Le tendió la mano y Kendall se la estrechó.
– Trato hecho -dijo, mientras las palabras de Charlotte le rondaban por la cabeza y su mente jugaba a ser el abogado del diablo.
– Siguiente. ¿Qué desean las señoras? -preguntó Norman, lo cual evitó que Kendall se planteara el significado de lo que acababa de oír.
– Zumo de naranja para mí. Un té chai helado para Beth… -Miró a Kendall y le hizo una seña para indicarle que era su turno.
La bebida de Beth sonaba interesante.
– Probaré algo nuevo. ¿El chai tiene cafeína? -preguntó.
Norman asintió.
– Suficiente para levantar el ánimo, señora.
Kendall se rió.
– Entonces un té chai para mí y un zumo de naranja grande para Hannah.
– Dos chais y dos zumos de naranja -repitió Norman-. ¿Algo más?
– No. -Charlotte insistió en pagar la cuenta a pesar de la resistencia de Kendall y, al cabo de unos momentos, volvían a estar en la calurosa calle, donde empezó la venta en serio. Las bragas de encaje hechas a mano de Charlotte y las joyas de Kendall fueron todo un éxito. En una hora, las joyas metálicas se habían vendido fenomenal y varias dientas le habían dejado una paga y señal a Charlotte, además de una lista de personas que querían colores concretos o nomeolvides y collares.
– Nunca imaginé que vendería tanto -dijo Kendall asombrada.
– Quien vale, vale. -Beth le dedicó una sonrisa sincera-. Bienvenida a bordo, Kendall.
Ella sintió un aleteo de calidez en el pecho y fue incapaz de responder de otro modo que no fuera sonriendo. Miró hacia el otro lado de la calle y vio que su hermana estaba paseando por allí con un grupo de chicas que parecían agradables. Daba la impresión de que Hannah también se sentía aceptada en Yorkshire Falls.
De nuevo empezaron a rondarle distintas posibilidades por la cabeza. ¿Y si se instalaba ahí? ¿Y si no hacía las maletas, y si no se marchaba a Arizona? ¿Y si confiaba en sí misma y en otras personas hasta el final?
Kendall negó con la cabeza. Veintisiete años de hábitos eran difíciles de cambiar de la noche a la mañana. Por el momento quería disfrutar del espléndido día y de la buena acogida sin la presión añadida de tener que tomar decisiones o pensar. Se sintió aliviada cuando apareció Thomas Scalia para coquetear con Beth. Mirando a esa pareja se distrajo de los vuelos de su imaginación. Como si fuera posible sentirse como en casa en algún sitio. Pero allí se sentía tan bien…
– ¿Señorita Sutton?
Kendall se volvió al oír su nombre y se encontró frente a una atractiva mujer morena.
– Soy Grace McKeever -se presentó la mujer-. Mi hija se llama Jeannette. Jeannie y tu hermana se han hecho muy amigas. -Señaló hacia el otro lado de la calle, donde las chicas reían. Formaban un corrillo cerca de un grupo de chicos.
Kendall reprimió una carcajada.
– Jeannie es la morena con cola de caballo. La cuestión es que le prometí que las llevaría a ella y a una amiga a ver una película a Harrington por la tarde y luego a cenar. Probablemente compremos comida china y vayamos a casa. Me encantaría llevar a Hannah, si no te importa.
– Muy amable por tu parte. -Hannah le había hablado de Jeannie en más de una ocasión desde la jornada del lavado de coches y cuando Kendall había preguntado a Rick sobre las amistades de su hermana, le había asegurado que los McKeever eran gente maravillosa-. Por supuesto que no me importa. De hecho, te lo agradeceré eternamente.
– Perfecto. Las chicas estarán encantadas.
Hannah y Jeannie corrieron hacia ellas como si acabaran de darles entrada en escena sin parar de hablar.
– Mamá, ¿Hannah puede quedarse a dormir? -preguntó Jeannie.
– Kendall, tengo que quitarme este color púrpura del pelo -dijo Hannah a la vez-. Y Pam me ha dicho que tenía la solución perfecta y que me lo podía hacer ahora. No sé en qué estaba pensando, pero a Greg no le gustan las chicas con el pelo teñido, así que tengo que quitármelo. ¿Puedo, Kendall, por favor? Y me apetece un montón dormir en casa de Jeannie. ¿Sabes que Greg vive al lado? -Hannah habló, preguntó y explicó casi sin respirar.
¿Su hermana quería quitarse el tinte? ¿Le gustaba tanto estar allí que quería mostrarse tal como era? «Por qué no», le planteó la vocecita. «Tú lo has hecho.» Recordó que ella se había quitado el tinte rosa poco después de llegar porque quería ser ella misma.
Kendall parpadeó, asombrada ante las semejanzas entre las hermanas. Y en este caso se trataba de algo bueno.
– ¿Qué me dices, Kendall?
La voz de Hannah interrumpió sus pensamientos y Kendall la miró.
– Sí, sí y no.
Hannah abrió los ojos como platos, claramente disgustada.
– Es muy injusto. Que anoche durmiera en casa de Charlotte no tiene por qué impedirme volver a dormir fuera esta noche y he ganado dinero ayudando a Charlotte toda la mañana así que…
– Vaya. -Kendall levantó una mano para interrumpir a su hermana-. Sí, puedes quitarte el púrpura del pelo. Pago yo. Sí, puedes dormir en casa de Jeannie si su madre no tiene inconveniente. -Se calló porque se le ocurrió otra cosa-. De hecho, ¿por qué no dormís las dos en casa y así sus padres tienen la noche libre después de la película y la cena? Y no, no sabía que Greg era vecino de Jeannie. -Kendall acabó de hablar con una carcajada.
Hannah se sonrojó.
– Lo siento.
– No pasa nada. -Por lo menos Hannah se comportaba como la típica adolescente y no como una jovencita airada-. ¿Qué os parece? -Kendall se refería a lo de que las chicas durmieran en su casa.
Primero las chicas intercambiaron una mirada y luego dirigieron la vista a la pobre Grace McKeever.
– Por favor, mamá, ¿puedo quedarme a dormir en casa de Kendall? -Jeannie tiró a su madre de la manga-. Viven en la vieja casa de invitados de la señora Sutton. Hannah me ha dicho que es muy guay. Tiene una habitación para ella sola y hay un desvan en el que Kendall diseña todas sus joyas. Hannah me ha dicho que es una pasada. Por favor…
¿Hannah había dicho que algo referido a Kendall o la casa era una «pasada»? Kendall se esforzó por contener las lágrimas. Se volvió y se secó los ojos. Pensó en echarle la culpa al sol si alguien le preguntaba al respecto.
– Por mí no hay problema, chicas. Pasaremos por casa antes de marcharnos a Harrington para que recojas tus cosas.
– ¡Perfecto! -Las chicas se dedicaron unas sonrisas de complicidad, como si hubieran salido airosas de una operación encubierta.
– Acuérdate de traer una manta o un saco de dormir -le dijo Kendall a Jeannie-. No tenemos ni camas ni muebles extras.
– ¡Doblemente perfecto! -exclamó Jeannie mientras Grace anotaba el número de su teléfono móvil y del fijo y Kendall hacía lo mismo para poder intercambiárselos. Acto seguido, Grace se excusó para seguir haciendo algunas compras. Las chicas volvieron corriendo con su grupo de amigas, pero antes, Hannah se dio la vuelta y se apoyó en la mesa para mirar fijamente a Kendall.
– Gracias.
El agradecimiento que destilaba la mirada de Hannah significaba mucho más que cualquier palabra que pudiera decirle.
– No hay de qué. -Kendall se sacó algo de dinero del bolsillo de los vaqueros y se lo dio a su hermana-. No lo malgastes -bromeó.
Hannah se guardó los billetes en el bolsillo delantero,
– ¿Kendall?
– ¿Sí?
Hannah tragó saliva.
– Hannah, venga. Nos están esperando -la llamó Jeannie.
– Te… te quiero. Adiós. -Antes de que Kendall tuviera tiempo de responder, Hannah se marchó corriendo para reunirse con sus amigas.
– Yo también te quiero. -Y esta vez sí que se le deslizó una lágrima por la mejilla.