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»Sentí que caía y que mi cuerpo de coyote daba vueltas en el aire. Entonces volví a ser yo, girando rápidamente en el espacio. Pero antes de llegar al fondo cobré tal ligereza que dejé de caer para empezar a flotar. El aire me pasaba de lado a lado. ¡Era tan liviano! Creí que por fin la muerte me penetraba. Algo agitaba mi interior y me desintegraba como arena seca. El lugar en que me hallaba era pacífico y perfecto. Por alguna razón sabía que estaba allí y, sin embargo, no estaba. Yo era nada. Eso es todo lo que puedo decir sobre ello. Luego, bruscamente, lo mismo que me había reducido a arena seca volvió a reunirme. Retorné a la vida y me encontré sentado en la cabaña de un viejo brujo mazateca. Me dijo que se llamaba Porfirio. Aseguró que estaba contento de verme y comenzó a enseñarme ciertas cosas referidas a plantas de las que Genaro nunca me había hablado. Me llevó al lugar en que se hacían las plantas y me mostró el molde de las plantas, especialmente las marcas de los moldes. Me explicó que si buscaba esas marcas en las plantas podría determinar para qué servían, aun cuando se tratase de una especie que nunca hubiese visto. Una vez seguro de que había aprendido a diferenciar las marcas, me despidió; pero me invitó a volver a verle. En ese momento sentí un violento tirón y me desintegré, como antes. Me dividí en un millón de trozos.

»Luego fui nuevamente atraído hacia mí mismo y volví a ver a Porfirio. Después de todo, me había invitado. Sabía que podía ir a donde quisiera, pero escogí la cabaña de Porfirio porque era amable conmigo y me enseñaba. Además, no quería correr el riesgo de encontrarme con cosas horrorosas. Esa vez Porfirio me llevó a ver el molde de los animales. Allí vi mi propio nagual animal. Nos reconocimos a primera vista. Porfirio quedó encantado con nuestra amistad. También vi el nagual de Pablito y el tuyo, pero no quisieron hablar conmigo. Parecían tristes. No insistí en trabar conversación. No conocía las consecuencias del salto de ustedes. Yo me suponía muerto, pero mi nagual me dijo que no lo estaba; y que ustedes dos también vivían. Le pregunté por Eligio, y mi nagual aseveró que se había marchado para siempre. Recordé que al presenciar el salto de Eligio y Benigno había oído al Nagual dar instrucciones a Benigno en el sentido de no buscar visiones estrafalarias ni mundos fuera del propio. El Nagual le aconsejó aprender tan sólo acerca de su mundo porque al hacerlo así hallaría la única forma de poder adecuada a él. El Nagual le indicó específicamente la conveniencia de permitir que sus trozos volasen lo más lejos posible, con la finalidad de restaurar su fuerza. Lo mismo hice yo. Pasé del tonal al nagual y viceversa once veces. Cada una de ellas, no obstante, era recibido por Porfirio, quien se encargaba de seguir instruyéndome. En cuanto mis fuerzas disminuían, me restablecía en el nagual; hasta que, en una ocasión, las recobré hasta el punto de volver a hallarme sobre la tierra.

– Doña Soledad me dijo que Eligio no había saltado al abismo -acoté.

– Saltó con Benigno -dijo Néstor-. Pregúntaselo; te lo contará con su voz favorita.

Me volví hacia Benigno y le pregunté.

– ¡No tengas duda de que saltamos juntos! -replicó con voz de trompeta-. Pero nunca hablo de ello.

– ¿Qué te dijo de Eligio doña Soledad? -preguntó Néstor.

Les conté que doña Soledad me había dicho que Eligio había sido envuelto por un viento y abandonado el mundo cuando trabajaba en campo abierto.

– Está completamente confundida -dijo Néstor-. Eligio fue llevado por los aliados. Pero él no quería a ninguno de ellos, de modo que le dejaron ir. Eso no tiene nada que ver con el salto. La Gorda nos dijo que tuviste un encuentro con los aliados anoche; no sé qué hiciste, pero si hubieras querido atraparlos o seducirlos para que se quedasen contigo, habrías debido girar con ellos. A veces ellos llegan por propia decisión hasta el brujo y le envuelven y le hacen girar. Eligio era el mejor guerrero que había, así que los aliados fueron a él por su cuenta. Si alguno de nosotros quisiera a los aliados, tendríamos que rogarles durante años; aun así, dudo que accedieran a ayudarnos.

»Eligio tuvo que saltar como todo el mundo. Yo presencié su salto. Lo hizo en compañía de Benigno. Buena parte de lo que nos sucede como brujos depende de lo que haga nuestro compañero. Benigno está un poco trastornado porque su compañero no regresó. ¿No es así, Benigno?

– ¡No lo dudes! -respondió Benigno con su voz predilecta.

En ese momento sucumbí ante una gran curiosidad que había hecho presa de mí desde la primera vez que había oído hablar a Benigno.

Le pregunté cómo hacía su voz tonante. Se volvió para mirarme. Se sentó tieso y se señaló la boca como si deseara que fijara mis ojos en ella.

– ¡No lo sé! -tronó- ¡Me limito a abrir la boca y esta voz sale de ella!

Contrajo los músculos de la frente, curvó los labios y produjo un profundo sonido. Vi entonces que tenía poderosos músculos en las sienes, responsables del singular contorno de su cabeza. No era su peinado lo que había cambiado, sino el conjunto de la porción frontal superior de su cráneo.

– Genaro le legó sus sonidos -me aclaró Néstor-. Espera a que se tire un pedo.

Intuí que Benigno se estaba preparando para demostrar sus habilidades.

– Espera, espera, Benigno -dije- no es necesario.

– ¡Oh, mierda! -exclamó Benigno decepcionado-. Reservaba el mejor para ti.

Pablito y Néstor rompieron a reír con tal fuerza que hasta Benigno se unió a ellos.

– Cuéntame qué más le sucedió a Eligio -pedí a Néstor cuando se hubieron calmado.

– Cuando Eligio y Benigno saltaron -replicó Néstor-, el Nagual me hizo ir a toda prisa hasta el borde del abismo para ver el signo con que la tierra indica que se han arrojado guerreros al vacío. Si se aprecia algo semejante a una nube, a una ligera ráfaga, es porque el tiempo del guerrero sobre la tierra aún no ha tocado a su fin. El día en que Eligio y Benigno saltaron sentí una corriente de aire procedente del lado del cual lo había hecho Benigno y comprendí que su tiempo no había expirado. Pero en el lado de Eligio no hubo sino silencio.

– ¿Qué crees que le ocurrió a Eligio? ¿Murió?

Los tres me miraron. Estuvieron inmóviles un momento. Néstor se rascó las sienes con ambas manos. Benigno sofocó una risilla y sacudió la cabeza. Intenté explicarme, pero Néstor me detuvo con un gesto.

– ¿Las preguntas que nos haces son serias? -quiso saber.

Benigno respondió por mí. Cuando no hacía el payaso, su voz era profunda y melodiosa. Dijo que el Nagual y Genaro nos habían reunido porque cada uno de nosotros poseía fragmentos de información de los cuales carecían los demás.

– Bien; si ese es él caso, te diremos cómo son las cosas -dijo Néstor sonriendo como si acabara de quitarse un gran peso de encima-. Eligio no murió. Nada de eso.

– ¿Dónde está? -pregunté.

Volvieron a mirarme. Tuve la impresión de que estaban haciendo verdaderos esfuerzos por no reír. Les dije que lo único que sabía acerca de Eligio era lo que me había contado doña Soledad. Me había dicho que Eligio había ido al otro mundo a reunirse con el Nagual y con Genaro. A mí eso me sonaba a que los tres estaban muertos.

– ¿Por qué hablas así, Maestro? -preguntó Néstor en un tono que revelaba profunda preocupación-. Ni siquiera Pablito habla así.

Pensé que Pablito iba a protestar. Estuvo a punto de ponerse de pie, pero pareció cambiar de opinión.