Ella había creído que siempre viviría en Nueva York, creía que sabía lo que la vida le deparaba. Qué curioso que los sueños de una vida pudieran meterse en seis o siete cajas y que el hombre que ella creía que la iba a querer para siempre hubiera resultado ser un ladrón y un mentiroso.
Capítulo 2
– Estamos trabajando en, eh, las actualizaciones en estos momentos -dijo Arnie revolviéndose incómodo en su asiento-. Las primeras, eh, deberían estar listas, eh, para finales de mes.
Jack tuvo que hacer un gran esfuerzo para no hacer una mueca de compasión porque, en el bufete, los clientes estaban tan distraídos por los cargos de los que se les acusaba que no tenían energía para ponerse nerviosos y, en los juzgados, a Jack le importaba un bledo que sus preguntas molestaran a un testigo hostil.
Sin embargo, Arnie no era ni un cliente ni un testigo hostil sino un as del departamento de informática que, obviamente, estaba incómodo ante su nuevo jefe.
Jack hojeó el informe que tenía ante sí y miró a su empleado.
– Por lo que veo, vais según lo previsto -sonrió.
Arnie tragó saliva.
– Sí, la verdad es que nos lo hemos trabajado -contestó encantado-. Roger nos dijo que había que hacer las cosas bien.
A Jack le habría gustado que Roger, el jefe del departamento de informática, hubiera acudido a la reunión, pero no había podido ser.
– Vas a trabajar con Samantha Edwards. Se incorpora hoy. Es una mujer muy creativa y enérgica. Estoy seguro de que te impresionarán sus ideas -le dijo Jack a Arnie.
Y, acto seguido, se preguntó si también se impresionaría por su altura, su delgadez, su belleza y su sonrisa. Claro que, a juzgar por su aspecto pálido, su pelo muy fino y castaño, sus ojos claros, sus gafas, su camiseta, sus vaqueros y su postura de «por favor, no más daño», era obvio que Arnie era de esos chicos que jamás conquistaba a la chica.
– Había oído que íbamos a trabajar mucho con Internet -sonrió el chico-. Eso es bueno para mi departamento.
– Va a haber mucho trabajo -le advirtió Jack.
– No hay problema.
– Muy bien. En cuanto Samantha termine de organizar sus ideas, se pondrá en contacto con vosotros para explicároslas. Quiero que os coordinéis bien. Quiero una campaña agresiva, pero realista.
Arnie asintió.
– Está bien, puedo con todo eso, pero, eh, a su padre nunca le interesó Internet, siempre prefirió hacer publicidad de la empresa en la prensa.
Y ésa era precisamente una de las razones por las que la empresa tenía problemas de publicidad ya que los anuncios en prensa escrita eran mucho más caros que anunciarse en la red.
– A mí me parece que la publicidad en Internet es mucho más barata -opinó Jack-. Claro que supongo que tú, que trabajas en eso, lo sabrás mejor que yo.
– Sí, es mucho más barata y parece una idea fantástica, como a casi todo el equipo, pero… bueno, hay gente que no está tan de acuerdo…
– ¿Ah, no? -se extrañó Jack.
Arnie bajó la cabeza.
– ¿A quién te refieres exactamente? -insistió Jack.
– Bueno, mi jefe nunca ha sido muy amigo de los cambios -confesó Arnie.
– Aquí trabajamos en equipo.
Arnie bajó la cabeza un poco más y suspiró.
– Te prometo que no le hablaré de esta conversación a Roger, pero te agradezco que me lo hayas advertido.
– Gracias, se lo agradezco de verdad porque realmente me gusta mi trabajo y no me gustaría perderlo -dijo el chico sacudiendo la cabeza-. Eh, su padre era un gran hombre.
– Gracias -contestó Jack.
– Era un hombre paciente y amable que se interesaba realmente por todos sus empleados. Nos encantaba trabajar para él y fue un gran golpe para nosotros cuando murió.
Jack asintió. No sabía qué decir cuando la gente hablaba así sobre su padre. Describían a una persona a la que él no conocía.
En aquel momento llamaron a la puerta y, al levantar la mirada, Jack vio entrar a Samantha.
– ¿Llego tarde o pronto? -preguntó sonriente.
– Llegas justo a tiempo -contestó Jack fijándose en que, ahora que ya sabía que el trabajo era suyo, había dejado los pantalones negros y las chaquetas convencionales y había vuelto a vestir como a ella le gustaba de verdad.
Ese día llevaba una falda larga en tonos rojos, verdes y violetas, un jersey oscuro que le caía sobre las caderas, un pañuelo sobre un hombro, muchísimas pulseras y unos pendientes que sonaban cuando caminaba.
– Te presento a Arnie -dijo Jack señalando al hombre que tenía sentado frente a él-. Es del departamento de informática y va a trabajar contigo en la ampliación de Internet. Tú le dices lo que quieres y él te dice si es posible. Arnie, ésta es Samantha.
El otro hombre se levantó, se secó la palma de la mano en los vaqueros y, a continuación, se la tendió a Samantha, abrió la boca, la volvió a cerrar y la volvió a abrir.
– Eh, hola -dijo por fin sonrojándose levemente.
– Buenos días -contestó Samantha-. Así que tú y yo vamos a ser buenos amigos, ¿verdad? Presiento que nunca me vas a decir a nada que no.
Arnie se quedó mirándola con la boca abierta y volvió a sentarse. Jack tuvo que hacer un gran esfuerzo para no sonreír. Obviamente, Samantha había hecho otra conquista.
Lo que no le sorprendía en absoluto porque, cuando entraba en una habitación, todos los hombres se sentían inmediatamente atraídos por ella. Incluso él. No podía evitarlo. Le hubiera gustado estrecharla entre sus brazos y acariciarle el pelo, mirarse en sus ojos y sentirla temblar.
«No puede ser», se recordó.
Samantha no había estado interesada en él diez años atrás y seguro que seguía sin estarlo. Bueno, se había interesado por él en una ocasión, pero después había dejado muy claro que no quería que se repitiera.
– No dejes que Samantha te diga todo el rato lo que tienes que hacer -le advirtió a Arnie en tono de broma-. Si la dejas, no para de dar órdenes.
– ¿Quién? ¿Yo? -se indignó Samantha en tono de broma también-. Pero si soy el colmo de la cooperación, yo nunca doy órdenes.
– Ya, eso es hasta que alguien se mete en tu camino y, entonces, te lo llevas por delante como una locomotora.
Samantha se sentó junto a Arnie y le tocó la mano.
– No le hagas ni caso. Jack y yo fuimos juntos a la universidad y, por lo visto, él tiene un recuerdo de las cosas muy diferente al mío. Yo jamás he pasado sobre nadie como si fuera una locomotora -añadió sonriendo a continuación-. Bueno, sólo en un par de ocasiones, pero eso es porque puedo resultar muy tenaz cuando quiero. En cualquier caso, Arnie, he estado leyendo los informes de tu departamento y veo que lleváis ya un tiempo apostando por esta ampliación.
Aquello sorprendió a Jack.
– No tenía ni idea.
Samantha lo miró.
– Su jefe se lo ha impedido. He leído los memorandos de Roger explicando por qué se negaba a la ampliación, por qué le parecía una mala idea. Por lo visto, tenía detrás a alguien gordo que respaldaba sus tesis.
Aunque Samantha no había dicho exactamente quién, Jack sospechaba que se trataba de su padre porque a George Hanson nunca le había interesado demasiado la tecnología.
– Eso fue en el pasado, vamos a centrarnos en el futuro -comentó-. Quiero que haya una relación muy fluida entre vosotros.
Samantha asintió.
– Estaremos en contacto continuamente vía correo electrónico, Arnie.
– Perfecto -contestó el chico encantado.
– Gracias por ayudar -lo despidió Jack.
– De nada -contestó Arnie poniéndose en pie y saliendo del despacho.
– Ya tienes un nuevo amigo -comentó Jack una vez a solas con Samantha.
– ¿Arnie? Sí, es un encanto. Seguro que no tengo ningún problema en trabajar con él.
Jack se dijo que Samantha jamás se interesaría por un hombre como Arnie y que, en caso de que lo hiciera, tampoco era asunto suyo. Para convencerse, se repitió tres o cuatro veces que Samantha podía hacer con su vida lo que quisiera siempre y cuando hiciese bien su trabajo y estuvo a punto de creérselo.