La Gorda aseguró que la demostración era tan clara que había comprendido de inmediato por qué el Nagual le había hecho limpiar su propia vida, barrer su isla del tonal, según lo había expresado él. Se sentía realmente afortunada de haber atendido a todas las sugerencias que el le había hecho. Le faltaba aún un largo camino por recorrer antes de unificar sus dos atenciones, pero su diligencia había resultado en una vida impecable, la cual, tal como él le había aseverado, constituía su única posibilidad de perder la forma humana. La pérdida de la forma humana era el requisito esencial para la unificación de las dos atenciones.
– La atención bajo la mesa es la clave de todo lo que hacen los brujos -prosiguió-. Para acceder a esa atención el Nagual y Genaro nos enseñaron a soñar y a ti te enseñaron lo relativo a las plantas de poder. No sé de qué modo habrán procedido para que aprendieras a concentrar tu segunda atención mediante las plantas de poder, pero para que nosotros aprendiésemos a soñar, el Nagual nos enseñó previamente a observar. Nunca nos hizo saber lo que en realidad estaba haciendo. Tan sólo nos educó para observar.
Nunca supimos que el observar era el camino para concentrar la segunda atención. Creíamos que se trataba de una diversión. Pero no era así. Los soñadores deben ser observadores si es que han de concentrar su segunda atención.
»Lo primero que hizo el Nagual fue poner una hoja seca en el suelo y hacer que la mirara durante horas. Cada día traía una hoja y la colocaba ante mí. Al principio, pensé que la hoja era siempre la misma, conservada día tras día, pero luego advertí que se trataba de hojas distintas. El Nagual decía que cuando se comprende eso, ya no estamos mirando, sino observando.
»Más tarde, puso ante mí montones de hojas secas. Me indicaba que las removiera con la mano izquierda y las percibiera mientras las observaba. Un soñador mueve las hojas en espiral, las observa y luego sueña los dibujos que forman. El Nagual decía que los soñadores pueden considerarse maestros en la observación de las hojas cuando sueñan primero los dibujos y terminan por hallarlos, al siguiente día, en su pila de hojas secas.
»El Nagual aseguraba que la observación de las hojas fortificaba la segunda atención. Si observas una pila de hojas durante horas, como él solía obligarme a hacer, los pensamientos llegan a silenciarse. Sin pensamientos, la atención del tonal mengua y, súbitamente, la segunda atención se prende a las hojas y las hojas pasan a ser algo más. Él llamaba al momento en que la segunda atención se detiene en algo «parar el mundo». Y eso es exacto: el mundo se detiene. Por ello, cuando se observa, es necesario que haya alguien cerca. Nunca conocemos las peculiaridades de nuestra segunda atención. Puesto que nunca la hemos empleado, debemos familiarizarnos con ella antes de aventurarnos a observar a solas.
»La dificultad de la observación radica en aprender a silenciar los pensamientos. El Nagual prefería enseñarnos a hacerlo con un manojo de hojas porque era fácil obtenerlas siempre que deseáramos observar. Pero cualquier otra cosa habría servido igualmente.
»Una vez que logras parar el mundo, eres un observador. Y, dado que para parar el mundo sólo cabe observar, el Nagual nos hizo pasar años y años contemplando hojas secas. Creo que es la mejor manera de acceder a la segunda atención.
»Combinaba la observación de hojas secas con la búsqueda en el soñar de las propias manos. Tardé cerca de un año en hallarlas, y cuatro en parar el mundo. El Nagual decía que, una vez atrapada la segunda atención por medio de las hojas secas, se la amplía valiéndose del observar y el soñar. Eso es todo al respecto.
– Lo presentas como algo muy sencillo, Gorda.
– Todo lo que hacen los toltecas es muy sencillo. El Nagual afirmaba que lo único que se debía hacer para captar la segunda acción era intentarlo una y otra vez. Todos nosotros paramos el mundo observando hojas secas. Tú y Eligio siguieron un camino diferente. Tú lo hiciste mediante plantas de poder, pero ignoro el método que el Nagual empleó con Eligio. Nunca quiso decírmelo. Me habló de ti porque tenemos una misma misión.
Le mencioné que había dejado constancia en mis notas de que sólo unos días atrás había tenido por vez primera plena conciencia de haber parado el mundo. Rió.
– Paraste el mundo antes que cualquiera de nosotros -dijo-. ¿Qué crees que hiciste al tomar todas aquellas plantas de poder? No lo hiciste mediante el observar, como nosotros; eso es todo.
– ¿Lo único que te hizo observar el Nagual fue la pila de hojas secas?
– Una vez que los soñadores aprenden a para el mundo, pueden observar otras cosas; finalmente, cuando pierden definitivamente la forma, pueden observarlo todo. Yo lo hago. Puedo penetrar en todo. No obstante, nos indicó un cierto orden a seguir en el observar.
»Primero observamos pequeñas plantas. El Nagual nos advirtió que eran sumamente peligrosas. Su poder está concentrado; poseen una luminosidad muy intensa y perciben la observación de los soñadores: en ese momento modifican su luz y la disipan contra el observador. Los soñadores deben escoger una especie vegetal determinada para llevar a cabo su observación.
»A continuación, observamos árboles. También en este caso es necesario elegir una especie. A este respecto, tú y yo somos lo mismo: observadores de eucaliptus.
Ha de haber intuido la siguiente pregunta por mi expresión.
– El Nagual aseveraba que le era muy fácil poner en funciones tu segunda atención mediante su humo -prosiguió-. En muchas ocasiones centraste tu atención sobre los cuervos, predilección suya. Contó que en una ocasión, tu segunda atención se enfocó tan intensamente en uno de esos animales que éste se vio obligado a volar, a su manera, hacia el único eucaliptus del lugar.
Durante años había meditado sobre esa experiencia. No podía considerarla sino como un estado hipnótico inconcebiblemente complejo, producto de los hongos psicotrópicos que formaban parte de la mezcla de fumar de don Juan y de su pericia como manipulador de conductas. Me había inducido a una catarsis perceptual, convirtiéndome en cuervo y llevándome a sentir el mundo como cuervo. Como resultado, percibí el mundo de un modo que no podía en manera alguna formar parte de mi inventario de pasadas experiencias. De alguna forma, la explicación de la Gorda lo había significado todo.
Siguió contando la Gorda que el Nagual les había hecho observar más tarde a criaturas vivientes, en movimiento. Les indicó que los insectos eran, con mucho, los más adecuados. Su movilidad los hacia inofensivos para el observador, al contrario de las plantas, que obtenía su luz directamente de la tierra.
El siguiente paso fue observar las rocas. Me hizo saber que las rocas eran muy antiguas y poderosas y poseían una luz especial, más bien verdosa, distinta de la blanca de los vegetales y de la amarillenta de los seres vivientes y móviles. Las rocas no se abrían fácilmente a los observadores, pero éstos debían insistir, puesto que las rocas abrigaban en su núcleo secretos especiales, secretos que ayudaban a los brujos a «soñar».
– ¿Qué te revelan las rocas? -pregunté.
– Cuando observo el núcleo mismo de una roca -dijo-, siempre percibo una vaharada del aroma que les es propio. Cuando vago en mi soñar, sé dónde estoy merced a esos aromas.
Afirmó que la hora era un factor importante en la observación de árboles y rocas. Al amanecer, tanto los unos como las otras estaban entumecidos y su luz era débil. Se los hallaba en su mejor forma alrededor del mediodía; la observación realizada a esa hora servía para apropiarse de su luz y su poder. Al anochecer se hallaban silenciosos y tristes, especialmente lo árboles. Según la Gorda, éstos dan la impresión, en ese momento, de observar a su vez al observador.
Un segundo estadio en la observación consistía en dirigir la atención a los fenómenos cíclicos: la lluvia y la niebla. Los observadores pueden dirigir su atención a la lluvia y moverse con ella, o concentrarla en el entorno y emplear la lluvia como lente de aumento, capaz de revelar rasgos ocultos. Observando a través de ella se descubren los lugares de poder y aquellos que deben ser evitados. Los lugares de poder son amarillentos y los que se tienen que eludir, intensamente verdes.