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– Rick, yo…

Fuera lo que fuese lo que estaba a punto de decir, quedó interrumpido por fuertes gritos ahogados de la gente que les rodeaba. Kendall se volvió para ver cuál era la causa de tal conmoción y se sobresaltó ante la gran pantalla que segundos antes había proyectado imágenes en blanco y negro y luego en tonos sepia del pueblo. Porque ahora, en vez de fotos antiguas y aburridas, se veía una foto enormemente ampliada que Kendall conocía bien.

Lo que no era de extrañar, teniendo en cuenta que había posado para ella. En la época en que necesitaba dinero para poder enviar a su tía a una buena residencia geriátrica y antes de que Brian le hiciera fotos más elegantes, Kendall había hecho de modelo para un catálogo de lencería con distintos atuendos. Algunos eran de cuero. En esa imagen llevaba unas esposas forradas de piel y un fular de seda. Y aunque nunca había decidido llevar o usar los artículos con los que había posado, en aquel entonces ninguna de las fotos la había incomodado ni abochornado. Hasta ese momento.

Porque entonces había visto esas fotografías formando parte de un catálogo promocional, no en lo que debía ser una manifestación del orgullo de un pueblo. La imagen la devolvió a la realidad y se dio cuenta de que estaba prácticamente desnuda en la pantalla, a la vista de todo el pueblo. Delante de todas las personas que respetaban al agente Rick Chandler y al resto de su familia. No sólo estaba en juego su reputación sino también la de ellos.

– Oh, Dios mío. Tengo que irme de aquí. -Se deshizo del abrazo de Rick y se puso en pie, pero cuando todas las miradas se centraron en ella, advirtió su error.

Quienes tenían fija su atención en la fotografía desviaron ahora la vista para contemplarla a ella, en carne y hueso. Señalando, murmurando, riendo. Kendall se había convertido en el centro de todas las conversaciones. Notó que se le encendía el rostro y se sintió invadida por las náuseas. ¿Cómo era posible que ocurriera una cosa así?

Rick le rodeó la cintura con un brazo e intentó hacerla avanzar.

– Kendall, vámonos.

Pero su voz apenas alcanzaba a penetrar la niebla que de repente la rodeaba. Miró hacia atrás y vio que habían cambiado aquella foto por una más reciente de First Street. A Kendall no le quedó más remedio que reconocer que la prueba había desaparecido, pero que el daño ya estaba hecho.

– Pensaba que…

– Más tarde ya me contarás lo que pensabas. Antes deja que te lleve a casa.

Notó que la empujaba otra vez para que se moviera, pero ella seguía petrificada en el sitio.

– Pensaba que por fin podría formar un hogar.

Pero era obvio que nunca tendría derecho a utilizar una palabra como «hogar». Las carcajadas, los gritos ahogados y los susurros disimulados de la gente que había conocido y que apreciaba resonaban en sus oídos, lo cual le recordó el primer día en la peluquería, cuando la clientela le dejó claro que era una forastera.

Siempre lo sería.

– Sí tienes un hogar aquí -le dijo Rick, confiando en que sus palabras le llegaran. Tenía un hogar en el pueblo y en su corazón.

Rick conocía bien a la gente de Yorkshire Falls y sabía que en su mayor parte eran personas cariñosas, abiertas y comprensivas. Con la excepción de unas cuantas. Su reacción ante la foto era fruto del asombro, pero estaba convencido de que nadie castigaría a Kendall por las prendas con las que había posado.

Sin embargo, eso no disminuía el impacto inmediato de la foto. La imagen se había tomado con la intención de atraer a los compradores, hombres y mujeres cuyos gustos iban desde lo extremadamente atrevido y sensual a los juegos de cama más eclécticos. Y cumplía bien su función. Cuando Rick cerró los ojos, vio a Kendall con un corpiño de cuero, tentándole con un escote más que sugerente y atrayéndole con su vientre plano. Y aunque nadie del pueblo la atacaría por una fotografía, al fin y al cabo un trabajo, tampoco olvidarían fácilmente lo que acababan de ver.

Joder, él no iba a olvidarse de que la había visto enfundada en cuero. Cuero. Recordó la última vez que había visto un modelito así, en el cuerpo de Lisa Burton. «Vamos, te enseñaré los accesorios que tengo», le había dicho al tiempo que balanceaba unas esposas forradas de cuero. Menuda hija de perra, pensó Rick.

– ¿Que tengo un hogar? -preguntó Kendall con una carcajada aguda-. Pregunta a esta gente si soy una de ellos. -Negó con la cabeza y Rick se dio cuenta de que le temblaba todo el cuerpo.

Le rodeó los hombros con el brazo.

– Nos vamos a casa. -Por mucho que se muriera de ganas de zanjar el asunto con Lisa de una vez por todas, antes tenía que ocuparse de Kendall-. No sé a ciencia cierta quién ha hecho esto -le dijo-, pero tengo un presentimiento. Tienes que pensar que ahora parece algo horrible, pero en realidad no tiene la menor importancia.

Kendall se soltó de su abrazo y lo miró con los ojos muy abiertos y expresión incrédula.

– ¿Hablas en serio? Tiene mucha importancia.

A Rick se le revolvió el estómago al oír sus palabras. Era obvio que Kendall pensaba que aquello había cambiado su situación. La de los dos.

No sólo se encerraba en sí misma sino que Rick advirtió que su mecanismo de huida se había puesto en marcha, algo arraigado en su pasado. Cuando las cosas se ponían difíciles, sus parientes la pasaban de una casa a otra. Cuando en su vida de adulta se encontraba con un bache, se subía al coche y huía. Con esa fotografía, Kendall se enfrentaba a su mayor desafío. ¿Haría acopio de valor y optaría por luchar? ¿O se encerraría en ella misma para distanciarse de él hasta que su marcha estuviera justificada?

– Ahora no voy a discutir contigo. -Le tiró de la mano y la obligó a alejarse de los ojos que la observaban y de los murmullos poco disimulados, para dirigirse al coche.

No podía obligarla a no volver a huir. Sólo tenía que recordarle cómo se sentía él antes de que se proyectara la dichosa fotografía. La quería y más le valía que volviera a decírselo cuando estuviera dispuesta a escuchar. En esos momentos, el dolor y la conmoción estaban en su máximo apogeo. Cuando hubiera tenido tiempo de asumir el bochorno, volvería a hacerla partícipe de sus sentimientos.

Si se marchaba después de eso, por lo menos podría decir que le había dado todo lo que podía ofrecerle. Igual que hiciera con Jillian en el pasado.

Y ahora había mucho más en juego.

Pararon el coche junto a su casa y Rick se dispuso a salir del vehículo.

Kendall se volvió hacia él con la mirada perdida.

– No hace falta que me acompañes dentro. Además, necesito estar sola.

Se le hizo un nudo en el estómago al oír sus palabras.

– ¿Para apartarte más de mí?

– Deberías ir a ver cómo está Raina -dijo, en vez de responderle-. Seguro que el susto que se ha llevado al ver esa foto no le hará ningún bien a su pobre corazón.

– Lo único que le pasará al corazón de mi madre como consecuencia de esta noche es que le dolerá por ti. Estoy convencido de que ella sabrá sobreponerse. -Cerró los puños.

– De todos modos deberías ir a ver cómo está.

No podía insistirle más al respecto ni sacar nada en claro esa noche Kendall había erigido unos muros altísimos a su alrededor y lo había dejado fuera.

– ¿Me llamarás si me necesitas? -le sugirió.

Ella asintió. Pero cuando salió del coche sin mediar palabra y dando un portazo, supo que no sabría nada de ella esa noche ni ninguna otra en un futuro inmediato.

Raina recorría la cocina de un extremo a otro. Estaba rodeada de sus poco predispuestos cómplices en la estratagema sobre su salud. Eric estaba sentado a la mesa de formica mientras Roman y Charlotte permanecían de pie, junto a los armarios del otro lado de la cocina. Se habían reunido allí después del fiasco de la noche y, aunque ninguno de ellos había visto a Rick ni tenido noticias de él desde que la fotografía de Kendall cubriera la pantalla a la vista de todo el pueblo, todos estaban preocupados.