En el momento en que la Gorda aterrizó, la picazón del ombligo se convirtió en un dolor nervioso horriblemente agotador. Algo así como si su contacto con la tierra me arrancase el interior. El dolor me hizo gritar a todo pulmón.
Para entonces la Gorda se hallaba de pie a mi lado, desesperadamente falta de aliento. Yo estaba sentado. Nos encontrábamos de nuevo en la habitación de la que habíamos salido, en casa de don Genaro.
La Gorda parecía incapaz de recobrar el ritmo normal de respiración. Estaba cubierta de sudor.
– Tenemos que salir de aquí -murmuró.
Recorrimos en el coche un breve trayecto, hasta la casa de las hermanitas. No encontramos a ninguna de ellas. La Gorda encendió una lámpara y me hizo pasar directamente a la cocina trasera, al aire libre. Allí se desnudó y me pidió que la bañase como a un caballo, arrojándole agua al cuerpo. Cogí un pequeño cubo lleno de agua y comencé a derramarlo con delicadeza sobre ella, pero lo que pretendía era que la empapara.
Explicó que un contacto con los aliados, como el que habíamos tenido, producía una transpiración sumamente dañina, que debía eliminarse de inmediato. Me hizo quitar las ropas y luego me bañó con agua helada. Entonces me tendió un trozo de paño limpio y nos fuimos secando en el camino de entrada a la casa. Se sentó en la gran cama de la habitación delantera, tras colgar la lámpara sobre ella, en el soporte del muro. Tenía las rodillas levantadas y ello me permitía contemplarla en detalle. Abracé su cuerpo desnudo, y fue entonces cuando comprendí lo que había querido decir doña Soledad al sostener que la Gorda era la mujer del Nagual. No tenía formas, como don Juan. Me resultaba imposible considerarla como mujer.
Comencé a vestirme. Me lo impidió. Dijo que antes de poder volver a ponerme la ropa, debía asolearse. Me dio una manta para que me la echara sobre los hombros, y cogió otra para ella.
– Ese ataque de los aliados fue realmente terrorífico -dijo, una vez que nos hubimos sentado en la cama-. A decir verdad, tuvimos muchísima suerte al salir con bien de sus garras. Yo no tenía idea de por qué el Nagual me había indicado ir a casa de Genaro contigo. Ahora lo sé. Es en esa casa donde los aliados son más fuertes. Escapamos de ellos por un pelo. Fue una gran fortuna para nosotros el que yo haya sabido salir de allí.
– ¿Cómo lo hiciste, Gorda?
– Francamente, no lo sé -dijo-. Sencillamente lo hice. Supongo que mi cuerpo supo cómo, pero cuando intento pensar en el modo preciso, lo encuentro imposible.
»Fue una gran prueba para ambos. No había comprendido hasta esta noche que era capaz de abrir el ojo; pero mira lo que hice. Verdaderamente, abrí el ojo, tal como el Nagual aseguraba que podía hacer. Nunca lo había logrado antes de que llegaras. Lo había intentado, pero sin resultados. Esta vez, el miedo a esos aliados me llevó a coger el ojo según las instrucciones del Nagual, agitándolo cuatro veces en sus cuatro direcciones. El aseveraba que se lo debía sacudir como si se tratase de una sábana, y luego abrirlo como a una puerta, aferrándolo exactamente por el medio. El resto fue muy fácil. Una vez la puerta se hubo abierto, sentí que un fuerte viento me atraía, en lugar de alejarme. La dificultad, según el Nagual, consiste en regresar. Uno tiene que ser muy fuerte para hacerlo. El Nagual, Genaro y Eligio podían entrar y salir de ese ojo como si nada.
Para ellos el ojo ya no era un ojo, decían que era como una luz anaranjada, como el sol. Y también el Nagual y Genaro eran una luz anaranjada cuando volaban. Yo me encuentro aún en un punto muy bajo de la escala; el Nagual decía que al volar me expandía y se me veía como un montón de estiércol en el cielo. No tengo luz. Esa es la razón por la cual el retorno es tan terrible para mí. Esta noche me ayudaste, me atrajiste dos veces. Te mostré mi vuelo porque el Nagual me ordenó dejártelo ver, por difícil o pobre que fuese. Se suponía que con mi vuelo te ayudaba, tal como se suponía que tú me ayudabas al no ocultarme tu doble. Vi todo tu accionar desde la puerta. Estabas tan atareado sintiendo pena por Josefina que tu cuerpo no advirtió mi presencia. Vi cómo tu doble te salía de la coronilla. Lo hizo retorciéndose como un gusano. Vi un estremecimiento que comenzaba en tus pies y te recorría entero; luego salió el doble. Era como tú, pero muy brillante. Era como el propio Nagual. Es por eso que las hermanas quedaron petrificadas. Comprendí que creían que se trataba del Nagual en persona. Pero no logré verlo todo. Perdí el sonido, porque no tenía atención para ello.
– ¿Cómo has dicho?
– El doble requiere tremendas cantidades de atención. El Nagual te dio esa atención a ti, pero no a mí. Me dijo que ya no tenía tiempo.
Agregó algo más, acerca de cierta clase de atención, pero yo estaba muy cansado. Me quedé dormido tan repentinamente que ni siquiera tuve tiempo de poner a un lado mi libreta.
4 LOS GENAROS
Desperté alrededor de las ocho de la mañana siguiente y descubrí que la Gorda había asoleado mis ropas y preparado el desayuno. Lo tomamos en la cocina, en el lugar que hacía las veces de comedor. Una vez que hubimos terminado, le pregunté por Lidia, Rosa y Josefina. Parecían haberse esfumado de la casa.
– Están ayudando a Soledad -dijo-. Se está preparando para partir.
– ¿A dónde va?
– A algún lugar, lejos de aquí. Ya no tiene razón alguna para quedarse. Estuvo esperándote y tú ya has llegado.
– ¿Las hermanitas se van con ella?
– No. Sólo que hoy no quieren estar aquí. Todo hace pensar que para ellas no es un buen día para andar por el lugar.
– ¿Por qué no es un buen día?
– Los Genaros vienen a verte hoy y las muchachas no congenian con ellos. Si se encuentran aquí, se lanzarán a la lucha más espantosa. La última vez estuvieron a punto de matarse.
– ¿Luchan físicamente?
– Ya lo creo. Son todos muy fuertes y ninguno quiere el segundo puesto. El Nagual me advirtió que ello ocurriría, pero no tengo poder para detenerlos; y no solo eso, sino que he tenido que tomar partido, de modo que es un lío.
– ¿Cómo sabes que los Genaros vendrán hoy?
– No he hablado con ellos. Sólo sé que hoy estarán aquí, eso es todo.
– ¿Lo sabes porque ves, Gorda?
– Así es. Veo que vienen. Y uno de ellos viene directamente hacia ti, porque le estás atrayendo.
Le aseguré que no atraía a nadie en particular. Le dije que no había revelado a nadie el propósito de mi viaje, pero que estaba relacionado con algo que deseaba preguntar a Pablito y a Néstor.
Sonrió con coquetería y sostuvo que el destino me había unido a Pablito, que éramos muy parecidos, y que, a no dudarlo, él iba a ser el primero en verme. Agregó que todo lo que le sucedía a un guerrero debía interpretarse como un presagio; así, mi encuentro con Soledad era un presagio de aquello que iba a descubrir en mi visita. Le pedí que me explicara ese punto.
– Los hombres te darán poco esta vez -dijo-. Son las mujeres las que te harán trizas, como lo hizo Soledad. Eso es lo que te diría, si leyera el presagio. Tú esperas a los Genaros, pero son hombres, como tú. Y considera ese otro presagio: están un poco atrasadillos. Yo diría que llevan un atraso de un par de días. Ese es tu destino, al igual que el de ellos: llevar siempre un par de días de atraso.