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– Zurdo -declaró Cassie.

– Entonces es nuestro favorito. Pero no bastará con eso. He hablado con Cooper… -El rostro de O'Kelly derivó en una mueca de disgusto-. Posición de la víctima, posición del asaltante, cálculo de probabilidades… Más mierda que en una pocilga, pero todo se reduce a que piensa que nuestro hombre es zurdo aunque tampoco quiere mostrarse terminante. Es como un maldito político. ¿Cómo está Donnelly?

– Nervioso -dije.

O'Kelly dio una palmada en la puerta de la sala de interrogatorios.

– Bien. Que siga así.

Volvimos adentro y nos dedicamos a poner nervioso a Damien.

– Muy bien, chicos -comencé, acercándome la silla-, es hora de ir al grano. Hablemos de Katy Devlin.

Damien asintió atentamente, pero lo vi sujetarse. Bebió un sorbo de su té, aunque ya debía de estar frío.

– ¿Cuándo la viste por primera vez?

– Creo que cuando estábamos como a tres cuartas partes de la colina. Más arriba de la casa de labor, en todo caso, y de las casetas. Sí, por la pendiente de la colina…

– No -interrumpió Cassie-. No el día que encontrasteis el cuerpo; antes de eso.

– ¿Antes…? -Damien la miró pestañeando y bebió otro sorbo de té-. No… eh… nunca. Nunca la vi. Antes de eso, de ese día.

– ¿Nunca la habías visto antes? -El tono de Cassie no había cambiado, pero de pronto percibí al perro guardián que había en ella-. ¿Estás seguro? Piénsalo, Damien.

Él sacudió la cabeza con vehemencia.

– No, lo juro, no la había visto en toda mi vida.

Hubo un momento de silencio. Posé en Damien lo que pretendía ser una mirada de relativo interés, pero la cabeza me daba vueltas.

Yo había votado por Mark no por llevar la contraria, como cabría pensar, ni porque hubiera algo en él que me irritara de un modo que no me molesté en explorar. Supongo que si me paro a pensarlo, dadas las opciones disponibles simplemente quise que fuera él. Nunca había podido tomarme a Damien en serio, ni como hombre, ni como testigo, y desde luego no como sospechoso. Era un pelele abyecto, todo rizos, tartamudeos y vulnerabilidad. Podías mandarlo a paseo de un soplo como si fuera un diente de león. La idea de que ese último mes se debiera a alguien como él resultaba indignante. Mark, a pesar de lo que pensáramos el uno del otro, constituía un oponente y un objetivo digno.

Pero aquella mentira no tenía ningún sentido. Las niñas Devlin se habían dejado caer bastante a menudo por la excavación aquel verano, y no pasaban desapercibidas; todos los demás arqueólogos se acordaban de ellas. Mel, que se había quedado a una distancia prudencial del cadáver de Katy, la reconoció enseguida. Y Damien guiaba visitas al yacimiento, tenía más probabilidades que ningún otro de haber hablado con Katy, de haber pasado tiempo con ella. Él se había inclinado sobre el cuerpo, en principio para ver si respiraba (e incluso ese gesto de coraje, pensé, chirriaba con su carácter). No tenía ningún motivo en absoluto para negar haberla visto, a menos que estuviera eludiendo torpemente una trampa que no le habíamos puesto; a menos que la idea de que lo relacionaran con ella de cualquier manera lo asustara tanto que le impidiera pensar como es debido.

– De acuerdo -dijo Cassie-, ¿y su padre, Jonathan Devlin? ¿Eres miembro de «No a la Autopista»?

Damien bebió un trago largo de té frío y se puso a asentir otra vez, mientras nosotros nos desviábamos hábilmente del tema antes de que se diera cuenta de lo que había dicho.

Hacia las tres, Cassie, Sam y yo fuimos a buscar pizzas, pues Mark empezaba a quejarse de hambre, y queríamos tenerlos contentos a Damien y a él. Ninguno de los dos estaba bajo arresto; si decidían marcharse en cualquier momento, nosotros no podríamos impedirlo. Explotábamos, como hacemos a menudo, un deseo humano básico como es el de complacer a la autoridad y ser un buen chico; y, aunque estaba bastante seguro de que aquello mantendría a Damien en la sala de interrogatorios por un tiempo indefinido, no estaba tan convencido respecto a Mark.

– ¿Cómo os va con Donnelly? -me preguntó Sam en el local de las pizzas.

Cassie estaba pagando, reclinada sobre la caja y riéndose con el individuo que nos había atendido. Me encogí de hombros.

– No sé qué decirte. ¿Y Mark?

– Hecho una furia. Dice que se ha pasado medio año dejándose el culo por «No a la Autopista», ¿por qué iba a arriesgarlo todo matando a la hija del presidente? Cree que todo esto es un asunto político… -Sam se estremeció-. Respecto a Donnelly -dijo mirando hacia la espalda de Cassie-, si es nuestro hombre, ¿qué pudo…? ¿Tiene algún móvil?

– De momento no lo hemos averiguado -respondí.

No quería entrar en eso.

– Si sale algo… -Sam se hundió más los puños en los bolsillos de los pantalones-. Algo que tú pienses que debo saber, ¿podrías avisarme?

– Sí -dije. No había comido en todo el día, pero comer era lo último que me preocupaba. Sólo quería volver con Damien, y la pizza parecía estar tardando horas-. Claro.

Damien cogió una lata de 7-Up, pero rechazó la pizza; dijo que no tenía hambre.

– ¿Seguro? -preguntó Cassie, mientras trataba de atrapar hilos de queso con el dedo-. Dios, cuando yo era estudiante jamás hubiera dejado pasar una pizza gratis.

– Tú nunca dejas pasar comida gratis y punto -la corregí-. Eres una aspiradora humana. -Cassie, incapaz de contestar a través del enorme bocado, asintió alegremente y alzó los pulgares-. Vamos, Damien, coge un poco. Tienes que conservar las fuerzas: vamos a estar aquí un buen rato. -Abrió los ojos de par en par. Le ofrecí una porción, pero él negó con la cabeza, así que me encogí de hombros y me la quedé yo-. De acuerdo, hablemos de Mark Hanly. ¿Cómo es?

Damien pestañeó.

– ¿Mark? Pues está bien, es estricto, supongo, pero creo que ha de serlo. No tenemos mucho tiempo.

– ¿Alguna vez le has visto ponerse violento? ¿Perder los estribos?

Agité una mano ante Cassie y ella me pasó una servilleta de papel.

– Sí, no… O sea, sí, a veces se pone como loco, cuando alguien la lía, pero nunca le he visto pegar a nadie ni nada de eso.

– ¿Crees que lo haría si se enfadara lo suficiente?

Me limpié las manos y eché una ojeada a mi libreta, procurando no embadurnar las páginas.

– Eres un guarro -me regañó Cassie.

Le alcé el dedo índice y Damien nos miró nervioso y desconcertado.

– ¿Qué? -preguntó al fin, con inseguridad.

– ¿Crees que Mark se pondría violento si lo provocaran?

– A lo mejor, supongo. No lo sé.

– ¿Y tú? ¿Has pegado alguna vez a alguien?

– ¿Qué…? ¡No!

– Tendríamos que haber pedido pan de ajo -señaló Cassie.

– Yo no me quedo en esta habitación con dos personas y ajo. ¿Qué crees que podría hacerte pegar a alguien, Damien? -Su boca se abrió-. No me pareces un tipo violento, pero todo el mundo tiene un límite. ¿Pegarías a alguien si insultaran a tu madre, por ejemplo?

– Yo…

– ¿O por dinero? ¿O en defensa propia? ¿Qué haría falta?

– Yo no… -Damien pestañeó deprisa-. No lo sé. O sea, nunca he… pero supongo que todo el mundo tiene un límite, como usted ha dicho, no lo sé…

Asentí y tomé buena nota de ello.

– ¿La prefieres de otra cosa? -preguntó Cassie, inspeccionando la pizza-. Para mí, la mejor es la de piña y jamón, pero ahí al lado tienen pepperoni con salchicha, que es más de hombres.

– ¿Cómo? Eh… no, gracias. ¿Quién…? -Aguardó, masticando-. ¿Quién está ahí al lado? Puedo preguntarlo, ¿no?

– Claro -respondí-. Es Mark. Hace un rato hemos enviado a Sean y al doctor Hunt a su casa, pero aún no hemos podido soltar a Mark.