Respiró hondo y se sintió como si hubiera encontrado su hogar.
– Yo también quiero lo mismo. -Se le quebró la voz y una lágrima se le deslizó por la mejilla-. Pero ¿y si me entra el pánico? Nunca he vivido demasiado tiempo en el mismo sitio, nunca he pensado en el futuro. Ante el menor atisbo de problema, mi reacción es huir, rechazar a una persona o un lugar antes de que me rechacen a mí. Me he dado cuenta de que eso es lo que hago. Y si…
– Chis. -Le puso un dedo en los labios-. Deja de pensar en «y si». No ahora que entiendes por qué siempre huías. Si te entra ese pánico, me daré cuenta. O tú te darás cuenta y vendrás a mí, porque eso es lo que hacen las personas que se quieren. Y lo hablaremos -dijo antes de sellarle la boca con la suya, la promesa y el amor palpables en el recorrido de su lengua y en la forma posesiva con que se apoderó de sus sentidos.
Rick la conocía, la comprendía y la aceptaba a pesar de los pesares. Kendall levantó las manos y le cogió el rostro entre las palmas para gozar de un acceso mejor y más profundo a la calidez húmeda de su boca antes de acabar separándose.
– Nunca pensé que encontraría un hogar -musitó.
– Pues está aquí mismo, cariño. -Sus labios se cernieron sobre los de ella-. Conmigo.
– Mmm. -A pesar de que sabía que cierto temor la acompañaría durante algún tiempo, Kendall se sentía segura, amada y querida por primera vez en su vida. Sentimiento que transmitiría a su hermana y a los hijos que tuvieran. El cariño que sentía en su interior le ensanchaba el pecho.
– ¡La madre de Dios! -El grito de Hannah resonó en el pasillo-. ¡Jeannie, ven aquí a ver esto! Y trae a la señora Chandler. Me refiero a Raina. Trae a Raina. ¡Yuju!
Kendall se sonrojó, y notó que el calor le subía rápida y furiosamente a las mejillas mientras Rick se limitaba a enderezarse y reír.
– Supongo que más vale que me vaya acostumbrando a este tipo de interrupciones, ¿no?
– Quizá aprenda a llamar antes a la puerta -sugirió Kendall esperanzada.
– ¿Nos quedamos? ¿Nos quedamos? -preguntó Hannah, con los ojos muy abiertos y expresión esperanzada.
Kendall sonrió ampliamente.
– Nos quedamos.
– ¿Dónde vamos a vivir? ¿Podemos trasladarnos a la casa principal? Pearl dijo que la espalda de Eldin no se resentiría tanto en la casa de invitados, pero que no quería decírtelo porque estabas preocupada por el escándalo -divagó Hannah.
Kendall miró a Rick mientras la cabeza le daba vueltas.
– No hemos decidido tantas cosas, mequetrefe -le dijo a Hannah.
– Bueno, vale, de acuerdo. Ya lo hablaremos más adelante. Quiero que mi habitación sea violeta. Rick, ¿podrás pintar de color violeta la habitación que me toque?
Kendall observó conmocionada a su repentinamente eufórica hermana.
– Ya hablaremos de la habitación violeta en otro momento. ¿Cómo has entrado? ¿No te dijo Norman que no quería verte por aquí hasta el siglo que viene?
– Sí, pero me lo he camelado -repuso Hannah con total desparpajo.
Rick miró a su hermana.
– ¿Y cómo se hace eso?
– Le he ayudado a lavar los platos esta mañana y me lo he metido en el bote. ¿Esto significa que puedo llamarte papá? ¿O tío Rick? O ¿qué te parece Hey Cooper? -Hannah se echó a reír, más feliz de lo que Kendall la había visto en toda su vida.
– No sé cómo tienes que llamarle a él, pero a mí mejor que me llames abuela -dijo Raina apareciendo por detrás de Hannah. Miró a Rick de hito en hito-. ¿Lo ves? Ya te dije que en mi futuro veía nietos. -Rodeó con los brazos a la muchacha y la abrazó cada vez con más fuerza.
– No puedo respirar -chilló Hannah.
– Y ella no puede hablar. Sigue abrazándola, mamá. -Rick se rió por lo bajo mientras Hannah le dedicaba una mueca de fastidio que se transformó en una amplia sonrisa en cuanto Raina la soltó.
– ¿Significa eso que dejarás en paz a Chase? -preguntó Rick-. Ya nos tienes colocados a Roman y a mí. Creo que deberíamos ir a The Gazette y contarle juntos la verdad.
– ¿Qué verdad? -preguntó Kendall, confundida y curiosa.
– Luego te lo cuento -le susurró Rick al oído-. Cuando estemos desnudos y solos -le dijo con voz incluso más baja, rozándole la mejilla.
– Eh -dijo Hannah observándoles. Pero la sonrisa no desaparecía de su rostro.
Y cuando Kendall se encontró con la mirada encendida de Rick, supo exactamente cómo se sentía su hermana. Vértigo, felicidad, incredulidad y una gran cantidad de amor alojados en su interior cuando pensaba en el futuro. Todo era posible porque se había enfrentado al pasado.
Kendall había llegado al pueblo huyendo y había acabado encontrando la vida que siempre había soñado y el hogar y la familia que nunca había tenido. Había domesticado tanto a sus demonios personales como al seductor del pueblo. No estaba mal, se dijo.
Carly Phillips
Dejó su carrera de abogada para convertirse en escritora con Brazen (Una semana en el paraíso) en 1999, desde entonces ha publicado más de 20 novelas rn dos sellos Harlequín y Warner, que siempre suelen aparecer en las listas de los más vendidos del The New York Times o el Publishers Weekly.
Ha sido nominada en varias ocasiones a los premios más prestigiosos del género, como el Romantic Times Reviewer's Choice, y ha obtenido diversos galardones, incluidos el SARA Rising Star for Best Short Contemporary y el Bookseller's Best.
Carly vive en Purchase, New York con su marido, sus dos hijas pequeñas y un juguetón Wheaton Terrier. Su pasatiempo favorito es leer, le gusta escuchar opera y le encanta recibir correos de sus lectoras, ya sea por mail o por correo normal. Contacta con ella a través de su página web http://www.carlyphillips.com.