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Jack se encogió de hombros.

– Ya sabes que yo hago lo que sea para conseguir lo que quiero. Lo que quiero en estos momentos es un equipo maravilloso para que la compañía vaya bien, así que pasemos a los detalles.

Dicho aquello, le pasó a Samantha la información de diferentes campañas que se habían llevado a cabo a través de Internet. Samantha las estudió y, a continuación, hablaron de diferentes maneras de encarar nuevas campañas que redundaran en el aumento de beneficios de la empresa.

A medida que la conversación fue avanzando, Samantha se sintió cada vez más animada.

– Los niños son un filón que todavía está sin explotar -comentó-. Podríamos hacer un montón de cosas. Por ejemplo, programas de actividades extraescolares en la red y no me refiero únicamente a la típica ayuda con los deberes sino a programas interactivos que permitieran que niños de todo el país se pudieran poner en contacto -le explicó entusiasmada-. También podríamos ponernos de acuerdo para patrocinar determinados acontecimientos con los equipos de producción de películas famosas o de programas de televisión.

– Publicidad cruzada -comentó Jack.

– Sí. El potencial es enorme. Y eso en lo que se refiere a los niños pequeños porque para los adolescentes tengo un montón de ideas más.

– Los adolescentes tienen dinero y tiempo para gastarlo -comentó Jack-. Como verás, he hecho los deberes.

– Ya veo. Como cada vez hay más familias monoparentales y más casas donde trabajan ambos miembros de la pareja, los adolescentes suelen ser los que eligen qué se compra. De hecho, influyen a los adultos a la hora de tomar decisiones, desde qué cereales a qué coche comprar. Además, están más que familiarizados con los ordenadores. Para ellos, bajarse información de Internet es la cosa más normal del mundo.

– Veo que te interesa el trabajo.

– Ya te dije al principio que para mí este trabajo sería como estar en el paraíso y no lo decía como cumplido. Me encantaría ocuparme del departamento de Internet.

El entusiasmo de Samantha era palpable y contagioso y Jack estaba encantado. Sabía que Samantha era una persona que, cuando se ilusionaba con un proyecto, daba lo mejor de sí misma.

Lo había sorprendido gratamente ver su nombre en la corta lista de candidatos para el puesto porque habían trabajado muy bien juntos durante la carrera y sabía que era una mujer con la que era fácil trabajar en equipo y en la que se podía confiar.

– Si lo quieres, el trabajo es tuyo -le dijo-. La oferta formal te llegará a través del departamento de recursos humanos mañana por la mañana.

Samantha lo miró con sus grandes ojos verdes muy abiertos.

– ¿Hablas en serio?

– ¿Por qué te sorprendes tanto? Eres una mujer de talento, cualificada y, además, me siento muy cómodo trabajando contigo.

– Por cómo lo dices, cualquiera diría que soy un perro de rescate.

Aquello hizo sonreír a Jack.

– Si encuentras alguno que sepa manejar un ordenador…

Samantha se rió.

– Está bien, sí. Me interesa el trabajo, pero te advierto que soy una persona muy creativa y que quiero completo control sobre mi equipo.

– Trato hecho.

– No vamos a ir vestidos de chaqueta y corbata.

– Por mí, como si lleváis trajes de neopreno. Mientras hagáis vuestro trabajo, vestid como os dé la gana.

Samantha no estaba del todo convencida.

– Esto no es como el Derecho, Jack. Las respuestas no siempre están en los libros.

– No hace falta que me vengas con ese sermón -contestó Jack divertido-. Sé perfectamente que la gente creativa sois diferente. No hay problema.

– Muy bien, veo que estamos de acuerdo.

Samantha se puso en pie y Jack hizo lo mismo. Con tacones, solamente era un par de centímetros más baja que él. Jack dio la vuelta a su mesa y le tendió la mano.

– Déjale tu número de teléfono a la señorita Wycliff. El departamento de recursos humanos te llamará mañana a primera hora.

Samantha le estrechó la mano y, tal y como le había ocurrido al llegar, Jack sintió un cosquilleo seguido de una sensación de calor en la anatomía que había debajo de su cinturón.

Diez años después de haberse acostado con ella, Samantha Edwards tenía la capacidad de ponerlo de rodillas. Sexualmente hablando, claro. No tenía ninguna intención de que ella se diera cuenta. La relación que había entre ellos ahora era puramente laboral.

– ¿Cuándo puedes empezar? -le preguntó acompañándola a la puerta.

– La semana que viene -contestó Samantha.

– Muy bien. Me gusta tener una reunión con los empleados todos los martes por la mañana. Espero contar contigo para la próxima.

– Jack, quiero que sepas que estoy encantada con esta oportunidad y que mi intención es que mi fichaje sea bueno para la empresa.

– No lo dudo.

Samantha lo miró a los ojos.

– ¿Sabes? Yo sí tenía mis dudas, no sabía si me ibas a considerar para el puesto. Lo digo por nuestro pasado.

Jack fingió que no sabía de lo que le estaba hablando.

– ¿Lo dices porque nos conocemos de la universidad?

– No -contestó Samantha.

Jack esperó.

Samantha se sonrojó, pero no bajó la mirada.

– Lo digo por lo que sucedió aquella noche entre nosotros. Cuando… -carraspeó-. Bueno, ya sabes…

– Agua pasada -dijo Jack.

Lo cierto era que nunca había sido un hombre de estar constantemente rememorando el pasado. Ni siquiera las ocasiones especiales; ni siquiera si esa ocasión especial había sido una noche que lo había hecho creer en los milagros.

Posiblemente, porque cuando había amanecido se había enterado de que los sueños eran para los tontos y de que los milagros no existían.

A las tres en punto de la tarde, la señorita Wycliff llamó a la puerta del despacho de Jack.

– Pasa -le dijo Jack guardando el archivo con el que estaba trabajando en el ordenador y mirando a la que fuera secretaria de su padre.

– Los informes del día -anunció la mujer dejándole varias carpetas sobre la mesa.

– Gracias.

Jack frunció el ceño al ver la cantidad de papeles que iba a tener que leer. En teoría, lo sabía todo sobre cómo dirigir una empresa y tenía un master que así lo acreditaba, pero la teoría y la realidad a menudo tenían poco que ver y el suyo era uno de sus casos.

– ¿Qué tal está la gente? -quiso saber Jack.

– Por supuesto, echan de menos a tu padre. Era un hombre muy apreciado en la empresa. ¿Cómo no lo iba a ser? Era un hombre muy bueno.

Jack intentó poner cara de póquer pues sabía que su padre era un hombre de negocios que había vivido por y para su empresa y que nunca se había ocupado mucho de sus hijos.

Desde luego, eso no era lo que él entendía por ser una buena persona.

– Sí, han venido varias personas a mi despacho a decirme lo mucho que lo echan de menos -admitió Jack.

Había ido, por lo menos, una persona al día y Jack nunca sabía qué contestar.

La secretaria sonrió.

– Estamos todos encantados con que hayas venido tú a hacerte cargo de la empresa. Muchos de nosotros llevamos aquí muchísimo tiempo y no nos gustaría que le ocurriera nada a la compañía.

Jack tan sólo llevaba en su nuevo puesto un par de semanas, pero, por lo que había visto, la empresa iba maravillosamente bien y, en cuanto hubiera contratado a la gente apropiada, iría todavía mejor, así que no había motivo de preocupación.

– Tu padre estaba muy orgulloso de ti. ¿Lo sabías?

– Gracias -contestó Jack.

La señorita Wycliff sonrió.

– Solía decir que te iba estupendamente en tu bufete de abogados. Por supuesto, hubiera preferido que trabajaras en la empresa familiar, pero decía que tú preferías el Derecho, y que si el Derecho te hacía feliz, él también era feliz.

Jack recordó las desagradables conversaciones que solía tener frecuentemente con su padre sobre aquel tema.