– Evitar que mis órganos vitales sufran más daños.
– Qué gracioso; pues yo te he notado bien enterito.
Rick respiró hondo. Vaya, y él que se había creído a salvo bajo las muchas capas del vestido. Estupendo, la deseaba y ella lo sabía.
Una mujer que acababa de romper su compromiso, que lo atraía, que era peligrosa. También era divertida, y Rick cayó en la cuenta de que hacía tiempo que no se divertía. La vida se había vuelto rutinaria. Resultaba triste pensar que su madre y su pequeño ejército de reclutas femeninas eran una rutina, pero Kendall no era una de las mujeres de su madre, y por eso le gustaba más aún.
Tras dejar el equipaje en el suelo, subió los escalones que daban al porche de la casa con Kendall en brazos. Sin previo aviso, la puerta se abrió de par en par. Pearl Robinson, la inquilina de la tía de Kendall y la pareja de un hombre mayor con el que vivía en pecado, tal como a Pearl le gustaba contar a todos, apareció frente a ellos.
– Eldin, tenemos visita -gritó Pearl por encima del hombro. Llevaba toda la vida con Eldin Wingate. Se recogió el pelo cano en un moño-. Esperaba a la sobrina de Crystal, pero no a vosotros dos. -Observó a Rick y a la mujer que él llevaba en brazos vestida de novia-. Nos tenías engañados, Rick, y también le has estado ocultando información a tu madre. Esta misma mañana se estaba lamentando de no tener nietos.
Rick entornó los ojos.
– No me sorprende.
Peal miró por encima del hombro.
– Eldin, mueve el trasero de una vez -chilló al ver que no venía-. Y date prisa, antes de que Rick la suelte.
– Ni en sueños -le susurró Rick a Kendall al oído, y no tanto para tranquilizarla como para deleitarse de nuevo con la fragancia de su pelo.
– Pero supongo que no te importará que no me arriesgue. Así que, por si acaso. -Y Kendall se aferró con más fuerza al cuello de Rick.
A él le gustó el contacto.
– Ya voy. -La media naranja de Pearl apareció a su lado; un hombre alto de pelo cano y todos los dientes intactos, o eso decía-. ¿Qué es eso tan importante que te impide dejarlos pasar…?
Vio a Rick y se calló en el acto.
– Hola, Eldin. -Rick se resignó a las inevitables preguntas.
– ¡Caramba, agente!
– ¿No te lo había dicho? -preguntó Pearl mirando a su compañero-. Por eso no me casaré contigo en breve. -Se volvió hacia Rick y Kendall-. Vivimos en pecado -dijo bajando la voz, aunque no había nadie cerca.
– La muy puñetera no se casa conmigo por cualquier estúpida excusa.
– Eldin tiene problemas de espalda y me niego a casarme con un hombre que no pueda entrarme en brazos. ¿Os he dicho ya que vivimos en pecado?
Kendall rompió a reír y sus senos rozaron el pecho de Rick, quien se acaloró sobremanera.
– ¿Entramos o la dejo caer? -preguntó.
– Vaya modales los míos. -Pearl apartó a Eldin y les dejaron el paso libre-. Adelante, Rick, lleva a la novia al interior.
Rick nunca lo olvidaría. Estaba recorriendo el interior de la casa de invitados, situada detrás de la casa principal de Crystal Sutton. Eldin los había llevado allí para que se «acomodaran» y Pearl había dicho que tenían que ir al pueblo a comprar comida.
– Comida, y una mierda -farfulló Rick. Pearl quería contarle a todo el mundo que había visto a Rick Chandler entrando en la casa con una novia en brazos. Daba igual que no hubiese habido ceremonia ni que la novia y el supuesto novio acabasen de conocerse. Pearl no le había hecho ni caso.
Rick notó que los hombros se le tensaban. Confiaba que en cuanto su madre se enterara del rumor, pusiese fin a esa tontería.
Raina sabía que Rick no se había casado ni se había fugado para casarse. No era tan tonta como para creer rumores infundados. Sin embargo, la noticia correría como la pólvora y todos especularían sobre Rick Chandler y la mujer vestida de novia con la que había entrado en la casa.
Gimió y, por primera vez, se planteó irse a una ciudad donde pudiera pasar desapercibido. Movió la cabeza porque sabía que no lo haría. A pesar de lo que les esperaba, quería demasiado a su familia, a sus amigos y le gustaba demasiado el ambiente de pueblo de Yorkshire Falls como para marcharse. Pero tenía derecho a soñar, ¿no?
Miró hacia la puerta cerrada del baño donde Kendall había ido a cambiarse. Su «novia». Puso los ojos en blanco por aquel sin sentido y se secó la frente con la mano. Joder, aquello parecía una sauna. Tendría que asegurarse de que Kendall se comprara un aparato de aire acondicionado.
¿Dónde se había metido? Había dicho que iba a cambiarse el vestido, pero habían pasado más de diez minutos. Rick se acercó a la puerta del baño y llamó dos veces.
– ¿Estás bien?
– Más o menos -fue la respuesta apagada.
Rick movió el picaporte, pero la puerta estaba cerrada. Volvió a llamar.
– Abre o echo la puerta abajo. -Confiaba en no tener que hacerlo. Tenía la espalda y los músculos de los hombros doloridos por su alarde en el camino de entrada.
La puerta se abrió. Rick entró y la vio sentarse en la tapa del retrete y colocar la cabeza entre las rodillas.
– Estoy muuuuy mareada.
Rick la miró, preocupado.
– Teniendo en cuenta cómo corta la circulación ese maldito vestido, no me extraña lo más mínimo. Creía que pensabas quitártelo.
– Lo he intentado, pero hace mucho calor y no puedo desabotonármelo sola, así que me he sentado un rato. Luego he empezado a pensar en mi tía y en todos los años que pasó aquí. Me he levantado, me he mareado de nuevo… -Se encogió de hombros.
Le gustaba divagar, algo de lo que Rick se había percatado cuando estaban junto a la carretera. Kendall saltaba de una cosa a otra, pero Rick percibió un elemento común: su dolor. Él había perdido a su padre a los quince años. Era joven, pero no lo suficiente como para no recordarle. Había sido un padre participativo que iba a todos los partidos de béisbol de los chicos.
– Perdí a mi padre hace tiempo, comprendo lo que estás viviendo ahora -dijo, dispuesto a abrirse a aquella mujer por motivos que no entendía. Motivos que lo pusieron en alerta, pero no se reprimió-. Fue hace veinte años, yo tenía quince -añadió-, pero a veces el dolor parece tan reciente que es como si hubiera ocurrido ayer mismo.
Rick vio que Kendall tenía los ojos humedecidos por las lágrimas y el corazón le dio un vuelco. No había esperado conectar con ella en absoluto, y mucho menos a nivel emocional, que es el que solía proteger con más celo. Le sorprendía comprender tan bien la situación de aquella desconocida.
– Siento lo de tu tía. -Todavía no se lo había dicho.
– Gracias -replicó ella con voz ronca-. Siento lo de tu padre.
Rick asintió. Resultaba obvio que Crystal y ella habían tenido una relación muy especial. Rick también comprendía a la perfección los lazos familiares. Los Chandler estaban más unidos que la mayoría gracias a los recuerdos compartidos, buenos y malos. El dolor reciente y descarnado de Kendall le hizo querer ser la persona que aliviase su angustia, y no sólo porque su trabajo consistiese en proteger y ayudar al prójimo.
Contuvo un gemido. Ya había pasado por eso en una ocasión y se había dado un batacazo.
– ¿No se te ha ocurrido pedir ayuda cuando te has mareado? -Retomó el problema que tenían entre manos.
Kendall ladeó la cabeza.
– Vaya solución más sencilla. ¿Por qué no se me habrá ocurrido?
Rick se rió.
– Demasiado débil, ¿no?
– Más o menos. ¿Me echas una mano?
Ella lo miró y Rick no pudo resistirse a la súplica.
– ¿Por dónde es mejor empezar?
– Por los botones de atrás. -Inclinó la cabeza hacia adelante y los mechones color rosa rozaron el blanco inmaculado del vestido. Cuando Kendall se encontrara mejor, Rick tendría que acordarse de preguntarle sobre el color del pelo, aunque tampoco es que fuera importante. Le gustaba de todos modos. Siempre había creído que prefería las rubias, aunque no tenía ni idea de cuál debía de ser el verdadero color de ella bajo el tinte rosa.