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Acabó de quitarse el vestido y dejó toda la parafernalia nupcial amontonada en el suelo para ponerse ropa más informal. La boda formaba parte del pasado. Le esperaba una nueva vida. Le iría bien un poco de atención y cariño, pero aunque el agente Rick Chandler parecía el hombre perfecto para ello, no le parecía justo.

No podía utilizarlo de esa manera, por muy a gusto que se sintiese con él. Un hombre que siempre había vivido en el mismo sitio, que valoraba la estabilidad y la familia, no era el hombre idóneo para una aventura, si es que ella estaba dispuesta a ello. Y no lo estaba, se dijo a sí misma.

Una pena que su cuerpo se burlase de esa promesa. Se irguió y se encaminó hacia la otra habitación, no sin antes armarse de valor para protegerse contra una química que no podía controlar ni negar.

Rick caminaba de un lado a otro frente a la puerta del baño por si Kendall volvía a marearse y la oía desplomarse en el suelo.

Se sintió aliviado cuando, a los pocos minutos, la puerta se abrió, pero el alivio desapareció en cuanto vio la nueva indumentaria, que Kendall había sacado de la maleta que llevaba.

Una camiseta recortada, con motivos florales, dejaba al descubierto su vientre liso, y unos pantalones cortos deshilachados de color blanco resaltaban sus curvas y le permitían ver sus largas piernas. Tenía unas proporciones perfectas, lo cual hizo que la deseara aún más… algo que no habría creído posible.

Aunque toda ella estaba para comérsela, Rick era incapaz de apartar la mirada de la liga con volantes que todavía llevaba en el muslo.

– ¿Qué pasa? -Kendall miró hacia abajo-. ¡Oh, oh! -Las mejillas se le riñeron de un rosa similar al del pelo-. Con las prisas se me ha olvidado.

Se inclinó hacia abajo para quitarse la liga y deslizó la goma elástica por sus largas piernas. Piernas que Rick imaginaba alrededor de su cintura mientras le hacía el amor una y otra vez.

– Ya está. -Kendall se irguió y sus miradas se encontraron-. Parece que te fascina. ¿Quieres verla de cerca? -Sostuvo en alto la liga blanca y azul.

¿Y, según la tradición, ser el siguiente en casarse? «No, joder.» Pero ya era demasiado tarde. Kendall había arrojado la liga y no le quedaba más remedio que atraparla o dejarla caer al polvoriento suelo de madera. Con resignación, cogió al vuelo el objeto de la discordia.

– ¡Excelente! -Kendall aplaudió-. ¡Estoy impresionada!

– Pero dime que la tradición no vale de nada si la novia no dice «sí, quiero».

Kendall esbozó una sonrisa burlona.

– Tienes miedo. -Y soltó una carcajada.

– Soy poli. No tengo miedo de nada -repuso él. Pero si eso era cierto, ¿por qué le palpitaba el corazón y respiraba de forma irregular?

– Vale, tal vez no tengas miedo, pero parece que estés a punto de desmayarte. -Kendall se le acercó y le puso una mano en el hombro.

El contacto lo sobresaltó y lo disfrutó más de lo que debiera.

– ¿Puedo hacer algo por ti? -le preguntó.

Rick observó la maldita liga.

– Responde a la pregunta.

– Puesto que no me he llegado a casar y, en sentido estricto, no soy una novia, estoy segura de que la liga es inofensiva. ¿Te sientes mejor?

«No mucho», pensó Rick. Kendall seguía con la mano sobre su hombro y él notaba cómo su calor le atravesaba la camisa azul de policía. Volvió a observar aquel cuerpo increíble.

– Parece que estás más cómoda -dijo, cambiando de tema.

Ella sonrió.

– Ni te imaginas lo bien que se está sin ese lastre.

Rick arqueó una ceja.

– ¿Una mujer que comparte mi visión del matrimonio? Imposible. -No se imaginaba a una mujer a quien aterrorizase ver un vestido de novia. Pero sólo había una Kendall. No le sorprendía que le gustase.

– ¿Es que nunca has conocido a una mujer independiente?

– No en el pueblo. Todas quieren casarse.

Kendall abrió los ojos como platos.

– Tiene que haber mujeres que quieran vivir solas. Libres para hacer lo que quieran cuando quieran.

– ¿Es ése tu modus operandi? -preguntó Rick.

Kendall asintió. Rick la había calado en seguida.

– Nunca echo raíces -respondió sonriendo.

– ¿Por qué?

La respuesta tenía que ver con el pasado. Al ir de un lugar a otro continuamente, no se apegaba a nada ni a nadie. Pero no creía que Rick necesitase o quisiese estar al tanto de sus complejos personales.

– Ni idea -replicó encogiéndose de hombros.

– Tu infancia. -Era obvio que Rick recordaba haber oído hablar de su pasado-. Pero ahora ya no te hace falta seguir cambiando de casa. ¿Te has planteado permanecer en algún lugar durante una buena temporada?

– Ni en sueños. -Ya lo había hecho, ya sabía lo que significaba, pensó Kendall-. Acabo de pasar dos años en Nueva York para estar con tía Crystal y poder pagar las facturas de la residencia. Ha llegado el momento de que la prioridad sea yo misma.

Rick asintió, comprensivo.

– ¿Por qué no nos sentamos? -sugirió ella.

– Esto es lo que hay. -Rick señaló el sofá cubierto con una tela así como el resto del mobiliario de la casa de invitados. Había pasado tanto tiempo desde que alguien se alojara allí que habría trabajo de sobra… incluso para una visita temporal.

Kendall se sentó junto a Rick en el sofá.

– Siento no poder ofrecerte un lugar más limpio y cómodo.

Rick se encogió de hombros.

– No importa.

– Entonces, háblame de las aspirantes a esposas perfectas -dijo ella, cambiando de tema.

Rick se rió.

– Tampoco hay para tanto. Mi madre está delicada de salud y cree que ha llegado el momento de que sus hijos sienten la cabeza y le den nietos. -Adoptó un semblante serio al mencionar la salud de su madre-. Ha iniciado una campaña sin precedentes, y las mujeres del pueblo están más contentas que unas pascuas.

Kendall recordó lo que Pearl había dicho sobre el hecho de que su madre se quejara de que no tenía nietos. Obviamente, eso no era todo.

– Pobrecito. Todas las mujeres del pueblo persiguiéndote… -Se echó a reír, aunque en parte sentía celos de no ser la única que lo encontraba atractivo. No es que deseara casarse y quedarse a vivir allí, pero entendía por qué las mujeres que sí querían ese futuro lo consideraban el hombre perfecto.

– Créeme, es mucho más duro de lo que parece, sobre todo porque no me interesa lo más mínimo.

– Me sorprende que me lo expliques.

– Oh, te enterarías en seguida, sobre todo después de que Pearl le cuente a todo el mundo tu llegada a lo grande. -Se pasó la mano por el pelo oscuro-. Estarás marcada.

Kendall comenzó a reírse al recordar cómo Rick la había llevado en brazos hasta el interior de la casa mientras Pearl tarareaba la marcha nupcial al tiempo que reprendía a Eldin y recurría a la espalda de éste como excusa para evitar el matrimonio. Kendall habría mencionado que Eldin parecía dispuesto a llevar el anillo, pero percibió que Pearl tenía ideas muy claras al respecto. Al igual que la madre de Rick, al parecer.

Sin embargo a éste no le divertía la situación, por lo que Kendall entrelazó las manos y trató de ser sincera.

– Nadie creerá que te has casado sin avisar.

– Tal vez recuerden que no sería la primera vez. -Se le nubló la vista; era obvio que aquellos recuerdos le incomodaban.

Se había casado. Al parecer, se había fugado para casarse. No era de extrañar que se opusiese a la campaña de su madre. Se inclinó hacia adelante, sorprendida.

– Cuéntamelo.

– Ni en sueños -contestó. Se levantó y cambió de tema-: ¿Qué planes tienes?

Al parecer, los dos poseían unas murallas emocionales que no pensaban derribar. Kendall se moría por saber más detalles sobre Rick, pero él le había cerrado la puerta. Y puesto que ella no quería revelar detalles íntimos que podrían unirles, y mucho menos teniendo en cuenta que pensaba marcharse pronto, tendría que respetar la intimidad de él.