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No tenía una respuesta para ella. No se trataba de que no quisiera pensar en ello, sino que me sentía totalmente confundido.

– Soledad debe quitar su fuerza a Pablito, si quiere entrar en el nagual -prosiguió-. ¿Cómo diablos va a hacerlo? Pablito, por muy débil que sea, es un brujo. Pero el Nagual concedió a Soledad una única oportunidad. Le dijo que ese momento único podía ser aquél en que tú entrases en la casa; a partir de entonces, no sólo nos indujo a cambiar de casa, sino que nos impuso ayudarle a ensanchar el sendero de entrada a su vivienda, para que pudieses llegar con el coche hasta la puerta. Le dijo que, si vivía una vida impecable, lograría atraparte y sorber toda tu luminosidad: todo el poder que el Nagual dejó en el interior de tu cuerpo. No le resultaría difícil hacerlo. Puesto que ella marchaba en la dirección opuesta, le era posible reducirte a la nada. Su gran proeza iba a consistir en llevarte a un instante de indefensión.

»Una vez te hubiese dado muerte, tu luminosidad habría incrementado su poder y ella se habría lanzado sobre nosotras. Yo era la única que lo sabía. Lidia, Josefina y Rosa le tienen cariño. Yo no; yo conocía sus designios. Nos habría destruido una a una, cuando se le ocurriese, puesto que nada tenía que perder y sí en cambio, qué ganar. El Nagual me dijo que no le quedaba otro camino. Me confió las niñas y me explicó lo que debía hacer en el caso de que Soledad te asesinara e intentase apoderarse de nuestra luminosidad. Suponía que aún me quedaba una oportunidad de salvarme y, quizás, salvar también a alguna de las otras tres. Verás: Soledad no es una mala mujer, en absoluto; simplemente está haciendo lo que le corresponde hacer a un guerrero impecable. Las hermanitas la quieren más que a sus propias madres. Es una verdadera madre para ellas. Eso era, decía el Nagual, lo que la ponía en ventaja. A pesar de mis esfuerzos no he conseguido separar de ella a las hermanitas. De modo que, si te hubiese matado, se habría apoderado de al menos dos de esas tres almas confiadas. Luego, al desaparecer tú del panorama, Pablito quedaba indefenso. Soledad lo habría aplastado como a un insecto. Entonces, completa y con poder, habría entrado en ese mundo de allí fuera. Si yo me hubiese encontrado en su situación, habría tratado de hacer exactamente lo mismo.

»Como ves, para ella la cuestión era todo o nada. Cuando llegaste, todos se habían marchado. Aparentemente, era el fin para ti y para algunos de nosotros. Pero todo terminó siendo la nada para ella y una oportunidad para las hermanitas. En cuanto supe que la habías derrotado, recordé a las muchachas, que era su turno. El Nagual había dicho que debían esperar hasta la mañana para cogerte desprevenido. Que la mañana no era un buen momento para ti. Me ordenó mantenerme aparte y no interferir a las hermanitas; debía intervenir únicamente en el caso de que intentases perjudicar su luminosidad.

– ¿Se suponía que ellas también iban a matarme?

– Bueno… sí. Tú eres el lado masculino de su luminosidad. Su integridad es a veces su desventaja. El Nagual las trataba con mano de hierro y las mantenía en equilibrio, pero ahora que él se ha ido no hay manera de nivelarlas. Tu luminosidad podía lograrlo.

– ¿Y tú, Gorda? ¿Debo esperar que tú también trates de acabar conmigo?

– Ya te he dicho que soy diferente. He alcanzado un equilibrio. Mi vaciedad, que era mi desventaja, es ahora mi ventaja. Un brujo que ha recuperado su integridad está nivelado, en tanto que un brujo que siempre estuvo completo está un poco desequilibrado. Como lo estaba Genaro. Pero el Nagual estaba nivelado porque había estado incompleto, como tú y como yo; tal vez más que tú y que yo. Tenía tres hijos y una hija. Las hermanitas son como Genaro; están ligeramente desequilibradas. Y las más veces tan tensas que no tienen límites.

– ¿Y yo, Gorda? ¿Debo yo también perseguirlas?

– No. Solamente ellas podían haber sacado provecho al absorber tu luminosidad. Tú no puedes sacar provecho de la muerte de nadie. El Nagual te legó un poder especial, una suerte de equilibrio que ninguno de nosotros posee.

– ¿No les es posible aprender a tener ese equilibrio?

– Claro que sí. Pero eso no tiene nada que ver con la misión que las hermanitas debían cumplir. Esta consistía en robarte el poder. Por ello se fueron uniendo hasta llegar a constituir un solo ser. Se prepararon para beberte de un trago como un vaso de soda. El Nagual hizo de ellas seductoras de primer orden, especialmente de Josefina. Montó para ti un espectáculo sin par. Comparado con él, la tentativa de Soledad era un juego de niños. Ella es una mujer tosca. Las hermanitas son verdaderas brujas. Dos de ellas ganaban tu confianza, en tanto la tercera te asustaba y te dejaba indefenso. Jugaron sus cartas a la perfección. Te dejaste engañar y estuviste a punto de sucumbir. El único inconveniente era que tú habías lastimado y curado la luminosidad de Rosa la noche anterior, y ello la había puesto nerviosa. De no haber sido por su nerviosidad, que la llevó a morderte el costado con tanta fuerza, lo más probable es que ahora no estuvieses aquí. Lo vi todo desde la puerta. Llegué en el preciso instante en que las ibas a aniquilar.

– ¿Pero qué podía hacer yo para aniquilarlas?

– ¿Cómo lo voy a saber? No soy tú.

– Lo que te pregunto es qué me viste hacer.

– Vi a tu doble salir de ti.

– ¿Cómo era?

– Como tú, desde luego. Pero muy grande y amenazador. Tu doble las habría matado. Así que entré y lo interrumpí.

»Tuve que valerme de lo mejor de mi poder para tranquilizarte. Las hermanas no me podían ayudar. Estaban perdidas. Y tú estabas furioso y violento. Cambiaste de color delante nuestro dos veces. Uno de los colores era tan intenso que temí que me dieses muerte también a mí.

– ¿Qué color era, Gorda?

– Blanco, ¿qué otro, si no? El doble es blanco, blanco amarillento, como el sol.

La miré. La sonrisa era completamente nueva para mí.

– Sí -continuó-, somos trozos del sol. Es por ello que somos seres luminosos. Pero nuestros ojos no llegan a captar esa luminosidad porque es muy débil. Sólo los ojos de un brujo alcanzan a verla, y ello al cabo de toda una vida de esfuerzos.

Su revelación me había tomado totalmente por sorpresa. Traté de poner orden en mis pensamientos para formular la pregunta más adecuada.

– ¿Te habló el Nagual alguna vez del sol? -pregunté.

– Sí. Todos somos como el sol, aunque de modo muy, muy tenue. Nuestra luz es muy débil; no obstante, de todos modos, es luz.

– Pero, ¿dijo que tal vez el sol fuese el nagual? -insistí desesperadamente.

La Gorda no me respondió. Produjo una serie de sonidos involuntarios con los labios. Aparentemente, pensaba cómo contestar a mi inquisición. Aguardé, preparado para tomar nota de lo que dijese. Tras una larga pausa, salió a gatas de la cueva.

– Te mostraré mi débil luz -dijo, con cierta frialdad.

Se dirigió al centro del pequeño barranco, frente a la cueva, y se sentó en cuclillas. Desde donde me encontraba no veía lo que estaba haciendo, de modo que también salí de la cueva. Me detuve a tres o cuatro metros de ella. Metió las manos bajo la falda, siempre en cuclillas. De pronto, se puso de pie. Unía los puños cerrados flojamente; los elevó por sobre su cabeza y abrió los dedos de golpe. Oí un sonido seco, como un estallido, y vi salir chispas de los mismos. Volvió a cerrar los puños y a abrirlos de golpe, y de ellos surgió otro torrente de chispas larguísimas. Se puso nuevamente en cuclillas y hurgó bajo la falda. Parecía estar extrayendo algo del pubis. Repitió el movimiento de los dedos, a la vez que ponía las manos por sobre la cabeza, y vi cómo de ellos se desprendía un haz de largas fibras luminosas. Tuve que ladear la cabeza para contemplarlas contra el cielo ya oscuro. Unían el aspecto de largos filamentos luminosos rojizos. Terminaron por perder el color y desaparecer.

Se puso en cuclillas una vez más y, cuando abrió los dedos, emanó de ellos una asombrosa cantidad de luces. El cielo estaba lleno de rayos de luz. Era un espectáculo fascinante. Absorbió por completo mi atención; no podía apartar los ojos de él. No observaba a la Gorda. Con templaba las luces. Repentinamente, un grito me obligó a mirarla, y alcancé a verla asir una de las líneas que generaba y subir hasta la parte más alta del cañón. Estaba allí convertida en una enorme sombra oscura contra el cielo, y luego descendió al fondo del barranco dando tumbos, como si bajara una escalera deslizándose sobre el viento.