Se dispuso a desabotonar el primer botón nacarado cuando cayó en la cuenta de lo muy íntimo que era aquello. Estaba en el baño, desvistiendo a una novia. No se sintió acosado por los recuerdos porque Jillian y él se habían fugado, Rick de uniforme y Jillian con un vestido premamá. En esos momentos ya había superado el dolor y olvidado el amor. Las últimas noticias que tenía de ella eran que Jillian y su marido estaban felizmente casados con tres hijos, y que vivían en California. Todo aquello estaba bien enterrado en el pasado, salvo por las lecciones aprendidas, pensó Rick.
Por eso le sorprendían esa novia y las sensaciones que le provocaba. Aunque Kendall no era su «novia», eso no cambiaba para nada lo que le hacía sentir. La idea le habría preocupado mucho más si Kendall pensara quedarse en el pueblo.
Volvió a concentrarse en lo que tenía entre manos; desabotonó un botón y luego otro y le vio la piel, como de porcelana. Tenía un cuello largo y esbelto y una espalda tan tersa que le apetecía besársela, deslizarse con la lengua por la columna y saborearla centímetro a centímetro.
– Oh, ya me siento mejor -dijo con una exhalación larga que casi pareció un orgasmo.
Si no fuera porque él ya estaba sudoroso por el calor, habría comenzado a sudar entonces copiosamente. Se inclinó hacia abajo, apenas a unos centímetros de materializar su fantasía, y entonces ella alargó la mano y, como sin querer, se apartó unos mechones de pelo de la nuca. Rick no pudo seguir resistiendo la tentación. Al inhalar su fragancia, le recorrió con los labios la piel sedosa, cálida y húmeda por la temperatura.
Kendall se estremeció y suspiró, pero no se hizo a un lado ni lo apartó. Buena señal, pensó Rick, y la situación mejoró cuando ella volvió la cabeza y unió sus labios a los de Rick.
Éste cerró los ojos mientras ella respondía a la petición no expresada y le dejaba saborearla por primera vez. Su boca era cálida, suave y generosa, y se alimentaba con tal intensidad de Rick que temía que lo consumiera. El corazón le palpitaba y comenzaron a sudarle las manos, algo ridículo para un hombre de casi treinta y cinco años que había besado a unas cuantas mujeres, aunque las reacciones que Kendall le había provocado habían sido intensas desde el principio. Le tocó los labios con la lengua y sintió que lo devoraban las llamas de la pasión; pero antes de que pudiera penetrar en su húmeda boca, Kendall se separó.
– Perdona, pero me siento rara -le dijo cabizbaja, sin mirarle.
Y Rick que creía que ella había mostrado predisposición.
– No puede decirse que te hayas negado -repuso, como si le hubieran golpeado en los bajos.
Kendall se irguió, le miró y parpadeó sorprendida.
– No, no me he negado. -De repente abrió más los ojos, como si acabara de entenderlo-. ¿Creías que el beso me había resultado raro? Oh, no. El beso ha sido fabuloso. -Esbozó una sonrisa azorada-. Pero la postura era incómoda, como esta conversación. -Movió la cabeza y se sonrojó. Luego se llevó la mano a la nuca y comenzó a masajearse los músculos que había forzado durante el beso.
Aliviado, Rick rompió a reír antes de darse cuenta de lo mucho que le habría dolido que ella lo hubiese rechazado.
– Te masajearía yo mismo, pero creo que nos meteríamos en un buen lío.
– ¿Y como agente de la ley tienes que evitar esos líos? -Lo miró con expresión picara, dándole a entender con claridad lo que pensaba.
– No cuando no estoy de servicio -contestó él antes de poderlo evitar.
Ella soltó una carcajada.
– Me gustas, Rick Chandler.
– El sentimiento es mutuo, señorita Sutton. -Le sonrió. Joder, podría tomárselo en serio con esa mujer. ¿No resolvería así su problema?
Una relación con Kendall obligaría a su madre y a la miríada de mujeres que le enviaba a dejarlo en paz. La llegada inesperada de Kendall despertaría todo tipo de rumores. Las mujeres más precavidas del pueblo se mantendrían al margen hasta que supieran si Rick salía o no con la recién llegada, pero las más atrevidas, como Lisa, necesitarían un mensaje claro e inequívoco. Un mensaje como Kendall, el pelo rosa y el vestido de novia.
Tampoco es que pretendiera que Kendall le ayudase a fingir que estaban juntos para mantener a raya a las otras mujeres. Ni siquiera pensaba sugerírselo, pero desde luego el plan le parecía divertido.
– Todavía no te he desabrochado el vestido -dijo finalmente.
– Estoy esperando.
Rick apretó los dientes y terminó de desabotonárselo sin hablar demasiado, concentrándose únicamente en lo que tenía entre manos y no en la piel de su espalda.
Se detuvo al llegar a la cintura.
– ¿Qué te parece si te dejo sola para que termines de desvestirte? -Porque el siguiente paso sería bajarle la parte superior del vestido y dejarle los pechos al descubierto. Y luego deslizarle el vestido hacia abajo por las piernas y luego…
– Sería lo mejor. -La voz de Kendall puso fin a su fantasía.
– Dejaré la puerta abierta. -Se dirigió hacia la salida-. Grita si necesitas algo.
– Eso haré. -Le dedicó una sonrisa de agradecimiento.
– Perfecto. -Rick salió huyendo antes de satisfacer cualquier otra necesidad, ya fuera suya o de Kendall.
El vestido de novia le colgaba de la cintura mientras Kendall observaba su reflejo ruborizado en el espejo. Deseaba culpar al calor, pero sabía que los labios de Rick sobre los suyos, sus manos fuertes sobre su piel desnuda, eran los responsables.
Kendall no esperaba que Rick la besase, pero no podía pasar por alto la tensión sexual que se había acumulado entre ellos, ni tampoco el vínculo que había creado el dolor compartido. Además, él la había desvestido en parte. ¿Había algo más íntimo que eso? Cuando los labios de Rick le habían rozado la espalda… el cuerpo se le estremeció al recordarlo y los pezones se le endurecieron.
Kendall no solía ser descarada. Pero había querido verle la cara y por eso había vuelto la cabeza… encontrándose con sus labios. El beso la había trastocado. Rick era tan atractivo que se derretía con sólo mirarlo. Era tan fuerte y seguro de sí mismo que bastaba con que la tocase para saberse protegida. Hacía que se sintiese deseada y, con ello, Rick respondía a una necesidad que Kendall ni siquiera recordaba que existiese.
Siempre había sido la niña a quien nadie quería. Y aunque Brian la había deseado, nunca le había correspondido a nivel emocional. Su relación había sido un trato. Él le había conseguido los trabajos de modelo que ella necesitaba para pagar los gastos de su tía y ella había fingido ser su novia para ayudarle a superar un período de transición tras una ruptura. Si bien esa relación artificial había acabado convirtiéndose en verdadera, Kendall nunca había conectado con Brian.
Con Rick en cambio todo había sido distinto. Un beso le había bastado para sentir algo más que pura atracción física. Estar encerrada en aquel pequeño baño con él había sido una reclusión distinta. Una reclusión sensual que le habría gustado explorar más a fondo. ¿Por qué no? Aquella pregunta la sorprendió a sí misma.
Lo mismo que las respuestas. Había puesto final al compromiso con Brian y a una etapa importante de su vida hacía apenas unas horas. Aunque no estuviese enamorada de él, el proceso había sido traumático. Ya se le había pasado el mareo, pero se mojó la cara con agua fría, luego agitó la cabeza y se llevó las manos frescas a la nuca para refrescarse.
No podía pensar con claridad mientras sintiese la tentación de tener una aventura con aquel desconocido, pero eso era lo que él parecía querer. Al fin y al cabo, le había visto la expresión de deseo y había sentido el temblor en las yemas de sus dedos. A Kendall no le iban las aventuras o rollos rápidos con hombres que apenas conocía, pero Rick Chandler, con su fuerza y bondad, su franqueza y generosidad, por no mencionar lo muy atractivo que era, ponía a prueba su determinación.