– Hannah, espera. No hemos terminado.
– Oh, sí que hemos terminado. Prefiero ir a un internado que vivir contigo. Por lo menos allí la gente no finge que le importas cuando en realidad les das igual. Me largo de aquí. -Y como si quisiera demostrar que tenía razón, Hannah cogió a Jeannie de la mano y la sacó a rastras de la cocina. Al cabo de unos segundos, la puerta delantera se cerró de un portazo.
El sonido coincidió con el nudo que a Kendall se le formó en el estómago al ver que su hermana se marchaba furiosa con ella.
Capítulo 13
Rick tenía la boca pastosa, la cabeza le martilleaba y aun así se sentía muchísimo mejor que cuando había visto a Kendall alejándose de él la noche anterior.
– ¡Arriba! -La voz excesivamente jovial de Charlotte le llegó desde el otro extremo de la casa.
Después de acompañarlo de borrachera y no hacerle hablar, Roman se lo había llevado a su casa para que durmiera la mona. Rick seguía enfadado con él, pero como compañero de copas, Roman había cumplido.
– Levántate, dormilón. -Charlotte entró en la estancia y le abrió las contraventanas de la sala de estar.
La luz del sol le dio de lleno en los ojos y Rick soltó un gemido.
– Ay, por Dios, Charlotte, ten un poco de compasión. -Se dio la vuelta y se tapó la cabeza con las manos.
Su cuñada se colocó a su lado. En la postura en que él estaba, boca abajo y tumbado, sólo veía los pies descalzos de ella. Por desgracia, daba la impresión de que se hubiese atado una ristra de latas a los tobillos, a tal punto le retumbaba la cabeza.
– Tengo compasión. Mira qué te he traído. -Se agachó y le dejó un vaso delante.
– ¿Qué es eso? -Echó un vistazo al líquido oscuro con ojos entrecerrados.
– Algo comestible. Iba a prepararte el viejo remedio de mi padre, compuesto por huevo crudo y leche.
A Rick se le revolvió el estómago, pero reprimió las arcadas.
– Pero me he apiadado de ti y te he traído una Coca-Cola sin gas. Además de una aspirina. -Extendió la palma de la mano para enseñarle las dos pastillas, que él cogió agradecido-. Oye, ¿te bebiste el agua que te traje anoche? -preguntó Charlotte.
– No me acuerdo. -Se incorporó en el sofá y consiguió levantarse a pesar del intenso dolor de cabeza. Se tragó las pastillas y luego tomó la Coca-Cola para llenarse el estómago vacío y gruñón.
Acto seguido, se obligó a enfocar la vista y se encontró con la expresión divertida de Charlotte. Como primera imagen del día para un hombre, era espléndida. Además, le había dado un remedio para la resaca sin ni siquiera habérselo pedido. No podía tener más aprecio por ninguna mujer.
A no ser que se tratara de Kendall, pero ése era un problema para cuando estuviera un poco más recuperado.
– ¿Te he dicho alguna vez que mi hermano es un hombre con una suerte cojonuda?
– Dímelo tú y deja de comértela con los ojos. -Roman entró en el salón sin preocuparse por ser discreto ni por la resaca de Rick.
– ¿Quién ha dicho que veo lo suficientemente bien como para comérmela con los ojos? Si está todo borroso -farfulló Rick.
– Lo cual significa que la ves doble. Qué suerte la tuya. -Roman habló con un tono claramente divertido. Se situó junto a Charlotte, le pasó una mano por la cintura y la abrazó con fuerza por el costado.
– No te rías de mí después de lo que has hecho. -Mientras hablaba, Rick recordó la sensación de recibir un puñetazo en el estómago cuando oyó que su madre reconocía que había fingido tener problemas de corazón. Recordó la sensación de alivio mezclada con la de traición, el impulso de abrazarla y estrangularla a la vez, y la increíble sensación de incredulidad al enterarse de que su hermano lo sabía y le había seguido el juego-. ¿Cómo tuviste la cara de dejarme creer que mamá estaba enferma?
Roman acercó un sillón y Charlotte se acomodó en el brazo acolchado del mismo.
– Te debemos una explicación -declaró Roman, y se calló como si quisiera poner en orden sus pensamientos.
Rick esperó. Tenía muchas ganas de dar golpecitos con el pie en el suelo por el enfado pero se imaginó que su martilleante cabeza se merecía un trato mejor.
– Es complicado. -Roman negó con la cabeza presa de la exasperación-. Al comienzo no te lo dije porque estábamos de luna de miel en Europa. -Buscó la mano de Charlotte y se la cogió.
Rick había descartado el sueño de disfrutar de esa camaradería, ese sentido de unidad con otra persona, sobre todo con Kendall. Por eso, ver a su hermano con su esposa le resultaba agridulce. Rick se masajeó las doloridas sienes.
– Podrías haber llamado -dijo, en un intento por centrarse en los problemas familiares y no en su incluso más complicada vida sentimental. Tenía por delante muchos días y noches solitarios para descubrir en qué se había equivocado en ese sentido.
– Tienes razón. Joder, probablemente debería haber llamado. Debo decir en honor a Charlotte que me suplicó que te llamara para decírtelo.
– ¿Y por qué no lo hiciste?
– No tengo ninguna excusa que sirva como prueba en un juicio -dijo Roman con ironía-. Estaba muy ocupado siendo feliz, e imaginé que unas cuantas semanas más de silencio no iban a perjudicar a nadie. Joder, incluso me hice la ilusión de pensar que quizá mamá se saldría con la suya y te juntaría con una mujer tan maravillosa como Charlotte. Que serías tan feliz como yo he acabado siendo. A pesar de la intromisión de nuestra madre.
Rick arqueó las cejas haciendo caso omiso del dolor que le recorría el cráneo.
– Tendría que pegarte un tiro.
Roman se encogió de hombros.
– Probablemente tengas razón.
– ¿Qué pasó después de que volvierais a casa? ¿Qué te impidió contarme entonces el secreto de mamá?
Roman pareció avergonzado y luego, con un gemido, se recostó en el asiento sin soltar la mano de Charlotte. Probablemente necesitara su apoyo porque había metido la pata y estaba acorralado. Rick no tenía ni idea de cómo pensaba justificar sus actos.
– Bueno, supongo que recuerdas que estuvimos fuera más de un mes -continuó Roman-. No quería darle mucha libertad de acción a mamá, pero Charlotte y yo estábamos muy ocupados preparando el apartamento de Washington D. C. y yo me estaba adaptando al nuevo trabajo. Y tienes que reconocer que al comienzo parecía que sus intentos de encontrarte la mujer adecuada te divertían bastante. -Se encogió de hombros-. Por eso no dije nada. Durante más tiempo del que debería.
– Tú lo has dicho. -Rick ladeó la cabeza, error que lamentó inmediatamente, cuando volvió a parecer que tuviese una banda de música dentro-. Y entonces, ¿qué te impidió decir la verdad?
– Tú y yo sabemos que, en parte, mamá representa esta farsa porque quiere que sentemos la cabeza y seamos felices, pero también quiere…
– Nietos -dijo Rick, afirmando lo obvio. Al fin y al cabo, Raina llevaba ya mucho tiempo inculcándoles esa idea en la cabeza.
– Eso. Y pensé que, después de fingir que estaba enferma, no se merecía que su mayor deseo, tener nietos, se hiciera realidad tan fácilmente. Quería que sudara un poco. Si le decía que Charlotte estaba embarazada, imaginé que…
– ¿Nos dejaría en paz a Chase y a mí? -preguntó Rick-. Ésa sería la suposición más obvia, ¿no? Así pues, ¿por qué no decirle que tenía lo que quería, que Charlotte estaba embarazada? Luego sacar a relucir su estratagema y que Chase y yo viviéramos tranquilos.
– Porque Raina no es una madre como las demás, y con ella no pueden hacerse suposiciones. Sé de buena tinta que nos quiere a todos asentados y felices. No sólo a uno de nosotros. Si se enterara de que Charlotte está embarazada, todavía se convencería más de que sabe lo que es mejor para nosotros e iría a por ti y Chase incluso con más ganas.
Al recordar el traje de dominatriz de Lisa, sin duda inspirado por las palabras de aliento de su madre, Rick negó con la cabeza con fuerza. Vio las estrellas al hacerlo. Maldita sea, tenía que dejar de mover la cabeza.