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»Tu viste un mosquito y éste se convirtió en el guardián del otro mundo para ti. ¿Y sabes qué es ese otro mundo? Es el mundo de nuestra segunda atención. El Nagual creía probable que tu segunda atención tuviese la fuerza necesaria para superar al guardián y entrar a ese mundo. Pero no era así. De haberlo sido, habrías entrado en él para no retornar jamás. El Nagual me dijo que estaba preparado para seguirte. Pero el guardián te cerró el paso y estuvo a punto de matarte. El Nagual se vio obligado a dejar de emplear sus plantas de poder para concentrar tu segunda atención porque tú sólo la dirigías a los aspectos pavorosos de la realidad. Tuvo, en cambio, que hacerte soñar, para que la encontraras por otros medios. No obstante, estaba seguro de que también tu soñar sería horroroso. No había nada que hacer al respecto. Tú seguías sus pasos y el poseía un lado horrible, terrorífico.

Callaron. Era como si cada uno hubiese sido atrapado por sus propios recuerdos.

La Gorda contó que el Nagual me había señalado en una ocasión un insecto rojo muy especial, en las montañas de su tierra. Me preguntó si lo recordaba.

Lo recordaba. Años atrás don Juan me había llevado a una zona desconocida para mi, en las montañas de México Septentrional. Me hizo ver unos insectos redondos, del tamaño de una mariquita. El dorso era de un rojo brillante. Quise echarme al suelo para examinarlos, pero no me lo permitió. Me dijo que debía observarlos, sin mirarlos fijamente, hasta haber memorizado su forma, porque se esperaba de mí que los recordase siempre. Explicó luego algunos complicados detalles de su conducta, dando a su discurso un cierto matiz metafórico. Me habló acerca de la arbitrariedad de valores que regían nuestras costumbres más arraigadas. Destacó algunos hábitos atribuidos a aquellos insectos y los comparó con los nuestros. A la luz de tal comparación, los fundamentos de nuestras creencias se veían ridículos.

– Antes de que Genaro y él partieran -continuó la Gorda -, el Nagual me llevó al lugar de las montañas en que vivían esos animalitos. Ya había estado allí una vez, al igual que todos los demás. El Nagual se aseguró de que todos conociéramos aquellas pequeñas criaturas, si bien nunca nos permitió observarlas.

»Allí me dijo lo que debía hacer contigo y lo que debía decirte. Ya te he comunicado la mayor parte de aquello que me encomendó, salvo una última cosa. Tiene que ver con aquello que has estado preguntando a todo el mundo: ¿Dónde están el Nagual y Genaro? Te diré exactamente donde se encuentran. El Nagual aseguraba que lo entenderías mejor que cualquiera de nosotros. Ninguno de nosotros ha visto jamás al guardián. Ninguno de nosotros ha estado jamás en ese mundo amarillo azufre en que vive. Tú eres el único. El Nagual dijo haberte seguido en tu entrada a ese mundo cuando enfocaste tu segunda atención sobre el guardián. Pretendía ir allí contigo, tal vez para no regresar, si tú hubieses tenido la fuerza necesaria para pasar. Fue entonces cuando descubrió el mundo de aquellos pequeños insectos rojos. Decía que era la cosa más hermosa y perfecta que se pudiera imaginar. De modo que cuando llegó para él y para Genaro la hora de abandonar este mundo, concentraron su segunda atención y la dirigieron a aquel mundo. Entonces el Nagual abrió la grieta, como tu mismo viste, y entraron por ella a ese mundo, donde aguardan nuestra llegada, que tendrá lugar algún día. El Nagual y Genaro amaban la belleza. Fueron allí por su exclusivo placer.

Me miró. Yo no tenía nada que decir. Ella había estado en lo cierto al afirmar que su revelación debía hacerse en el momento estrictamente adecuado si se pretendía que surtiese algún efecto. Sentía una angustia inexpresable. Era como un deseo de llorar, aunque no estaba triste ni melancólico. Ansiaba algo inefable, pero esa ansiedad no me pertenecía. Como muchos de los sentimientos y sensaciones que había tenido desde mi llegada, me era ajeno.

Vinieron a mi memoria las aseveraciones de Néstor acerca de Eligio. Conté a la Gorda lo que él había dicho y ella me pidió que les narrara las visiones de mi trayecto entre el tonal y el nagual, inmediatamente posterior a mi salto al abismo. Cuando terminé, todas parecían asustadas. La Gorda aisló de inmediato mi visión de la cúpula.

– El Nagual nos dijo que nuestra segunda atención sería enfocada algún día a esa cúpula -afirmó-. Ese día seremos enteramente segunda atención, como lo son el Nagual y Genaro, y ese día nos reuniremos con ellos.

– ¿Quieres decir, Gorda, que iremos como somos? -pregunté.

– Sí, iremos como somos. El cuerpo es la primera atención, la atención del tonal. Cuando se convierte en segunda atención, sencillamente entra al otro mundo. Al saltar al abismo concentraste temporalmente tu segunda intención. Pero Eligio era más fuerte y su segunda intención quedó fijada por el salto. Eso fue lo que le ocurrió y era como nosotros. Pero es imposible decir dónde está. Ni siquiera el Nagual lo sabía. Pero si está en alguna parte es en esa cúpula. O rebotando de visión en visión, tal vez para toda la eternidad.

La Gorda dijo que en mi trayecto entre el tonal y el nagual había corroborado a gran escala que la totalidad de nuestro ser se convierte en segunda atención, y también cuando ella nos transportó un kilómetro para huir de los aliados. Agregó que el problema que el Nagual nos había dejado por resolver, a modo de desafío, consistía en si íbamos a ser o no capaces de desarrollar nuestra voluntad, o el poder de nuestra segunda atención para enfocarlo en forma indefinida sobre cualquier cosa que quisiéramos.

Permanecimos inmóviles durante un rato. Aparentemente, había llegado mi hora de partir, pero no podía ponerme en marcha. El pensar en el destino de Eligio me había paralizado. Ya fuese que hubiese podido llegar a la cúpula de nuestro encuentro, ya fuese que hubiera quedado atrapado en lo tremendo, la imagen de su viaje era enloquecedora. No me costaba ningún esfuerzo concebirlo, puesto que contaba con mi propia experiencia.

El otro mundo al cual don Juan se había referido prácticamente desde el mismo momento en que nos conocimos, había sido siempre una metáfora, una forma oscura de designar cierta distorsión perceptual, o, en el mejor de los casos, una manera de hablar acerca de un estado indefinible del ser. Si bien don Juan me había hecho percibir rasgos indescriptibles del mundo, no me era posible considerar míos experiencia como algo más que un juego sobre mi percepción, un espejismo dirigido de alguna especie, al cual se las había arreglado para someterme, bien por medio de plantas psicotrópicas o valiéndose de otros métodos que yo no lograba deducir racionalmente. Siempre había ocurrido esto. Siempre me había escudado en la idea de que la unidad del «yo» que conocía y que me era familiar había sido desplazada tan sólo temporalmente. Era inevitable, tan pronto como esa unidad fuera recuperada, que el mundo volviera a convertirse en el refugio de mi inviolable ser racional. El campo de probabilidades que la Gorda había abierto con sus revelaciones era escalofriante.

Se puso de pie y me hizo levantar del banco por la fuerza. Dijo que yo debía partir antes del crepúsculo. Me acompañaron al coche y nos despedimos.

La Gorda me dio una última orden. A mi regreso debía ir directamente a casa de los Genaros.

– No queremos verte hasta que sepas qué hacer -dijo con una radiante sonrisa-. Pero no tardes demasiado.

Las hermanitas asintieron.

– Estas montañas no nos van a permitir permanecer aquí por mucho tiempo -agregó, señalando con un sutil movimiento de la barbilla las ominosas, erosionadas colinas del otro lado del valle.

Le hice una pregunta más. Quería saber si ella tenía alguna idea del lugar al que irían el Nagual y Genaro una vez que se hubiese concretado nuestro encuentro. Levantó los ojos al cielo, alzó los brazos e hizo un movimiento indescriptible con ellos, dando a entender que no había límite para aquella inmensidad.

Fin