– Cuesta mirarlo, ¿eh? -dijo Cassie, casi para sí misma.
Sus dedos vacilaron sobre las fotos, se desplazaron hacia el primer plano de la escena del crimen y siguieron la línea de la mejilla de Katy. Alzó la vista hacia Damien.
– Sí -murmuró él.
– Para mí -comencé, recostándome en mi silla y dando unos golpecitos a la foto post mórtem- es algo que sólo un psicópata rematado le haría a una niña pequeña. Un animal sin conciencia que disfruta haciendo daño a los seres más vulnerables que puede encontrar. Aunque yo sólo soy policía. En cambio, la detective Maddox estudió psicología. ¿Sabes que hay especialistas para trazar perfiles, Damien?
Un minúsculo movimiento de cabeza. Sus ojos seguían clavados en las fotos, aunque no creo que las viera.
– Son gente que estudia qué clase de persona comete un tipo determinado de crimen, y le dice a la policía qué tipo de hombre tiene que buscar. La detective Maddox es una de estas especialistas, y sostiene su propia teoría sobre el tío que hizo esto.
– Damien -comenzó Cassie-, deja que te explique algo. Siempre he sostenido, desde el primer día, que esto lo hizo alguien que no quería hacerlo. Alguien que no era violento, ni era un asesino que disfrutó causando dolor; fue alguien que lo hizo porque tenía que hacerlo. No tenía otra opción. Es lo que vengo asegurando desde el día en que asumimos este caso.
– Es cierto -confirmé-. Los demás decíamos que estaba mal de la cabeza, pero ella se ha mantenido en sus trece: no se trata de un psicópata, ni de un asesino en serie o un violador de niños. -Damien se estremeció y la barbilla le dio un rápido tirón-. ¿Y tú qué piensas, Damien? ¿Crees que hay que ser un enfermo hijo de puta para hacer algo así, o que podría ocurrirle a un tío normal que nunca quiso hacer daño a nadie?
Trató de encogerse de hombros, pero estaba demasiado tenso y le salió una sacudida grotesca. Me levanté y paseé alrededor de la mesa, tomándome mi tiempo, hasta reclinarme en la pared que quedaba detrás de él.
– En fin, nunca sabremos si es una cosa u otra a menos que él nos lo diga. Pero apostemos por un momento que la detective Maddox tiene razón. Es decir, es ella la que se ha formado en psicología; estoy dispuesto a admitir que está en lo cierto. Pongamos que ese tío no es del tipo violento; nunca ha pretendido ser un asesino. Ocurrió y ya está.
Damien había estado conteniendo el aliento. Soltó el aire y volvió a cogerlo con un leve jadeo.
– He visto a tipos así antes. ¿Sabes qué les sucede después? Pierden el maldito control, Damien. No pueden vivir con lo que han hecho. Lo hemos visto una y otra vez.
– No es agradable -continuó Cassie con suavidad-. Nosotros sabemos lo que pasó, y el tipo sabe que lo sabemos pero teme confesar. Piensa que ir a la cárcel es lo peor que podría ocurrirle. Dios, qué equivocado está. Cada día del resto de su vida, cuando se despierte por la mañana, aquello volverá a caerle encima como si hubiera ocurrido ayer. Cada noche temerá irse a dormir a causa de las pesadillas. Pensará que algún día se le tiene que pasar, pero no se le pasará nunca.
– Y tarde o temprano -continué, desde las sombras detrás de él- sufrirá una crisis nerviosa y pasará sus últimos días en una celda acolchada, vestido con un pijama y drogado hasta las cejas. O una noche atará una cuerda a una barandilla y se colgará. Más a menudo de lo que crees, Damien, no son capaces de afrontar un nuevo día.
Un montón de gilipolleces, desde luego. De la docena de asesinos sin cargos que podría nombrar, sólo uno se mató, y para empezar tenía un historial de problemas mentales sin tratar. El resto vive más o menos exactamente igual que antes, yendo a trabajar y a tomar algo al pub y llevando a sus hijos al zoo, y si alguna vez les da el tembleque se lo guardan para ellos. Los seres humanos, y yo lo sé mejor que la mayoría, se acostumbran a cualquier cosa. Con el tiempo, hasta lo impensable se va abriendo un pequeño hueco en la mente de uno hasta convertirse en algo que simplemente ocurrió. Pero Katy sólo llevaba muerta un mes, y Damien no había tenido tiempo de averiguar eso. Estaba rígido en su silla, con la mirada clavada en el 7-Up y respirando como si le doliera.
– ¿Sabes quiénes sobreviven, Damien? -preguntó Cassie. Se inclinó sobre la mesa y posó las yemas de los dedos en su brazo-. Los que confiesan. Los que cumplen su condena. Siete años después, o lo que sea, ha terminado; salen de la cárcel y pueden empezar otra vez. No tienen que ver la cara de su víctima cada vez que cierran los ojos. No tienen que pasarse cada segundo del día aterrados por si los van a coger. No tienen que pegar un salto de diez metros cada vez que ven a un poli o alguien llama a la puerta. Créeme, a la larga, éstos son los que salen adelante.
Damien estaba apretando la lata con tanta fuerza que ésta se combó con un ruido seco. Todos nos sobresaltamos.
– Damien -dije, con mucho cuidado-, ¿te suena algo de todo esto?
Y, finalmente, se produjo esa disolución ínfima en su nuca, la oscilación de su cabeza al doblegársele la columna. Casi imperceptiblemente, al cabo de lo que parecieron siglos, asintió.
– ¿Quieres vivir así el resto de tu vida?
Movió la cabeza de un lado a otro, sin rumbo.
Cassie le dio una última palmadita en el brazo y apartó la mano. Nada que pudiera parecer coacción.
– Tú no querías matar a Katy, ¿verdad? -preguntó con suavidad, con tanta suavidad que su voz era como nieve cayendo en la habitación-. Simplemente ocurrió.
– Sí. -Fue un murmullo, apenas una exhalación, pero lo oí. Escuchaba con tanta atención que casi oía el latido de su corazón-. Simplemente ocurrió.
Por un instante fue como si la habitación se replegara sobre sí misma, como si una explosión demasiado enorme para ser oída hubiera succionado todo el aire. Nadie pudo moverse. Las manos de Damien se habían quedado encalladas alrededor de la lata; ésta cayó en la mesa con un golpe metálico y rodó sin rumbo hasta que se paró. La luz del techo proyectaba un haz de un bronce brumoso. Entonces, la habitación respiró de nuevo, con un suspiro lento y henchido.
– Damien James Donnelly -anuncié. No di la vuelta a la mesa para ponerme frente a él, pues no sabía si las piernas me aguantarían-, quedas arrestado como sospechoso de matar a Katharine Bridget Devlin, contrariamente a la ley, alrededor del pasado 17 de agosto en Knocknaree, en el condado de Dublín.
Capítulo 21
Damien no podía parar de temblar. Apartamos las fotos, le trajimos una nueva taza de té y nos ofrecimos a buscarle un jersey extra o a calentarle la pizza que quedaba, pero sacudió la cabeza sin mirarnos. A mí, toda aquella escena me resultaba completamente irreal. No podía apartar la vista de Damien. Había arrasado mi mente en busca de recuerdos, había entrado en el bosque de Knocknaree, había arriesgado mi carrera y estaba perdiendo a mi compañera, y todo por ese chico.
Cassie le leyó sus derechos -despacio y con ternura, como si Damien hubiera sufrido un desafortunado accidente- mientras yo me mantenía en la retaguardia conteniendo la respiración, pero no quiso un abogado.
– ¿Para qué? Lo hice yo, de todos modos ustedes ya lo sabían, ahora lo sabrá todo el mundo, no hay nada que un abogado pueda… Iré a la cárcel, ¿no? ¿Voy a ir a la cárcel?
Le castañeteaban los dientes; necesitaba algo mucho más fuerte que un té.
– Ahora no te preocupes por eso, ¿de acuerdo? -le dijo Cassie con dulzura. A mí me pareció una sugerencia bastante ridícula, dadas las circunstancias, pero a Damien pareció calmarlo un poco; incluso asintió-. Si continúas ayudándonos, nosotros haremos todo lo posible por ayudarte a ti.
– Yo no quería… ya lo ha dicho usted, yo no quería hacerle daño a nadie, lo juro por Dios. -Tenía los ojos fijos en Cassie como si su vida dependiera de que ella le creyera-. ¿Puede decírselo, se lo dirá al juez? Yo no soy ningún psicópata o asesino en serie o… Yo no soy así. No quería hacerle daño, lo juro por, por, por…