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– ¿Por qué nunca me habló claramente, como lo haces tú?

– Lo hizo, pero no le escuchaste.

Su declaración me resultaba imposible de creer. Aceptar que me había hablado sin que yo me hubiese dado por enterado, era impensable.

– ¿Alguna vez viste el molde, Gorda? -pregunté.

– Claro; cuando volví a estar completa. Un día, sola, fui hasta aquella charca, y allí estaba. Era un ser radiante, luminoso. No pude mirarlo directamente. Me cegó. Pero estar en su presencia me bastó. Me sentí feliz y fuerte. Y eso era lo único importante; lo único. Estar allí era todo lo que deseaba. El Nagual decía que a veces, si tenemos el suficiente poder personal, obtenemos una visión del molde, aunque no seamos brujos; cuando eso ocurre, decimos que hemos visto a Dios. Él afirmaba que lo llamábamos Dios porque era justo hacerlo. El molde es Dios.

»Me costó una barbaridad entender al Nagual, porque yo era una mujer sumamente religiosa. No tenía nada en el mundo, salvo mi religión. De modo que me producía escalofríos el oír las cosas que el Nagual solía decir. Pero luego me completé y las fuerzas del mundo comenzaron a atraerme, y comprendí que el Nagual tenía razón. El molde es Dios. ¿Qué piensas?

– El día en que lo vea, te lo diré, Gorda -dije.

Rió y me contó que el Nagual se burlaba frecuentemente de mí, asegurando que el día en que yo viese el molde me haría fraile franciscano, porque en lo profundo de mi ser era un alma mística.

– ¿Era el molde que tú viste hombre o mujer? -pregunté.

– Ninguna de las dos cosas. Era simplemente un humano luminoso. El Nagual decía que podía haberle pedido algo. Que un guerrero no puede permitirse dejar pasar las oportunidades. Pero no se me ocurrió pedirle nada. Mejor así. Guardo de ello el más hermoso de los recuerdos. El Nagual sostenía que un guerrero con el poder suficiente puede ver el molde muchas, muchas veces. ¡Qué gran fortuna ha de suponer!

– Ahora bien; si el molde humano es lo que aglutina nuestra sustancia, ¿qué es la forma humana?

– Algo viscoso, una fuerza viscosa que nos hace ser lo que somos. El Nagual me dijo que la forma humana carecía de forma. Al igual que los aliados que él llevaba en su calabaza, es nada; pero, a pesar de no tener forma, nos posee durante toda nuestra vida y no nos abandona hasta el momento de la muerte. Nunca he visto la forma humana, pero la he sentido en mi cuerpo.

Se lanzó entonces a la descripción de una serie de sensaciones complejas que había experimentado en el curso de cierto número de años, y que habían culminado en una grave enfermedad, cuyo apogeo era un estado físico que me recordó las exposiciones que había leído acerca de los ataques cardíacos. Aseguró que la forma humana, como fuerza que era, había salido de su cuerpo recién al cabo de una cruenta lucha interior, manifestada a su vez como enfermedad.

– A juzgar por lo que narras, has tenido crisis cardíacas -dije.

– Tal vez -replicó-, pero hay algo de lo que estoy segura: el día en que tuvieron lugar, perdí mi forma humana. Quedé tan débil que pasaron días antes de que pudiese siquiera levantarme del lecho. Desde entonces, no encontré la energía necesaria para ser como antes, mi viejo ser. De tiempo en tiempo, intentaba recobrar mis antiguos hábitos, pero me faltaba vigor para disfrutar de ellos como otrora. Al cabo, dejé de lado toda tentativa.

– ¿En qué radica la importancia de perder la forma?

– Un guerrero debe deshacerse de la forma humana si quiere cambiar, realmente cambiar. De otra manera, las cosas no pasan de ser una conversación sobre el cambio, como en tu caso. El Nagual decía que era inútil creer o esperar que sea posible cambiar los propios hábitos. No se cambia un ápice en tanto se conserva la forma humana. El Nagual me dijo que un guerrero sabe que no puede cambiar; es más: sabe que no le está permitido. Es la única ventaja que tiene un guerrero sobre un hombre corriente. El guerrero jamás se decepciona al fracasar en una tentativa de cambiar.

– Pero tú, Gorda, sigues siendo tú misma, ¿no?

– No, ya no. La forma es lo único que te hace seguir pensando que tú eres tú. Cuando te abandona no eres nada.

– Pero tú sigues hablando, pensando y sintiendo como lo has hecho siempre, ¿verdad?

– En absoluto. Soy nueva.

Rió y me abrazó como quien consuela a un niño.

– Solamente Eligio y yo hemos perdido nuestra forma -prosiguió-. Fue una gran suerte para nosotros el perderla cuando el Nagual aún estaba entre nosotros. Tú pasarás una época horrible. Es tu destino. Quienquiera que sea el próximo en deshacerse de ella, me tendrá a mí por única compañía. Ya lo lamento por aquel a quien le corresponda.

– ¿Qué más sentiste, Gorda, al perder tu forma, además de que ello te dejaba sin la energía suficiente?

– El Nagual me dijo que un guerrero sin forma comienza a ver un ojo. Veía un ojo frente a mí toda vez que cerraba los párpados. Llegó a tal extremo que no podía descansar; el ojo me seguía a todas partes. Estuve a punto de volverme loca. Al cabo, supongo, me acostumbré a él. Ahora ni siquiera tomo en cuenta su presencia, puesto que ha pasado a formar parte de mí. El guerrero sin forma se vale de ese ojo para empezar a soñar. Si no tienes forma, no te es necesario dormir para soñar. El ojo que tienes delante te lleva a ello cada vez que deseas ir.

– ¿Exactamente, dónde está ese ojo, Gorda?

Cerró los ojos y movió la mano de un lado para otro frente a sus ojos, cubriendo su cara.

– Unas veces el ojo es muy pequeño y otras es enorme -continuó-. Cuando es pequeño tu soñar es claro. Si es grande, tu soñar es como un vuelo por sobre las montañas, en el cual realmente no se ve mucho. Yo aún no he soñado bastante, pero el Nagual me dijo que ese ojo es mi carta de triunfo. Algún día, cuando pierda definitivamente la forma, no veré más el ojo; el ojo se convertirá en lo mismo que yo, en nada, y, sin embargo, estará allí, como los aliados. El Nagual decía que todo debe ser examinado a la luz de nuestra forma humana. Cuando no tenemos forma, nada tiene forma; no obstante, todo está presente. Yo no lograba entender lo que quería decir, pero ahora sé que tenía toda la razón. Los aliados son tan sólo una presencia, y ese era el ojo. Pero por el momento ese ojo lo es todo para mí. A decir verdad, contando con ese ojo, nada más me hace falta para mi soñar, inclusive en vigilia. Todavía no he conseguido esto último. Tal vez yo sea como tú, un poco terca y perezosa.

– ¿Cómo realizaste el vuelo que vi esta noche?

El Nagual me enseñó a valerme de mi cuerpo para generar luces, porque, de todos modos, somos luz; de modo que produje chispas y destellos, y ellos, a su vez, atrajeron a las líneas del mundo. Una vez que he visto una, me es fácil colgarme de ella.

– ¿Cómo lo haces?

– Me aferro a ella.

Hizo un gesto con las manos. Las puso en garra y luego las juntó, a la altura de las muñecas, formando con ellas una suerte de cuenco, con los dedos curvados hacia arriba.

– Debes aferrarte a la línea como un jaguar -prosiguió-, y no separar jamás las muñecas. Si lo haces, caes y te partes el cuello.

Calló, y ello me obligó a mirarla, en espera de más revelaciones.

– No me crees, ¿verdad? -preguntó.

Sin darme tiempo a responder; se agachó y volvió a emprender su exhibición de chispas. Yo estaba sereno y sosegado y podía dedicar toda mi atención a sus actos. En el momento en que abrió los dedos de golpe, todas las fibras de su cuerpo dieron la impresión de tensarse a la vez. Esa tensión parecía concentrarse en las puntas de sus dedos y proyectarse en forma de rayos de luz. La humedad de las yemas era realmente un vehículo adecuado para el tipo de energía que emanaba de su cuerpo.

– ¿Cómo lo has hecho, Gorda? -pregunté maravillado de verdad.

– Francamente, no lo sé -dijo-. Me limito a hacerlo. Lo he hecho infinidad de veces y, sin embargo, sigo ignorando cómo. Cuando cojo uno de esos rayos me siento atraída por algo. En realidad, no hago más que dejarme llevar por las líneas. Cuando quiero regresar, percibo que la línea no me quiere soltar y me pongo frenética. El Nagual decía que ese era el peor de mis rasgos. Me asusto a tal punto que uno de estos días me voy a lastimar. Pero también supongo que uno de estos días llegaré a tener aún menos forma y entonces no me asustaré. Aunque por lo que recuerdo, hasta el día de hoy no he tenido problema alguno.