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– Es… es espectacular. -Los ojos se le llenaron de lágrimas porque sabía que no se merecía algo tan hermoso y valioso.

– Pensé que, como era la segunda vez para ambos, podíamos prescindir de lo típico y elegir algo más personal. El zafiro me recuerda el azul de tus ojos -dijo él con voz repentinamente áspera. A continuación se arrodilló-. ¿Me harías el honor de convertirte en mi esposa?

La belleza tanto del anillo como del gesto la pillaron desprevenida y se emocionó tanto que casi no podía respirar ni hablar.

– ¡Te has quedado callada! -Eric esperó unos instantes antes de cogerla de la mano con expresión ansiosa-. ¿Puedo interpretarlo como un sobrecogido sí?

Sin saber muy bien cómo, Raina alcanzó a asentir nerviosa con la cabeza.

– Sí, sí. -Y antes de que tuviera tiempo de darle un caluroso abrazo, sonó el timbre interrumpiendo la situación.

Eric se sentó sobre los talones.

– Qué oportunas -farfulló-. Deben de ser mis hijas.

– No podemos decírselo todavía. -Raina sostenía el estuche con reverencia, contemplando el anillo que representaba el comienzo de una nueva vida. Una vida feliz como pareja, la esposa del hombre que amaba-. No hasta que se lo comuniquemos juntos a todos nuestros hijos. Quizá podríamos organizar una cena.

Se sintió embargada por el cariño sólo de pensarlo.

– Oh, una cena familiar. Yo podría cocinar e invitar a todo el mundo… -Después de que Chase se enterara de que estaba bien de salud-. Pero necesito un poco de tiempo. Hasta que Rick y Chase se aposenten. Por favor, Eric. Necesito que mis hijos sean felices para poder serlo yo totalmente.

El timbre volvió a sonar.

– Un momento -gritó Eric-. Ya voy.

La miró con los ojos entrecerrados.

– ¿Sabes?, esperaré sólo hasta que Rick y Kendall arreglen su situación de un modo u otro, para bien o para mal. Y entonces anunciaremos lo nuestro.

Raina sabía de antemano que tendría que negociarlo con él y le agradecía que comprendiera su necesidad de esperar. Y también que entendiera su impulso de asegurarse de que sus hijos no se privaban de lo mejor de la vida.

Pronto llegarían los nietos, supuso. Eso esperaba. Le dedicó una sonrisa radiante.

– Te quiero por aceptarme como soy.

Eric le dio un beso dulce y cariñoso en los labios y Raina sintió un cosquilleo en el cuerpo, una combinación de novedad y familiaridad a la vez, antes de recostarse en el asiento y sonreír.

– Lo menos que puedo hacer es aceptarte, porque tú también acabarás conociendo mis defectos. -Se rió abiertamente satisfecho-. Además, te quiero, Raina.

Raina exhaló un suspiro con el corazón más lleno de felicidad de la que una persona tenía derecho en la vida. Y ella la había encontrado dos veces.

– Yo también te quiero. Y ahora deja entrar a tu hija y su familia.

Eric se levantó e hizo una mueca.

– No te preocupes, querida. Te mantendré joven. -Se rió entre dientes y luego le quitó el estuche de terciopelo de las manos-. Y me quedaré con esto hasta que estés preparada para revelar nuestro pequeño secreto. -Se lo guardó en el bolsillo-. Es un incentivo añadido para que aceleres las cosas. -Le guiñó el ojo y se encaminó a la puerta.

– Ni siquiera sé si me va bien -pensó Raina en voz alta permitiéndose un mohín. Pero sabía que no le había dado elección. Tras haber visto el anillo y el amor en los ojos de Eric, se moría de ganas de llevarlo y de anunciar al mundo que tenía la suerte de ser la elegida por aquel hombre.

Se le ocurrió una idea que hizo que se estremeciera. Eric quería que acelerara las cosas y eso haría. Empujando a Rick y a Kendall en la dirección adecuada.

Kendall hizo trizas la tarjeta de la agente inmobiliaria y dejó caer los pedacitos en la basura en forma de cascada. No iba a trasladarse, no iba a marcharse de Yorkshire Falls, no iba a huir. Ir a Arizona suponía eso y su futuro estaba allí. Por primera vez en su vida se enfrentaba a sus temores e intentaba cumplir sus sueños. Y aunque la idea le aterraba, nunca antes había estado tan segura de una decisión.

El sonido del teléfono móvil interrumpió sus pensamientos. Lo primero que haría para cimentar su condición de residente sería darse de alta en la compañía de teléfonos y tener una línea fija, decidió, mientras abría su diminuto móvil.

– ¿Diga?

– Hola, Kendall. Soy Raina. No tengo mucho tiempo para hablar, así que escucha.

Kendall se rió por lo bajo. Le encantaba la madre de Rick y cómo se encargaba de las cosas discretamente.

– ¿Todo bien? -preguntó Kendall.

– No me gusta entrometerme -dijo Raina pero se retractó rápidamente-. Bueno, sí me gusta entrometerme, así que perdóname por volverlo a hacer. Aunque te marches del pueblo, tengo una información que creo que puede interesarte.

Kendall respiró hondo.

– Raina, no voy a vender la casa de tía Crystal.

Sólo que Rick todavía no lo sabía y su hermana tampoco. No había visto a Hannah, que había preferido dormir en casa de Jeannie en vez de estar con ella. Y todavía no había hablado seriamente con Rick. No tenía forma de saber cuánto daño le había infligido. Un hombre al que habían traicionado, un hombre que aun así le había abierto su corazón, y ella se lo había pisoteado.

Kendall negó con la cabeza. No se merecía su perdón ni su amor, aunque deseaba ambos. Pero aunque Rick la rechazara, Yorkshire Falls era su hogar, y lo había sido desde que tía Crystal la acogiera. Lástima que hubiera tardado tanto en reconocer la verdad. Habría ahorrado mucho dolor a varias personas.

– Kendall, ¿me has oído? He dicho que me alegro mucho de que no la vendas. Tu tía estaría encantada -exclamó Raina, transmitiéndole su alegría y emoción sinceras a través de la línea telefónica.

– Gracias. -Kendall exhaló, agradecida por la calidez y compasión de la mujer-. Pero me gustaría decírselo personalmente a Rick.

– Por supuesto. Y ahora que lo sé, mi información parece más importante que nunca.

Las palabras de Raina despertaron la curiosidad de Kendall, que era precisamente lo que ella quería.

– ¿Qué sabes, Raina?

– Sé quién cambió las fotos en el pase de diapositivas del otro día. Quién te la jugó. Un momento. Estoy en la entrada de Norman's y no quiero que nadie me oiga.

Mientras Raina hacía una pausa, la expectación de Kendall iba en aumento. Ahora que había planeado forjarse una nueva vida, empezando por la decisión de quedarse allí, tenía que plantearse qué hacer a continuación. Enfrentarse a la persona que tantas ganas tenía de echarla del pueblo sería un comienzo estupendo. Luego se presentaría ante Rick.

– Fue Lisa -susurró Raina.

Kendall negó con la cabeza. Rick había tenido ese presentimiento, pero a Kendall seguía costándole imaginar a una maestra de escuela recurriendo a tales extremos por un hombre. De todos modos, tendría más sentido que fuera Lisa -y Kendall se quedaría más tranquila- porque ésta no disimulaba su desprecio, en vez de cualquier otra persona en la sombra sin motivos para odiarla. Los celos de Lisa habían resultado obvios desde el comienzo.

– Me parece absurdo -dijo Kendall, expresando en voz alta su incertidumbre-. No dudo que lo hagas con buena intención, pero no puedo enfrentarme a alguien sin pruebas.

– A ver qué te parece esto como prueba. Mildred, la de la oficina de correos, lleva años dejando, cómo decirlo con delicadeza, catálogos de lencería raritos en el buzón de Lisa.

Kendall inhaló con fuerza.

– ¿Mildred mencionó alguno en concreto?

Raina se echó a reír.

– Sabía que me lo preguntarías, así que por supuesto que le pedí más información a Mildred. Parece ser que Lisa lo recibe todo, desde Victoria's Secret a Feminine and Flirty pasando por Risque Business. ¿Te suena alguno?