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– Ven conmigo.

– ¿Adónde? -preguntó Kendall-. Si ya hemos llegado. -Hizo un gesto para abarcar el apartamento-. Cuatro paredes y el dormitorio, al que me niego a entrar hasta que hablemos.

Rick se acercó a los ventanales que conducían a la escalera de incendios y levantó uno de forma que una persona alta pudiera salir agachándose un poco. Señaló hacia el exterior.

– Ven conmigo a la terraza.

– ¿Estás de broma?

– No. Cuando Charlotte alquiló este apartamento, utilizaba la escalera de incendios como una especie de terraza. Está apartada y caben dos personas. -Rick se agachó y salió al exterior antes de tenderle la mano para que hiciera lo mismo.

Rick esperó a que ella se acomodara lo mejor posible en la dura superficie metálica y se sentara con las rodillas dobladas a un lado.

– No es el paraíso, pero no está mal.

– La verdad es que se acerca bastante al paraíso. -Kendall alzó el rostro hacia la brisa cálida y exhaló un suspiro de satisfacción-. Me imagino que dentro te debías de sentir claustrofóbico.

Rick se puso tenso.

– ¿Por qué lo dices? -No estaba acostumbrado a que le leyeran el pensamiento y esa noche ya habían estado sincronizados en dos ocasiones. Y eso, después de la bromita de Chase sobre los matrimonios, bastaba para incomodarlo.

Kendall lo miró de hito en hito.

– Porque te he pedido que hables. Que te abras. Y te has esforzado tanto por no hacerlo, que me imagino que ahora debes de sentirte acorralado.

– Y tú sabes perfectamente lo que es sentirse acorralado, ¿no? -Se aventuró a lanzarle esa suposición sabiendo que se había pasado la vida huyendo de aquello que le impedía echar raíces en un lugar.

– ¿Quieres parar ya? -Golpeó el suelo con la mano en señal de clara frustración-. Oh, mierda. -Se sacudió la mano.

Rick le levantó la palma y le dio un beso en la piel escocida.

Kendall apartó la mano en seguida.

– No intentes distraerme. Se te da demasiado bien darle la vuelta a las cosas. Te hago una pregunta y resulta que al cabo de un momento soy yo quien está dando explicaciones en vez de ti.

Rick sonrió.

– ¿Y qué quieres? Soy experto en tácticas de interrogatorio.

– Experto en tácticas evasivas, diría yo -farfulló Kendall-. Tú eres quien se siente acorralado ahora mismo, no yo.

Rick alzó la vista hacia la noche oscura. Había llegado el momento de revelar su dolor más profundo o alejarse de Kendall para siempre, antes de que fuera ella quien se alejara de él. Lo cual probablemente haría de todos modos. Se pasó la mano por la nuca.

– Jillian y yo nos conocimos cuando ella vino a vivir al pueblo. Era unos años mayor que ella pero nos hicimos buenos amigos y así seguimos hasta acabar el instituto.

– ¿Sólo amigos? -preguntó Kendall.

– Sí, sólo amigos.

– Pero tú querías más.

Rick se encogió de hombros.

– Yo era un chico y ella una chica guapa. Por supuesto que quería más. -Rick quería explicar lo sucedido de la forma más sencilla posible, sin emociones ni golpes de efecto-. Cuando acabé el instituto, iba y volvía todos los días a Albany a estudiar en la universidad y prepararme para el ingreso en el cuerpo de policía. Jillian también iba y venía y, al acabar el tercer año de universidad, volvió a casa a pasar el verano.

– Embarazada. -Kendall le puso una mano en el brazo y él se la cubrió con la suya.

– De cuatro meses.

Kendall exhaló un suspiro.

Aunque Kendall le había obligado a contarle la historia, su presencia y apoyo significaban mucho para él en esos momentos. Ella era la única persona con quien le apetecía compartir su pasado. También era la única con quien quería compartir su futuro. Esa idea le impactó con la fuerza de una bala y tomó aire sorprendido.

– ¿Estás bien?

– Sí. -«Sí, ya.»

– Pues acaba la historia -le instó suavemente.

Hizo acopio de fuerzas desde lo más profundo de su ser. Ya no sentía nada por Jillian, de eso estaba convencido. El hecho de contar la historia no le suponía enfrentarse a emociones descarnadas ni al amor perdido. Pero sí debía asumir una pérdida. Una que nunca antes había reconocido plenamente. Porque la marcha de Jillian había representado el final de la vida que siempre había querido. La vida que había asumido que nunca tendría.

O que pensaba que había asumido hasta que conoció a Kendall. En cierto modo, aquella trotamundos había reavivado su deseo de formar una familia que creía haber superado. Lo irónico de la situación era que, aunque ella hubiera alimentado ese anhelo, no podía satisfacerlo.

Pero Rick no podía culpar a Kendall, porque había sido sincera con él desde el principio. Como había carecido de amor, cariño y estabilidad en la vida, pensaba que no era propio de ella echar raíces. Ni confiar en la palabra u obra de nadie. Sin embargo, sabía cómo ofrecer e inspirar esos sentimientos maravillosos en otras personas, en Hannah y en Rick, aunque le diera miedo estirar la mano y procurarse esas cosas para sí misma.

– ¿Rick? -pronunció su nombre con vacilación-. Si te cuesta hacer esto…

– No me cuesta. -No podía obligarla a quedarse, pero podía hablarle claramente y esperar que ella misma se convenciera. La honestidad que había mostrado con él exigía la misma sinceridad. Hizo acopio de valor para continuar-: Jillian le dijo al padre de la criatura que estaba embarazada pero él justo había acabado la carrera y no estaba preparado para comprometerse.

– Pues tenía que haberlo pensado dos veces antes de acostarse con ella -espetó Kendall indignada.

– No te digo que no. -Soltó una carcajada amarga-. Se encontraba en un estado demasiado avanzado para abortar y sus padres la echaron de casa. Fue una escena propia de un melodrama, no de la realidad. Al menos no de la realidad de Yorkshire Falls. Yo vivía en un pequeño apartamento alquilado cerca de la estación y Jillian se presentó allí. Vino a vivir conmigo y, a partir de entonces la cosa se enredó.

– Aja. Esa descripción es demasiado escueta. Demasiado en blanco y negro. -Kendall se apoyó en la barandilla y lo miró con escepticismo.

Lo observó como si no sólo supiera qué pensaba sino qué sentía. Jillian también lo había conocido, pero en un sentido más superficial. Sabía que la acogería y que nunca le fallaría. Pero no lo entendía ni se había molestado en averiguar qué pensaba. Antepuso sus necesidades a todo lo demás, actitud que se prolongó incluso después de que se casaran y de que superara el pánico a la incertidumbre.

Pero ahora tenía a Kendall delante, preguntándole sobre su pasado, sus sentimientos. Era obvio que le importaban los motivos de sus actos. Además de importarle su felicidad. Sabía por experiencia que esa cualidad escaseaba y por eso la valoraba todavía más. Nadie había conocido tan bien a Rick como él sentía que Kendall lo conocía.

– Lo que sentías por Jillian no fue sólo una cuestión de hormonas, ¿verdad? -preguntó Kendall.

Esa pregunta confirmó lo que estaba pensando. Lo conocía bien. ¿Tan bien como para saber lo que sentía por ella? Lo dudaba, aunque sólo fuera porque hasta el momento se lo había ocultado, incluso a él mismo.

Quería a Kendall. Y esas emociones estaban ahora a flor de piel si ella quería reconocerlas y aceptarlas. Quería que formara parte de su futuro porque la amaba. Aunque no tuviera ni puñetera idea de lo que iba a hacer al respecto.

Como policía que era, Rick no estaba acostumbrado a quedarse de brazos cruzados y, en cuanto advertía algo, actuaba. Se negaba a mirar atrás y no poder decir que lo había dado todo por la persona, cosa o situación que fuera. Estiró las piernas lo máximo que le permitió el reducido espacio y miró a Kendall.

Una brisa húmeda alborotó el pelo de ella, cuyos labios discretamente pintados dibujaban una mueca, esperando que él le diera una respuesta. Pero mientras Kendall aguardaba, tensa y rígida, a que le explicara lo que había sentido por su ex mujer, no se imaginaba que lo único que Rick era capaz de pensar era en lo que sentía por ella en esos momentos.