La Gorda y las hermanitas, al demostrarme que el arte de los soñadores consistía en retener las imágenes de los sueños mediante la atención, no habían hecho más que desarrollar el aspecto práctico del esquema de don Juan. Ellas habían llevado a la práctica el conjunto teórico de sus enseñanzas. Para poder realizar una exhibición de tal arte, debían valerse de su «segundo anillo de poder», o «atención del nagual». Y para poder presenciarla, yo debía hacer lo mismo. En realidad, era evidente que yo había repartido mi atención entre ambos dominios. Tal vez todos percibimos constantemente ambas formas, pero decidimos aislar una para el recuerdo y descartar la otra; o tal vez archivamos la segunda, como había hecho yo. En ciertas condiciones de tensión y receptividad, la memoria censurada sale a la superficie y tenemos entonces dos visiones distintas de un mismo acontecimiento.
Lo que don Juan había luchado por derrotar, o, mejor dicho, suprimir en mí, no era mi razón considerada en el sentido de capacidad para el pensamiento racional, sino mi «atención del tonal» o conciencia del mundo del sentido común. La Gorda me había explicado el motivo por el cual él había buscado que así fuera al explicarme que el mundo diario existe porque sabemos cómo retener sus imágenes; por lo tanto, si uno pierde la atención necesaria para conservarlas, el mundo se derrumba.
– El Nagual nos decía que lo importante era la práctica -dijo la Gorda de pronto-. Una vez centrada la atención en las imágenes de tu sueño, queda atrapada allí para siempre. Al final puedes llegar a ser como Genaro, que recordaba cuanto había visto en todos sus sueños.
– Cada una de nosotras posee otros cinco sueños -dijo Lidia-. Pero te mostramos sólo el primero porque es el que nos dejó el Nagual.
– ¿Pueden soñar cuantas veces lo deseen? -pregunté.
– No -replicó la Gorda -. Soñar requiere mucho poder. Ninguna de nosotras tiene tanto. Las hermanitas se ven obligadas a rodar por el piso numerosas veces, como has visto, porque, al hacerlo, la tierra les da energía. Tal vez también recuerdes haberlas visto como seres luminosos qué sorben energía de la luz de la tierra. El Nagual sostenía que la mejor manera de obtener energía consiste, desde luego, en permitir que la luz solar penetre en los ojos, especialmente el izquierdo.
Le comuniqué que nada sabía de ello y me describió un procedimiento que le había enseñado don Juan. Al oírla recordé que también me lo había enseñado a mí. Se trataba de mover la cabeza lentamente de un lado a otro, en tanto captaba la luz solar con el ojo izquierdo, entornado. Él afirmaba que no sólo era posible utilizar el sol, sino también cualquier otro tipo de luz susceptible de ser reflejada por los ojos.
La Gorda dijo que el Nagual les había recomendado atarse los chales bajo la cintura para protegerse las caderas al rodar. Le comenté que don Juan nunca me había hablado de rodar. Me explicó que sólo las mujeres podían hacerlo porque tenían útero. La energía entraba directamente en él y al rodar la distribuían por el resto del cuerpo. Un hombre, para captar energía, debía echarse de espalda, flexionando las rodillas hasta lograr que las plantas de los pies estuviesen en contacto en toda su superficie. Los brazos debían abrirse hacia los lados, con los antebrazos en posición vertical y los dedos en forma de garra hacia arriba.
– Pasamos años soñando esos sueños -dijo Lidia-. Son lo mejor que tenemos porque en ellos nuestra atención está completa. En los demás sueños sigue siendo inestable.
La Gorda afirmó que el retener las imágenes de los sueños era un arte tolteca. Tras años de agotadora práctica, todas ellas habían logrado realizar una acción en cada sueño. Lidia podía andar sobre lo que fuese, Rosa colgarse de todo, Josefina ocultarse tras cualquier cosa, y ella misma volar. Había llegado a poner toda su atención en una sola actividad. Pero aún eran principiantes, aprendices de ese arte. Agregó que Genaro era el maestro del «soñar»: era capaz de volver las cosas a su favor a voluntad y atender a todas las actividades de la vida diaria; para él las dos esferas de la atención tenían el mismo valor.
Me vi obligado a plantearle el tema de costumbre: necesitaba conocer los procedimientos, el modo en que se las arreglaban para retener las imágenes de sus sueños.
– Los conoces tan bien como yo -dijo la Gorda -. Lo único que puedo decirte es que tras repasar un mismo sueño una y otra vez, comenzamos a percibir las líneas del mundo. Ellas nos ayudaron a realizar lo que nos viste hacer.
Don Juan había dicho que nuestro «primer anillo de poder» penetra en nuestras vidas en épocas muy tempranas y vivimos bajo la impresión de que ese es todo nuestro mundo. El «segundo anillo de poder», «la atención del nagual» permanece oculto para la inmensa mayoría de nosotros, y se nos revela justo en el momento de la muerte. No obstante, existe un camino para llegar hasta él, al alcance de todos, pero cuyo recorrido solamente emprenden los brujos: el «soñar». «Soñar» consiste, en esencia, en transformar los sueños corrientes en cuestiones volitivas. Los soñadores, mediante el expediente de concentrar la «atención del nagual» en los asuntos y sucesos de sus sueños ordinarios, los transforman en «soñar».
Don Juan aseguraba que no existía un procedimiento específico para alcanzar la «atención del nagual». Solamente me había dado pistas. La primera fue que debía buscar mis manos en sueños; entonces, el ejercicio de atención fue ampliado a la búsqueda de objetos, rasgos característicos del paisaje, como calles, edificios, etcétera. Desde allí había que pasar a «soñar» sobre lugares determinados a determinadas horas. El último grado consistía en concentrar la «atención del nagual» en el yo total. Don Juan sostenía que esa etapa final se anunciaba generalmente por un sueño que buena parte de la gente había tenido en una u otra oportunidad, en el cual el sujeto se ve a sí mismo yaciendo dormido. Para cuando un brujo tiene ese sueño, su atención se ha desarrollado hasta el punto de que, en vez de despertar, como les ocurre a la mayoría de las personas, da media vuelta y se pone en actividad, como lo haría en el mundo en que tiene lugar nuestra vida diaria. En ese momento se produce una ruptura, una división definitiva en la hasta entonces unificada personalidad. En la concepción de don Juan, el atrapar la «atención del Nagual» y desarrollarla hasta el nivel de perfección de nuestra atención diaria al mundo tenía por resultado el nacimiento del otro yo, un ser idéntico a uno, pero construido en el «soñar».
Don Juan me había hecho saber que no existen reglas establecidas para la educación de ese doble, como no existen para alcanzar la conciencia corriente. Sencillamente, se logra mediante la práctica. Él aseveraba que el método más adecuado se nos revelaba en la captación de la «atención del nagual». Me instaba a practicar el «soñar» sin permitir que mis temores convirtieran la actividad en una carga.
Lo mismo había hecho con la Gorda y las hermanitas, pero era evidente que algo les había permitido llegar a ser más receptivas que yo a la idea de otro nivel de atención.
– Genaro pasaba la mayor parte del tiempo en su cuerpo de soñar -dijo la Gorda -. Lo prefería. Por eso podía hacer las cosas más fantásticas y asustarte mortalmente. Genaro podía pasar por la grieta de entre los mundos como tú y yo lo hacemos por una puerta, en ambas direcciones.
Don Juan también me había hablado mucho de la grieta entre los mundos. Yo siempre había creído que se refería, metafóricamente, a una división sutil entre el mundo percibido por un hombre corriente y aquel percibido por los brujos.
La Gorda y las hermanitas me habían demostrado que la grieta entre los mundos era algo más que una metáfora. Era más bien la capacidad para pasar de uno a otro nivel de atención. Una parte de mí entendía perfectamente a la Gorda, en tanto la otra se hallaba más aterrorizada que nunca.