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– Oh, Dios mío. -Apoyó la frente entre las manos.

– La has cagado, ¿verdad? -La condena verbal de Hannah llegó a continuación de la marcha abrupta de Rick.

Kendall alzó los ojos llorosos y miro a su alrededor antes de lidiar con su hermana. Estaban rodeadas de curiosos ansiosos por escuchar parte de la siguiente confrontación de Kendall. Joder, lo único que les faltaba era tomar notas.

Como el día iba de mal en peor, pensó que lo mejor era hacer frente a Hannah de una vez y miró fijamente a su hermana, que estaba a la expectativa.

– ¿Qué? ¿La has cagado con Rick o no?

– Supongo que depende de tu definición de cagarla.

Era evidente que Hannah se había retocado el pintalabios rosa chillón mientras estaba en el baño, y sus labios carnosos y maquillados dibujaron una mueca de desagrado.

– Te he dejado a solas con el. Lo único que tenias que decirle era que te quedabas. Decirle que le querías. Decirle algo, pero no, no le has dicho eso, ¿verdad? Y ahora se ha largado -dijo alzando la voz, presa de la histeria.

– Hannah, por favor. -Kendall cerró los puños y trató de contener la cada vez mayor sensación de bochorno. A Kendall había llegado a importarle lo que pensara aquella buena gente-. ¿Te importaría bajar la voz?

– ¿Por qué? -preguntó Hannah prácticamente a voz en grito-. Ya te está mirando todo el mundo. Lo cual me recuerda que he oído a alguien en el baño diciendo algo sobre una foto tuya anoche. ¿Qué foto? -Apenas hizo una pausa para respirar-. ¿Qué me perdí? ¿Y hasta qué punto la has pifiado con Rick?

Kendall gimió y apoyó la cabeza en las manos para masajearse las sienes doloridas. Estaba mareada y había empezado a sentir náuseas.

– ¿Kendall? -llamó Hannah, bajando la voz esta vez.

– ¿Qué? -Apenas alzo la vista para responder. Le dolía la cabeza y estaba emocionalmente exhausta, pero Hannah no se daba por vencida.

– ¿Te he dicho que he atascado el retrete de Norman y que se está desbordando?

– Oh, Dios mío. -Eso hizo que a Kendall volviera a circularle la adrenalina. Se puso en pie de un salto y le hizo una seña a Izzy.

– Un momento -le dijo la mujer.

– Pero… -Kendall intentó alcanzarla pero Izzy desapareció en la cocina, para salir a continuación con una bandeja de comida y encaminarse en la dirección contraria.

– No ha sido culpa mía. Quiero decir que no lo he hecho a propósito, te lo juro -se apresuró a decir Hannah.

– ¿Que no lo has hecho a propósito? ¿Y eso lo dice la chica que obstruyó el retrete de la sala de profesores en Vermont Acres?

Su hermana tuvo el detalle de sonrojarse antes de soltar su explicación inconexa.

– La papelera estaba llena y las toallas de papel para secarse las manos no paraban de caer al suelo. -Gesticuló de forma desenfrenada-. Y normalmente me habría dado igual, ¿sabes? Pero como siempre me dices que sea educada y lo deje todo limpio, intenté echarlas al retrete y tirar de la cadena. ¿Lo ves? No lo he hecho a propósito. -Se encogió de hombros demasiado inocentemente según Kendall.

– ¡Isabelle! -gritó Norman desde la sala posterior-. El dichoso retrete se está desbordando. -El dueño del restaurante no parecía muy contento.

Kendall se hundió en la silla. Intentó en vano contener las lágrimas y, como no funcionó, ocultó la cabeza entre las manos para llorar y reír a la vez, como una histérica.

Su vida se había convertido en un desastre absoluto. Y, teniendo en cuenta el comportamiento de Hannah, sus preguntas inquisidoras y lo que la presionaba para que se reconciliara con Rick, la situación no tenía visos de mejorar en un futuro inmediato.

Capítulo 14

Kendall volvió como pudo a casa tras el incidente de Norman's. Había dejado que Hannah se fuera con Jeannie y sus padres mientras ella se quedaba hasta la llegada del fontanero y conseguía que, tras mucho insistir, le dejaran pagar la factura. Se detuvo al llegar al porche delantero, cuando el fácilmente reconocible aroma del chocolate la embargó y le dio la inyección de energía que tanto necesitaba.

Se arrodilló delante de la bandeja cubierta con papel de aluminio que había en el suelo y desplegó la nota de la parte superior para leerla en voz alta:

Querida Kendalclass="underline"

El alimento que más reconforta en el momento en que más lo necesitas. Es lo mínimo que la familia puede hacer por ti. No hagas caso de las habladurías y pronto les aburrirá el tema.

Besos y abrazos.

Pearl y Eldin

«Es lo mínimo que la familia puede hacer por ti.» Familia.

Daba la impresión de que la palabra surgía una y otra vez, burlándose de ella. Hasta su llegada allí, Kendall se había considerado una persona más bien solitaria que con contactos, sobre todo contactos familiares. Los había mantenido a todos en la periferia de su mundo, incluso a Hannah. Y las dos habían pagado por ese error, pensó Kendall con tristeza.

No obstante, ahí estaban Pearl y Eldin, a quienes acababa de conocer, preocupados por sus sentimientos y acogiéndola en su vida porque la apreciaban. Igual que Raina Chandler, que Charlotte y Roman, que Beth… La lista de personas que le tenían afecto a Kendall parecía interminable. Y ¿acaso ella no los apreciaba también?

Se secó una lágrima que ni siquiera había advertido que le surcaba la mejilla. Y encima estaba el asunto de Pearl y Eldin, pensó mientras se comía un brownie. ¿Cómo iba a decirles que tenían que dejar la casa grande e irse a la pequeña para que ella pudiera vender la otra a sus espaldas?

Del mismo modo que le había dicho a su hermana que se la llevaba de Yorkshire Falls, así. E igual que había hecho caso omiso de la declaración de amor de Rick. «Te quiero», le había dicho. Y ella se había marchado de todas formas. Sintió un escalofrío a pesar del calor que hacía y se dio cuenta de que no se había movido del porche.

Exhaló un suspiro, recogió la bandeja de brownies y entró Feliz fue directamente a ella para recibirla en la puerta delantera. Meneó la cola, se le subió encima y estuvo a punto de hacer que se cayese la bandeja con las patas delanteras.

– Feliz, abajo.

Su tono serio funcionó. El perro se sentó junto a sus pies sin dejar de mover la cola con alegría.

– Por lo menos alguien se alegra hoy de verme.

Dejó sus cosas en la cocina, dedicó al perro las atenciones que deseaba y él le correspondió dándole lametones y frotándose contra ella con una efusividad difícil de controlar.

La quería incondicionalmente y lo único que pedía a cambio era que ella le quisiera a él. A pesar de que habían sido dos perfectos desconocidos hasta la noche anterior, Feliz confiaba en que Kendall le proporcionara el hogar y el amor que deseaba.

Y se lo daría. Así pues, ¿por qué ella no era capaz de tener esa misma confianza en otras personas? ¿Cuándo se había vuelto su vida tan complicada?, se preguntó Kendall. Se acercó a la ventana, seguida de Feliz, y contempló el jardín, la extensión de hierba verde y árboles que recordaba de su infancia. La imagen hizo que se remontara a las meriendas con tía Crystal, en las que los invitados eran los animales disecados. En esos momentos, Kendall se dio cuenta de que su tía utilizaba los animales como peso para evitar que el viento se llevara los paños de cocina. Pero no le importó. Los animales se tomaban el té y no contradecían ni interrumpían sus historias.

Tía Crystal tampoco. Una sonrisa asomó a sus labios ante ese maravilloso recuerdo. Un recuerdo que no le causaba dolor, sólo consuelo, y abrazó al perro. Gracias a esa evocación respondió a la cuestión que se había formulado con anterioridad. Kendall no podía tener la misma confianza ciega que Feliz porque era humana. Tenía recuerdos, buenos y malos, que conformaban la persona en quien se había convertido. Una persona vacía y desconfiada, pensó entristecida.