

– Son originales -susurró Beth en tono aprobatorio.

– ¿Qué es eso? -Charlotte señaló un cordón de seda negro que sobresalía de debajo del cajón.

Kendall levantó éste.

– Es una cosa nueva que estoy probando. Collares de cordón de seda trenzado.

– Me encantan. -Charlotte observó las piezas en cuestión-. Y sí creo que a las chicas les encantarán también. -Chasqueó los dedos-. Oh, y sé cuál es el lugar perfecto para ponerlas a la venta. Este fin de semana se celebra la feria de venta callejera. Hablaré con Chase para ver si podemos cambiar el anuncio que pusimos en The Gazette y añadir información sobre las joyas de Kendall. ¿Cuál es tu nombre comercial?

– Kendall's Krafts.

Charlotte sonrió.

– Me encanta la aliteración y ¡estoy segura de que conseguiremos que esto resulte beneficioso para las dos!

Charlotte alzó la voz ilusionada y ni siquiera Kendall fue capaz de silenciar esa emoción.

– Como sabes, no tengo mucho dinero, pero estoy más que dispuesta a pagar una parte del anuncio. -Kendall no podía pagar lo que estaba ofreciendo pero lo consideraba una inversión de futuro.

Charlotte hizo un gesto con la mano.

– Tonterías. Para empezar, Chase no da esa impresión pero es un buenazo con la familia. Y sé que tanto Raina como Chase te consideran parte de la familia. Por Crystal -se apresuró a aclarar-. Pero no se lo digas a nadie, es uno de los privilegios que tenemos los Chandler.

«Los Chandler.» Kendall se estremeció ante la idea, porque le gustaba demasiado ser incluida en ese apellido.

– Bueno, hablemos de la comisión -continuó Charlotte, ajena a la agitación interna que sus palabras habían provocado en Kendall.

Kendall se tomó unos minutos para pensar. Cuando tenía que fijar un porcentaje de comisión, siempre computaba el coste del material, el trabajo y gastos generales, junto con el precio de otros competidores del mercado. En este caso, parecía ser la única persona del pueblo que ofrecía ese tipo de artículos, lo cual suponía una gran ventaja.

Tomó un trozo de papel con la intención de anotar un precio justo que imaginaba que Charlotte querría rebajar pero que Kendall podía aceptar. No obstante, Charlotte garabateó una cifra antes y le pasó el papel.

Kendall bajó la mirada. La cantidad que Charlotte le ofrecía era superior a la que ella había pensado. Arrugó la nariz porque quería protestar. No le cabía la menor duda de que la generosidad de Charlotte provenía en su mayor parte de la relación de Kendall con Rick, algo de lo que no quería aprovecharse. Pero por mucho que odiara reconocerlo, su situación financiera no le permitía protestar, no cuando la oferta de Charlotte era más que justa para las dos.

Kendall sonrió embargada por una sensación de alivio.

– Trato hecho. Veamos. ¿Sabías que sólo dispones de seis segundos para llamar la atención de una posible cuenta? -Emocionada, pasó directamente a la siguiente parte de la propuesta.

– Esa lección sobre ventas tuve que aprenderla rápidamente, sobre todo en este pueblo. -Charlotte rió-. ¿Adonde quieres ir a parar?

Kendall tomó aire para armarse de valor. Nunca tomaba la iniciativa una vez ponía sus artículos a la disposición de una tienda. En la mayoría de los acuerdos, el artista poseía los derechos de propiedad pero no tenía ni voz ni voto en cómo se exponían los productos ni en la venta o promoción de éstos. Tras mucho investigar y tantear el terreno, Kendall había aprendido bien las normas. Pero había algo del entusiasmo de Charlotte que le inspiraba confianza, y una oleada de ideas creativas.

«Quien no se arriesga, no pasa el río», pensó Kendall. Si quería que Charlotte contara con ella cuando abriera la tienda en Washington D. C, tenía que demostrar su valía allí y entonces, en un mercado más pequeño.

– Yo propongo que pongas los collares a los maniquíes. Cambia el escaparate para llamar la atención de la gente y añade los collares como accesorio a juego.

– Hum. Buena idea -le susurró Beth a Charlotte.

– Gracias -repuso Kendall.

– ¿Algo más? -preguntó Charlotte, con el rostro encendido de alegría.

Kendall se encogió de hombros.

– Pues que el rojo y el amarillo son los colores más llamativos. ¿Tienes alguna posibilidad de hacer algo así? -preguntó Kendall, yendo un paso más allá en su intención de dejar huella en Charlotte y en el pueblo. La intención de consolidar su carrera, algo que nunca había esperado en su impulsivo viaje a Yorkshire Falls.

– Charlotte es capaz de hacer cualquier cosa que sea rentable. Mira si no las bragas de encaje del expositor de la esquina. Ella misma las diseña y las tricota. -Beth no disimulaba el orgullo que sentía por su amiga y jefa.

– Por supuesto que sí -reconoció Charlotte-. Y sin duda trabajaré con lo que sugiera Kendall. Tiene tan buen ojo como tú, Beth. Bueno, por mucho que sienta acabar esta reunión tan divertida, necesito ver a mi marido.

– Sólo han pasado… -Beth consultó su reloj-. ¿Cuánto? ¿Tres horas? -Se echó a reír-. Recién casados -dijo, poniendo los ojos en blanco.

Charlotte ni siquiera se sonrojó.

– Oh, ¿acaso tú no vas a ver a Thomas en cuanto cerremos?

Beth se echó a reír.

– Yo no he dicho nada.

– Cuánto os envidio. -Las palabras brotaron de los labios de Kendall antes de que tuviera tiempo de darse cuenta.

Charlotte ladeó la cabeza.

– ¿Y eso? -preguntó realmente interesada.

Aunque hacía poco tiempo que Kendall conocía a Charlotte, le caía muy bien y no podía evitar sincerarse con ella.

– Tú y Beth os conocéis desde hace un montón de tiempo. Os leéis el pensamiento la una a la otra como si fuerais hermanas. -Captó el tono nostálgico de su voz, pero era incapaz de ocultarlo-. Con vosotras me siento como si os conociera de toda la vida. -No obstante, Kendall seguía estando al margen, como siempre había estado.

Entonces Charlotte le dio un caluroso abrazo que derribó las barreras que quedaban.

– Eso es lo que tiene de fantástico este pueblo. Si llegas aquí o regresas de donde sea, automáticamente te conviertes en uno de los nuestros.

– Y es imposible librarte de nosotras. -Beth se rió desde detrás de su amiga.

A Kendall le sorprendió pensar que no le importaba y se le formó un nudo en la garganta. Le devolvió a Charlotte el abrazo y luego retrocedió.

– Y ahora me voy ya a ver a mi marido. -Ahora Charlotte sí se ruborizó-. Vosotras dos ya ultimaréis los detalles que faltan.

Se despidió con la mano antes de irse y después de pasar veinte minutos más con Beth, Kendall también se marchó.

Al salir de la tienda de Charlotte se encontró con el brillo del sol de la tarde. Todavía le quedaba mucho tiempo que matar antes de reunirse con Rick y la adolescente de otro mundo, pensó con ironía.

Con un poco de suerte, el hecho de pasar una tarde con jóvenes de su edad habría suavizado el temperamento de Hannah. Así estaría más contenta y sería más fácil hablar con ella. Aunque Kendall todavía no tenía ni idea de qué decirle para facilitar la relación, tenía ganas de ver a su hermana, y esperaba que el trayecto en coche hasta casa le sirviera de inspiración. Maletín en mano, se encaminó hacia donde había aparcado, calle abajo.

– Hola, guapa. ¿Te interesa pasar una tarde de amor conmigo? -le susurró la voz familiar de Rick desde atrás.