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Él me ofrecía una nueva, y ésta debía serlo por completo. No podía llevar a ella mis viejos modos. Aquella primera noche, la noche en que dio conmigo, las polillas le revelaron mi existencia; yo no tenía motivos para rebelarme contra mi destino.

»Mi cambio se produjo al empezar a preocuparme más por Lidia y Josefina que por mí misma. Hice todo lo que el Nagual me dijo y una noche, en este mismo barranco y en esta misma cueva, hallé mi plenitud. Dormía en el mismo lugar en que me encuentro ahora, cuando un ruido me despertó. Alcé los ojos y me vi como había sido otrora: joven, fresca, delgada. Era mi espíritu, que iniciaba su camino de regreso a mí. En un principio no quería acercarse, porque aún se me veía bastante espantosa. Pero acabó por no poder resistirse y se aproximó. Entonces comprendí de golpe aquello que el Nagual había intentado durante años comunicarme. Él decía que, cuando se tiene un niño, nuestro espíritu pierde fuerza. Para una mujer, el tener una niña significa una pérdida de capacidad. El haber tenido dos, como en mi caso, era el fin. Lo mejor de mi fortaleza y de mis ilusiones había ido a parar a esas niñas. Me robaron cierta pujanza, como yo, al decir del Nagual, la había robado a mis padres. Ese es nuestro destino. Un chico roba la mayor parte de su potencia a su padre; una niña, a su madre. El Nagual afirmaba que quien ha tenido niños puede decir, a menos que sea tan terco como tú, que echa de menos algo suyo. Cierta locura, cierta nerviosidad, cierto poder que antes poseía. Solía tenerlo, pero, ¿dónde se halla ahora? El Nagual sostenía que se encontraba en el pequeño que daba vueltas en torno de la casa, lleno de energías, lleno de ilusiones. En otras palabras, completo. Decía que, si observáramos a los niños, estaríamos en condiciones de aseverar que son valerosos, que se mueven a saltos. Si observamos a sus padres, les vemos cautelosos y tímidos. Ya no saltan. Según el Nagual, explicábamos el fenómeno fundándonos en la idea de que los padres son adultos y tienen responsabilidades. Pero eso no es cierto. Lo cierto es que han perdido cierta pujanza.

Pregunté a la Gorda qué hubiese dicho el Nagual si yo le hubiera comunicado que conocía padres con mucho más espíritu y más capacidad que sus hijos.

Rió, cubriéndose el rostro con fingido azoramiento

– Puedes interrogarme -dijo, sofocando una risilla-. ¿Quieres saber qué pienso?

– Claro que quiero saberlo.

– Esa gente no tiene más espíritu; simplemente han sido más fuertes y han preparado a sus hijos para ser obedientes y sumisos. Los han atemorizado para toda la vida; nada más.

Le narré el caso de un hombre que conocía, padre de cuatro hijos, que a los cincuenta y tres años había cambiado su vida por completo. Ello supuso el que dejara a su esposa y su puesto ejecutivo en una gran corporación, al cabo de más de veinticinco años de esfuerzo en pro de su carrera y su familia. Arrojó todo por la borda osadamente y se fue a vivir en una isla de Pacífico.

– ¿Quieres decir que se fue solo? -preguntó la Gor da con sorpresa.

Había dado por tierra con mi argumento. Hube de admitir que se había marchado con su prometida, de veintitrés años.

– La cual sin duda está completa -agregó la Gorda.

Tuve que reconocer que era cierto.

– Un hombre vacío se vale permanentemente de la plenitud de una mujer -prosiguió-. La plenitud de una mujer es más peligrosa que la de un hombre. Ella se muestra informal, de ánimo inestable, nerviosa, aunque también capaz de grandes transformaciones. Mujeres así están en condiciones de sostenerse por sí mismas e ir a cualquier parte. No harán nada una vez allí, pero ello es debido a que de partida no habrá nada en ellas. La gente vacía, por otra parte, no puede dar saltos semejantes, pero es más digna de crédito. El Nagual decía que la gente vacía es como las lombrices, que miran a su alrededor antes de avanzar, retroceden y luego recorren otro brevísimo trecho. La gente completa siempre anda a saltos, da saltos mortales, y, las más de las veces, aterriza de cabeza, pero a ellos no les importa.

»El Nagual decía que, para entrar al otro mundo, uno debe estar completo. Para ser brujo es imprescindible disponer de la totalidad de la propia luminosidad, es decir, de toda la capacidad del espíritu, sin agujeros ni remiendos. De modo que un brujo vacío debe recobrar la plenitud. Hombre o mujer, ha de estar completo para entrar en ese mundo de allí fuera, esa eternidad en la cual, ahora, el Nagual y Genaro nos esperan.

Calló y se me quedó mirando durante un momento muy largo. La luz era escasísima para escribir.

– ¿Cómo recobraste tu plenitud? -pregunté.

Se sobresaltó al oír mi voz. Repetí la pregunta. Clavó la vista en el techo de la cueva antes de responder.

– Tuve que negar a aquellas dos niñas -dijo-. En una ocasión el Nagual te explicó cómo hacerlo, pero no quisiste escucharle. Todo consiste en volver a hacerse con la fuerza, robándola. Él decía que era así como se perdía, por el camino más arduo, y que se debía recuperar del mismo modo, por el camino más arduo.

»Él me guió, y lo primero que me obligó a hacer fue negar mi cariño por aquellas dos niñas. Tuve que hacerlo soñando. Poco a poco aprendí a no quererlas. El Nagual me dijo que eso era inúticlass="underline" se debe aprender a no preocuparse y no a no querer. Cuando las niñas ya no significasen nada para mí, debía volver a verlas, imponerles mis ojos y mis manos. Debía golpearlas con suavidad en la cabeza y permitir que mi costado izquierdo les arrebatase la fuerza.

– ¿Y qué les sucedió?

– Nada. Jamás sintieron nada. Se fueron a su casa y ahora parecen dos personas adultas. Vacías, como la mayoría de quienes las rodean. No les gusta la compañía de muchachos porque no les sirven de nada. Yo diría que su situación es cómoda. Las libré de toda locura. No la necesitaban; yo sí. No había sabido lo que hacía al entregársela. Además, aún conservan la pujanza robada a su padre. El Nagual tenía razón: ninguna advirtió su pérdida, en tanto yo tuve conciencia de mi ganancia. Al mirar hacia el exterior de esta cueva, vi todas mis ilusiones, alineadas como una fila de soldados. El mundo era luminoso y nuevo. Tanto el peso de mi cuerpo como el de mi espíritu habían desaparecido y yo era realmente un nuevo ser.

– ¿No sabes cómo fue que le arrebataste la fuerza a tus hijas?

– ¡No son mis hijas! Nunca tuve hijas. Mírame.

Salió de la cueva, se alzó la falda y me mostró su cuerpo desnudo. Lo primero en llamar mi atención fue lo delgada y musculosa que era.

Me instó a acercarme y examinarla. Su cuerpo se veía tan magro y firme que tuve que concluir que no era posible que hubiese tenido hijos. Apoyó la pierna izquierda sobre una roca más alta y me mostró la vagina. Su insistencia en demostrar su transformación era tal, que me vi impelido a reír para dar rienda suelta a mi nerviosismo. Dije que no era médico y, por tanto, no me hallaba en situación de aseverar nada, pero que estaba seguro de que decía la verdad.

– Claro que digo la verdad -afirmó, y volvió a entrar a la cueva-. Jamás salió nada de mi útero.

Tras una breve pausa respondió a mi pregunta, que yo ya había olvidado bajo el impacto de su exhibición.

– Mi costado izquierdo me devolvió la fuerza -dijo-. Todo lo que tuve que hacer fue ir a visitar a las niñas. Estuve con ellas cuatro o cinco veces, para acostumbrarlas a mi presencia. Habían crecido e iban a la escuela. Pensaba que me costaría cierto esfuerzo el no quererlas, pero el Nagual me dijo que ello no tenía importancia, que debía quererlas si lo necesitaba. Así, que las quise. Pero las quise como se puede querer a un extraño. Mi mente estaba completa, mis propósitos eran firmísimos. Deseo entrar en el otro mundo estando aún viva, de acuerdo con las propuestas del Nagual. Para hacerlo, necesito únicamente la fuerza de mi espíritu. Necesito mi plenitud. ¡Nada puede apartarme de ese mundo! ¡Nada!

Me miró de modo desafiante.

– Deberías negar a los dos: a la mujer que te vació y al pequeño que contaba con tu cariño; eso, si aspiras a la plenitud. Te resultará fácil negar a la mujer. El niño es otra cosa. ¿Crees que aquel inútil afecto justifica tu imposibilidad para entrar en ese reino?