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– Buena idea. Pero no te preocupes. -Raina se inclinó hacia Hannah-. Tú y yo podemos continuar la conversación otro día-. Le dio una palmadita a Hannah en la mano y Hannah no la retiró.

Kendall pensó si las sorpresas no iban a acabar nunca. La clave del corazón de su hermana parecía girar en torno a los Chandler.

– En todo caso, voy a decirle a Rick que os invite a cenar a las dos mañana por la noche. Izzy y Norman se encargarán de la comida y de la limpieza, así que asunto zanjado. Yo no tengo que mover ni un dedo. Vosotras dos traéis al invitado de honor y yo ya he hecho algunas llamadas, que es lo único que puedo hacer para organizar las distintas sorpresas para Rick.

– ¿Qué sorpresas? -preguntaron Kendall y Hannah al unísono.

– Quiero hacer una versión de Esta es su vida. Que Rick recupere los recuerdos de su infancia. -Dio una palmada-. Va a ser divertidísimo.

– ¿Qué va a ser divertidísimo? -Rick apareció y con la típica actitud de policía, no se perdió la conversación ni la oportunidad de interrogar.

– Pues tú cena de cumpleaños, por supuesto. -Raina ni se inmutó.

– Tu madre nos ha invitado a Kendall y a mí a cenar mañana. Qué guay, ¿no? -dijo Hannah a Rick.

A juzgar por el atisbo de fastidio y algo más en su mirada, Kendall tuvo la sensación de que Rick no consideraba que la celebración de su cumpleaños fuera a ser precisamente «guay». Y eso que el pobre pensaba que sólo estaría la familia. ¡Ay cuando viera lo que su madre le había preparado!

Rick recobró la compostura rápidamente y se acercó a la silla de Hannah.

– Será la bomba -dijo y le alborotó el pelo púrpura con la mano.

Kendall se preguntó qué tendría que hacer para conseguir que su hermana se quitara el tinte y llevara su color natural. Pero cuando Hannah se rió tontamente al oír a Rick usando la jerga juvenil, Kendall se dio cuenta de que había cosas más importantes en la vida que el aspecto de su hermana. Como por ejemplo cómo se sentía por dentro. Cuando estaba con Rick, Hannah reía con facilidad y despreocupación, como la niña feliz que debería ser. Kendall notó que el corazón se le henchía en el pecho.

– Estás hecho un Poindexter. -Hannah puso los ojos en blanco mientras se burlaba de Rick, y Kendall volvió a centrarse en la conversación.

Raina y Eric miraron a Rick expectantes, porque obviamente no entendían la referencia.

– Un ganso -explicó-. Trabajar con adolescentes ha ampliado mucho mi vocabulario. -Se rió.

Hannah volvió a reírse y Rick miró a Kendall por encima de la cabeza de su hermana. Intercambiaron una mirada cariñosa, junto con un recordatorio de la intimidad que habían compartido justo antes de que sonara el teléfono en su apartamento.

Ahora Rick tenía el pelo húmedo de la ducha y no se había afeitado. La barba incipiente que había notado ella contra su mejilla añadía un toque sensual a la reacción que le había producido su aspecto sexy y duro. «Más tarde.» Ésa era la idea que parecía transmitirle con sus ojos oscuros. Y cuánto anhelaba estar con él, pensó Kendall.

Pero teniendo en cuenta la fiesta de cumpleaños que le esperaba y que su hermana lo adoraba, Kendall se preguntaba cuándo tendrían la oportunidad de retomar lo que habían dejado a medias.

La mañana después de que Raina les informara de la fiesta sorpresa para Rick, Kendall recorría el desván donde trabajaba de un lado a otro mientras Hannah hacía globos con el chicle y rebatía todas las propuestas de regalo de cumpleaños que le sugería Kendall. Tenían que pensar en algo antes del atardecer, antes de recoger a Rick para lo que él pensaba que sería una cena familiar en casa de su madre.

A pesar del poco tiempo que llevaba en Yorkshire Falls, Kendall había llegado a conocer bien a Rick, sus expresiones y lo que le pasaba por la cabeza. Y aunque no sabía por qué, estaba convencida de que la fiesta de esa noche no iba a hacerle ninguna gracia. Se había planteado avisarle pero luego decidió que no tenía derecho a interponerse entre madre e hijo y traicionar la confianza y deseo de sorpresa de Raina.

Así pues, pensó que era mejor centrarse en el regalo. Ella y Hannah habían acordado hacerle uno conjunto, algo especial que a nadie más se le ocurriera. Llevaban desde la noche anterior barajando distintas opciones. Sin éxito.

– ¿Gemelos? -sugirió Kendall.

Hannah entornó los ojos.

– Sí, como si fuera a ponérselos con las camisetas que lleva.

– ¿Aguja de corbata?

– Puaj. -Entrecruzó los brazos sobre el pecho-. ¿Qué intentas? ¿Convertirlo en un soso?

Kendall gimoteó y levantó las manos al aire.

– Vale, me rindo. ¿Qué quieres tú que le regalemos a Rick? -Por el momento lo único en lo que se habían puesto de acuerdo era en hacer ellas el regalo en vez de comprarle algo impersonal. Como iba justa de dinero y de crédito, a Kendall le había aliviado ver que a su hermana la convencía la idea.

– Bueno, como por fin te dignas preguntar, creo que deberíamos hacerle un collar. No una mariconada sino un collar bonito. De cuero trenzado, quizá. -Hannah rodeó la mesa de bridge buscando entre los recipientes de plástico en los que Kendall guardaba las distintas piedras y abalorios-. Oye, ¿qué es esto? -Cogió un puñado de cuentas redondas.

– Son redondeles de hematites.

– ¿Y qué tal si hablas para que te entienda?

Kendall se rió.

– Son cuentas planas y redondeadas. De color negro brillante. Eso salta a la vista. La palabra técnica referente al mineral utilizado para hacer la joya es el hematite y tienen forma de redondel. De ahí viene el nombre de redondeles de hematites.

Hannah la miró de hito en hito con expresión interesada. Quizá habían encontrado un tema que podía ayudar a unirlas, pensó Kendall. Le encantaría enseñar a Hannah todo lo que sabía sobre cuentas y artesanía de joyas, y ella estaría bien predispuesta a aprender el máximo posible de la perspectiva fresca y joven de Hannah. Empezaría dando a su hermana una inyección de seguridad.

Kendall le tendió la mano y Hannah colocó unos cuantos hematites en su palma. Tocó las piedras lisas y lustrosas y las sostuvo ante la luz de la ventana.

– Ensartadas juntas tendrían un aire masculino. -Miró a Hannah-. Tienes buen ojo para esto, ¿sabes?

Su hermana se sonrojó.

– Bueno, éstas son muy guapas. Rick tendrá un collar de hemorroides.

– Hematites, listilla.

Hannah se echó a reír.

– Como se diga. Utilizaremos éstas.

– Ya sé qué cuenta romperá con el negro total. -Kendall repasó las cuentas tubulares de plata de ley y extrajo su preferida-. Mira ésta. La forma está hecha a mano. Más o menos cada veinticinco cuentas de hematites añadimos una de éstas para que contraste.

– Empecemos. -Hannah se frotó las manos y acercó una silla a la zona de trabajo.

Kendall estaba contentísima de ver a su hermana animada e interesada en algo que ella apreciaba tanto.

– ¿Por qué no eliges los mejores hematites y yo voy preparando la cadena?

Media hora más tarde seguían trabajando. Hannah concentrada en escoger las cuentas perfectas y formulando todo tipo de preguntas al respecto. Por primera vez desde su llegada, Kendall sintió que Hannah había bajado la guardia, lo cual le permitía hacer lo mismo. La sensación de familia y unión que tanto había añorado en su vida emergía ahora, y a Kendall le costaba reprimirse para no dar un fuerte abrazo a su hermana y estropearlo todo.

– ¿Cómo te metiste en esto? -preguntó Hannah.

– Aah. Pues como siempre iba de aquí para allá, no tenía muchos juguetes ni cosas así. Y cuando viví con tía Crystal, ella me enseñó a ensartar macarrones y pasta de sopa para fabricar joyas. Utilizábamos distintos tipos y les poníamos un gancho. Luego los pintábamos. Tía Crystal trabajaba con abalorios de verdad y cosas así hasta que la artritis se lo impidió. Supongo que podría decirse que llevamos en la sangre lo de hacer joyas.