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Ya había abandonado su plan inicial. Bajo ningún concepto volvería a decirle a Kendall que la quería. Ya se lo había dicho una vez. Se lo había demostrado de muchas maneras. ¿Por qué iba a dejarse pisotear de nuevo?

La quería, pero había llegado el momento de preocuparse más de sí mismo. El momento de empezar a reconstruir la muralla que le protegía el corazón.

De no ser por su hermana, Kendall no habría entrado por voluntad propia en Norman's el día después de su aparición fotográfica en el pase de diapositivas. Tampoco habría llamado a Rick. Pero prefería eso que salir a buscar a Hannah o pedirle que volviera a casa hasta que hablaran.

Hannah estaba dolida y enfadada. La última vez que se había sentido de ese modo había cogido el coche de Kendall. En esta ocasión, Kendall esperaba que pudiese reaccionar aún peor, y quiso evitar una escena reuniéndose con su hermana en un lugar público.

Para cuando hubo aparcado y entrado en el local, Hannah y Rick ya habían ocupado una mesa del fondo. Respiró hondo y caminó con la cabeza bien alta por entre las mesas, volvió a oír los murmullos y advirtió que algunos la señalaban. No se estaba imaginando que era el centro de atención, lo era, pero no tenía tiempo de preocuparse por eso.

A diferencia de su hermana, Rick sí la estaba mirando fijamente. Aquellos ojos preciosos la miraban de hito en hito. A primera vista, parecía no haber dormido bien. Tenía una barba incipiente y ojeras. A juzgar por su aspecto, se sentía tan mal como ella y se odió por ser la causante de ello.

– Hola. -Esbozó una sonrisa forzada.

– Hola -saludó él sin devolverle la sonrisa.

Kendall no sabía qué decirle y, al parecer, el sentimiento era mutuo porque los dos guardaron silencio, lo cual hizo que a ella se le encogiera el estómago y notara un hormigueo por todo el cuerpo. Sin previo aviso, Hannah se levantó empujando la silla hacia atrás para que rechinara e hiciera el máximo ruido posible, con lo cual rompió la conexión tensa y silenciosa entre Kendall y Rick.

Sin mediar palabra, Hannah se alejó de la mesa.

– ¿Adónde vas? -preguntó Kendall.

– Al baño. Sólo de veros me dan arcadas. -Acto seguido, miró a Rick y le guiñó el ojo.

Kendall exhaló un suspiro. La pequeña traidora se marchaba a propósito para dejarlos a solas. Antes de que pudiera detenerla, Hannah ya iba camino del salón posterior.

– Yo no le he dicho que hiciera eso. -Rick se recostó en el asiento.

– No he pensado que lo hubieras hecho. -Como Kendall sabía que lo había expulsado de su vida la noche anterior, era de suponer que no iba a urdir ningún plan para estar a solas con ella.

A Rick casi le habían entrado ganas de reír al ver la payasada de Hannah, pero cuando miró a Kendall se quedó en blanco. Había bajado la persiana de sus emociones y la había dejado fuera. Aunque ella se merecía el muro recíproco que Rick había erigido, odió la tensión que había entre ellos, y odiaba todavía más que le hubiera obligado a poner esa distancia entre los dos. Sencillamente, Kendall no sabía cómo abordar el asunto.

Rick estiró el brazo sobre el respaldo de su asiento en un gesto masculino y despreocupado que le flexionó los músculos de los antebrazos y le ciñó la camiseta al ancho tórax.

– Hannah me ha dicho que vendes la casa y te vas del pueblo. -Habló sin un atisbo de emoción o afecto.

Después de la intimidad que habían compartido, era como si estuviera sentada delante de un desconocido. También odiaba esa sensación y se le formó un nudo enorme en la garganta que se mantuvo ahí. «Esto es lo que querías, Kendall -se recordó-. Sin ataduras, sin vínculos, sin apego. Sólo la libertad de hacer las maletas y trasladarte a voluntad. Ninguna relación que pueda dejarte atrás o apartarte.» Nadie que tuviera la capacidad de hacerle daño.

Exactamente la vida que siempre había elegido y la que había decidido retomar la noche anterior. Pero si había recuperado el estilo de vida que prefería, ¿por qué se sentía tan mal en esos momentos? Kendall tenía un presentimiento, y la respuesta la asustaba tanto que se negaba a abordar las emociones asfixiantes que amenazaban con aflorar.

«Céntrate en lo material», se dijo.

– Todavía no la he tasado, pero Tina Roberts me ha llamado y cree que puede conseguir una cantidad de dinero considerable por la casa y la finca. Menos, debido a la condición que he exigido, pero suficiente dinero para que Hannah y yo volvamos a empezar. En algún sitio. -Sus propios pensamientos y palabras amenazaban con ahogarla y se había visto obligada a tragarse el nudo que se le había formado en la garganta antes de continuar-. Probablemente nos vayamos a Arizona.

Rick asintió y apretó la mandíbula, claramente reacio a darle la satisfacción de que viera los sentimientos que le provocaban sus palabras.

– ¿Qué condición? -preguntó.

– Que Pearl y Eldin se trasladen a la casa de invitados y vivan ahí sin pagar alquiler. Siempre y cuando conserven bien la casa; espero que alguien acepte. No puedo obligarles a vivir en otro sitio. -No se imaginaba a la pareja de ancianos que vivía en pecado viviendo en un lugar que no fuera la casa de tía Crystal.

– ¿Ya se lo has dicho?

Kendall negó con la cabeza. Otro asunto al que se veía incapaz de enfrentarse. Pero independientemente de sus sentimientos, tenía la obligación de explicarle a Rick por qué de repente se mostraba tan distante con él. Se había portado muy bien con ella y su hermana y había sufrido mucho en el pasado. No quería que pensase que él había hecho algo mal o que era el motivo de su incapacidad de echar raíces en un sitio.

– Rick, mira, quiero que sepas…

– No. -Sus ojos despedían chispas de ira, dolor y traición, sentimientos que se reflejaban también en la expresión de su rostro tenso-. No te disculpes ni me digas lo mucho que me aprecias.

– ¿Aunque sea verdad? -Se frotó las manos en los vaqueros.

Rick se encogió de hombros.

– ¿De qué me sirve a mí? ¿O a ti, ya puestos? Además, desde el primer momento me dijiste que no te quedarías. Sólo que pensé que este pueblo y su gente encontrarían un hueco en tu corazón. Igual que yo.

Kendall parpadeó para evitar las lágrimas.

– Tú lo has encontrado.

Rick no alteró el semblante serio.

– ¿Y qué? Tus palabras no cambian nada de nada. Eres incapaz de comprometerte, te niegas a enfrentarte a tus miedos. -Se levantó del asiento y de repente pareció un gigante, tanto en estatura como en la fuerza de sus emociones-. ¿Y sabes qué?

– ¿Qué? -susurró ella.

– Que me has decepcionado.

La tenue luz de sus ojos respaldaba la dureza de sus palabras y Kendall se estremeció. Había esperado muchas emociones de Rick, sobre todo enojo. No había previsto su profunda decepción, y se sentía increíblemente pequeña y derrotada por haberle fallado.

Todas las vivencias que había tenido desde su llegada al pueblo le habían resultado ajenas y novedosas. Aterradoras para alguien que nunca había sabido lo que eran la estabilidad o la familia. ¿Cómo se atrevía Rick a criticarla por ello?

– Bueno, siento mucho haberte decepcionado, agente Chandler. Pero como tú mismo has dicho, fui sincera contigo desde el primer día.

– Y corroboraste tus palabras con actos. Felicidades. -Dio una palmada con gran lentitud-. Viniste aquí huyendo de una situación en Nueva York y te marcharás de aquí del mismo modo. Huyendo de mí. -Apoyo la mano en la mesa y se inclinó hacia ella-. Pero Kendall, no olvides que no puedes huir de ti misma ni de tus sentimientos. Algún día te darán alcance. Me perdonaras que no espere a que llegue ese momento.

Enderezó la espalda y la miró a los ojos fijamente.

– Siento que suene tópico, pero teníamos el mundo en nuestras manos. -Negó con la cabeza, se dio la vuelta y se marchó.

No volvió la vista atrás ni un solo instante antes de salir por la puerta, pero sus palabras permanecieron hasta mucho después de que se hubiera marchado, como un eco en el interior de la cabeza de Kendall hasta que le pareció que la machacaban.