Выбрать главу

La cara de la Gorda presentaba una cierta distorsión. Se veía grande y amarillenta. Pensé que, puesto que toda la escena estaba bañada por este color, su rostro quizás lo reflejaba. Casi la oía ordenarme dar vuelta a la cabeza. La molestia que me ocasionaba el mordisqueo terminó por hacerme sacudir la cabeza. Y de pronto la voz de la Gorda se hizo claramente audible. Estaba detrás de mí y gritaba para que dirigiese mi atención al entorno. Rosa era quien lamía mi cara. La aparté con la frente. Lloraba y estaba bañada en sudor. Escuché a la Gorda. Me dijo que las había agotado al darles batalla y que no sabía qué hacer para recuperar la atención original. Las hermanitas gimoteaban.

Pensaba con absoluta claridad. Mis procesos racionales, sin embargo, no eran deductivos. Comprendía las cosas rápida y directamente y no había dudas de ninguna especie en mi mente. Por ejemplo, entendí de inmediato que debía volver a dormir, y que eso no hará caer a plomo. Pero también supe que debía permitir que ellas nos llevaran a su casa. Yo no era capaz de hacerlo. Si es que aún podía concentra mi segunda atención, tendría que dirigirme a un lugar de México Septentrional que don Juan me había asignado. Siempre había visto esa imagen con más claridad que la de ningún otro sitio del mundo. No me atreví a lanzarme a esa visión. No ignoraba que, de hacerlo, terminaríamos allí.

Estimé que debía decirle a la Gorda lo que sabía, pero no podía hablar. Sin embargo, una parte de mí intuía que ella había comprendido. Me confié a su accionar implícitamente y me dormí en cuestión de segundos. En mi sueño veía la cocina de su casa. Pablito, Néstor y Benigno estaban allí. Se los veía extraordinariamente grandes y resplandecían. No podía fijar mis ojos en ellos, debido a que nos separaba una hoja de plástico. Era como si les estuviera mirando a través de una ventana mientras alguien arrojaba agua en el cristal. Finalmente, el cristal se hizo pedazos y el agua me dio en la cara.

Pablito me estaba empapando con un cubo. Néstor y Benigno estaban de pie a su lado. La Gorda, las hermanitas y yo estábamos tendidos en el patio de la parte posterior de la casa. Los Genaros nos echaban agua.

Me puse de pie de un salto. O el agua fría o la extravagante experiencia por la que acababa de pasar, me habían estimulado. La Gorda y las hermanitas se pusieron unas prendas que los Genaros debían haber tendido al sol. Mis ropas también se hallaban cuidadosamente dispuestas en el suelo. Me vestí sin una palabra. Experimentaba la sensación peculiar que siempre parece seguir a la concentración de la segunda atención; no podía hablar, o, mejor dicho, podía pero no quería. Tenía el estómago revuelto. La Gorda se dio cuenta y me condujo con gentileza al otro lado de la cerca. Estaba mareado. La Gorda y las hermanitas tenían los mismos síntomas que yo.

Regresé a la cocina y me lavé la cara. El agua fría pareció devolverme la conciencia. Pablito, Néstor y Benigno estaban sentados en torno a la mesa. Pablito había llevado su silla. Se levantó y me estrechó la mano. Luego, hicieron lo mismo Néstor y Benigno. La Gorda y las hermanitas se unieron a nosotros.

Me encontraba mal. Me zumbaban los oídos y estaba aturdido. Josefina se levantó, apoyándose en Rosa. Me volví para preguntar a la Gorda qué debía hacer. Lidia, en el banco, se iba cayendo de espaldas. La cogí, pero su peso fue mayor del que yo podía sostener y me derrumbe encima de ella.

Debo haberme desmayado. Desperté de pronto. Yacía sobre un colchón de paja en la habitación de delante. Lidia, Rosa y Josefina estaban profundamente dormidas, a mi lado. Hube de pasar por sobre ellas para levantarme. Las sacudí, pero no despertaron. Fui a la cocina. La Gor da se hallaba sentada a la mesa, junto a los Genaros.

– Bienvenido -dijo Pablito.

Agregó que la Gorda había despertado hacia poco. Yo sentía que volvía a ser el de antes. Tenía hambre. La Gorda me sirvió un tazón de comida. Dijo que ellos ya habían comido. Al terminar, me encontraba muy bien en todos los sentidos, salvo por no poder pensar del modo en que habitualmente lo hacía. El ritmo de procesos mentales había disminuido de manera notable. No me gustaba este estado. Advertí entonces que caía la tarde. Tuve una súbita necesidad de ponerme a saltar, mirando al sol, tal como me inducía a hacer don Juan. Me puse de pie y lo mismo hizo la Gorda. Aparentemente, había tenido la misma idea. El movimiento me hizo sudar. No tardé en sentirme rendido y regresar a la mesa. La Gor da me siguió. Volvimos a sentarnos. Los Genaros nos observaban. La Gorda me tendió mi libreta de notas.

– Aquí, el Nagual nos dejó librados a nosotros mismos -dijo.

Cuando habló, tuvo lugar en mí un singular estallido. Mis pensamientos regresaron como un torrente. Debía de haber habido un cambio en mi expresión, porque Pablito me abrazó y lo mismo hicieron Néstor y Benigno.

– ¡El Nagual va a vivir! -dijo Pablito en voz muy alta.

La Gorda también parecía encantada. Se seco la frente, en un gesto de alivio. Afirmó que había estado a punto de provocar la muerte de todos, y la mía propia, debido a mi terrible complacencia.

– Concentrar la segunda atención no es nada fácil -dijo Néstor.

– ¿Qué nos sucedió, Gorda? -pregunté.

– Nos perdimos -dijo-. Te dejaste llevar por el miedo y nos perdimos en aquella inmensidad. No conseguíamos concentrar nuevamente nuestra atención del tonal. Pero logramos mezclar nuevamente nuestra segunda atención con la tuya y ahora tienes dos rostros.

Lidia, Rosa y Josefina llegaron a la cocina en ese momento. Sonreían, y se las veía tan frescas y vigorosas como siempre. Se sirvieron algo de comer. Se sentaron y nadie pronunció palabra mientras comían. En cuanto la última hubo terminado, la Gorda continuó, a partir del punto en que había callado.

– Ahora eres un guerrero con dos rostros -prosiguió-. El Nagual decía que todos debíamos poseer dos rostros para encontrarnos cómodos en ambas atenciones. Él y Genaro nos ayudaron a dar vuelta a nuestra segunda atención, a la vez que volvían; así podíamos enfrentar ambas direcciones. Pero no hicieron lo mismo contigo porque para ser un verdadero nagual debes ganar todo tu poder por ti mismo. Aún estás muy lejos de ello, pero cabría decir que ya no te arrastras sino que caminas erguido hacia tu objetivo; cuando hayas recuperado tu plenitud y perdido la forma, volarás.

Benigno remedó con la mano el movimiento de un avión en vuelo e imitó el rugido del motor con su atronadora voz. El sonido era realmente ensordecedor.

Todos rieron. Las hermanitas se veían felices.

Hasta entonces no había sido consciente de que caía la tarde. Comenté a la Gorda que debíamos haber dormido bastantes horas, puesto que habíamos entrado en su habitación antes del mediodía. Me respondió que, por el contrario, habíamos dormido muy poco: la mayor parte del tiempo la habíamos pasado perdidos en el otro mundo y los Genaros se habían asustado y entristecido profundamente porque no podían hacer nada para traernos de regreso.

Me volví hacia Néstor y le pregunté qué era lo que habían hecho o dicho en nuestra ausencia. Me observó un momento antes de contestar.

– Llevamos mucha agua al patio -dijo, señalando unos barriles de petróleo vacíos-. Entonces llegaron ustedes y se la echamos encima; eso es todo.

– ¿Salimos de la habitación? -le pregunté.

Benigno soltó una carcajada. Néstor miró a la Gorda como pidiéndole permiso o consejo.