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Néstor calló y todos me miraron. Me sentí amenazado como nunca lo había estado. Una parte de mí experimentaba un temor reverencial por lo que había dicho; otra deseaba enfrentarse a él. Comencé una discusión sin sentido alguno. Ese absurdo estado de ánimo me duró poco; entonces tomé conciencia de que Benigno me observaba con expresión vil. Unía los ojos fijos en mi pecho. Algo espantoso empezó de pronto a pesar sobre mi corazón. El sudor me corría por el rostro como si tuviese una estufa delante de mí. Los oídos me zumbaban.

La Gorda se acercó a mí en ese preciso momento. Su presencia era completamente inesperada para mí. Estoy seguro de que también lo era para los Genaros. Dejaron de lado lo que estaban haciendo para mirarla. Pablito fue el primero en sobreponerse a la sorpresa.

– ¿Por qué tienes que entrar así? -preguntó en tono plañidero-. Estabas escuchando en la otra habitación, ¿no?

Ella afirmó que había permanecido en la casa tan sólo unos minutos y luego había salido a la cocina. Y la razón por la que se había quedado en silencio nada tenía que ver con el fisgoneo; su actitud obedecía a un deseo de ejercitar su capacidad para pasar inadvertida.

Su presencia había dado lugar a una extraña tregua. Quise volver a seguir el curso de las revelaciones de Néstor; pero, antes de que me fuera posible decir nada, la Gorda aclaró que las hermanitas estaban en camino a la casa y traspondrían el umbral en cualquier momento. Los Genaros se pusieron de pie a la vez, como si hubieran sido levantados por una misma cuerda. Pablito cargó con su silla a la espalda.

– Vamos a caminar en la oscuridad, Maestro -me dijo Pablito.

La Gorda aseveró, en tono imperativo, que yo no podía ir con ellos porque no había terminado de decirme todo lo que el Nagual le había encargado comunicarme.

Pablito se volvió hacia mí y me guiñó un ojo.

– Te lo he dicho -dijo-. Son brujas tiránicas, tenebrosas. Espero sinceramente que tú no seas así, Maestro.

Néstor y Benigno se despidieron y me abrazaron. Pablito salió con su silla a hombros, como si fuese una mochila. Salieron por la puerta trasera.

Unos pocos segundos más tarde, un golpe horriblemente fuerte en la puerta delantera hizo que la Gorda y yo nos pusiéramos de pie de un salto. Pablito volvió a entrar, cargando su silla.

– Pensaste que no me iba a despedir, ¿verdad? -comentó, y se alejó riendo.

5 EL ARTE DEL SOÑAR

Pasé a solas toda la mañana del día siguiente. Trabajé en mis notas. Por la tarde ayudé a la Gorda y a las hermanitas, con mi coche, a transportar los muebles de la casa de doña Soledad a la suya.

Al atardecer, la Gorda y yo nos sentamos en la zona destinada a comedor, a solas. Estuvimos un rato en silencio. Me encontraba muy cansado.

La Gorda rompió el silencio para decir que todos habían estado demasiado satisfechos de sí mismos desde la partida del Nagual y de Genaro. Se habían dedicado exclusivamente a sus tareas particulares. Me hizo saber que el Nagual le había recomendado ser un guerrero vehemente y seguir cualquiera de los caminos que su destino le trazara. Si Soledad hubiese robado mi poder, la Gorda debía huir y tratar de salvar a las hermanitas, uniéndose a Benigno y a Néstor, los únicos dos Genaros que habrían sobrevivido. Si las hermanitas me hubiesen asesinado, su deber consistía en sumarse a los Genaros: las hermanitas ya no necesitarían de ella. Si yo no hubiese sobrevivido al ataque de los aliados, tendría que haberse alejado de la zona y vivir a solas. Me comentó, con los ojos brillantes, que había estado convencida de que ninguno de los dos iba a salvar la vida, y que esa era la razón por la cual se había despedido de las hermanas, la casa y las colinas.

– El Nagual me dijo que en caso de que sobreviviéramos al enfrentamiento con los aliados -prosiguió- debía hacer cualquier cosa por ti, porque ese era mi camino como guerrero. Fue por eso que intervine anoche ante lo que Benigno te estaba haciendo. Estaba apretándote el pecho con los ojos. Ese es su arte como acechador. Tú viste la mano de Pablito ayer; eso también forma parte del mismo arte.

– ¿En qué consiste ese arte, Gorda?

– El arte del acechador. Era la actividad predilecta del Nagual, y los Genaros son sus verdaderos hijos en ese sentido. Nosotros, por otra parte, somos soñadores. Tu doble está en el soñar.

Lo que me refería era enteramente nuevo para mí. Deseaba que aclarara sus afirmaciones. Me detuve un momento para leer lo que tenía escrito y escoger la pregunta más adecuada. Le comuniqué que lo que más me interesaba averiguar era lo que ella sabía de mi doble, y en segundo término, me preocupaba el arte del acecho.

– El Nagual me dijo que tu doble era algo que requería muchísimo desgaste de poder para manifestarse -explicó-. Él suponía que tu energía alcanzaba para hacerlo surgir dos veces. Fue por eso que preparó a Soledad y a las hermanitas para matarte o para ayudarte.

La Gorda afirmó que yo había tenido más energía de lo que el Nagual creía, y que mi doble había salido tres veces. Aparentemente, el ataque de Rosa no había sido acción irreflexiva; por el contrario, había calculado con inteligencia que, si me hería, mis posibilidades de defensa serían nulas: la misma treta de doña Soledad en relación con su perro. Le había dado a Rosa una oportunidad de golpearme al gritarle, pero su tentativa de lastimarme había fracasado. En cambio, mi doble había salido para dañarla a ella. La Gorda aseveró que Lidia le había dicho que Rosa no quería despertar en el momento en que debimos huir de la casa de Soledad y por eso le había estrujado la mano lesionada. Rosa no sintió ningún dolor y comprendió instantáneamente que la había curado, lo cual significaba para ellas que mi poder se encontraba mermado. La Gorda sostuvo que las hermanitas eran muy inteligentes y tenían proyectado disminuir mi poder; a ese efecto habían insistido en que curase a Soledad. Tan pronto como Rosa comprendió que también la había curado a ella, pensó que mi debilidad superaba los límites de lo tolerable para mí. Todo lo que debían hacer era esperar a Josefina para acabar conmigo.