– Ya lo sé. -Cassie puso su mano sobre la de él, y con el pulgar le acarició el dorso de la muñeca a un ritmo apaciguante-. Tranquilo, Damien. Todo se arreglará. Lo peor ya ha pasado. Lo único que tienes que hacer ahora es contarnos qué ocurrió, con tus propias palabras. ¿Harás eso por mí? -Después de respirar hondo varias veces asintió valerosamente-. Bien hecho -dijo Cassie.
Paró en seco de darle palmaditas en la cabeza y ofrecerle una galletita.
– Necesitamos conocer toda la historia, Damien -le expliqué, acercando mi silla-; paso a paso. ¿Dónde empezó?
– ¿Eh? -preguntó, al cabo de un momento. Se le veía aturdido-. Yo… ¿cómo?
– Has dicho que no querías hacerle daño. Entonces, ¿cómo ocurrió?
– No lo… O sea, no estoy seguro. No me acuerdo. ¿No puedo hablar de esa noche y ya está?
Cassie y yo nos miramos el uno al otro.
– De acuerdo -acepté-. Está bien, empieza por cuando saliste del trabajo el lunes por la tarde. ¿Qué hiciste?
Había algo allí, era evidente que lo había, su memoria no lo había abandonado por mucho que le conviniera; pero si lo presionábamos ahora podía callárselo todo o cambiar de idea sobre lo del abogado.
– Vale… -Damien respiró hondo otra vez y se sentó más erguido, con las manos bien sujetas entre las rodillas, como un colegial en un examen oral-. Fui a casa en autobús. Cené con mi madre y luego jugamos un rato al Scrabble; a ella le encanta. Mi madre se fue a la cama a las diez, como siempre, está medio enferma, delicada del corazón. Yo, esto, me fui a mi cuarto y me quedé allí hasta que se durmió, como ronca podía saber… Intenté leer o hacer algo, pero no podía, no podía concentrarme, estaba tan…
Los dientes le castañetearon de nuevo.
– Tranquilo -dijo Cassie con suavidad-. Ya ha pasado. Estás haciendo lo correcto.
Él respiró entrecortadamente y asintió.
– ¿A qué hora saliste de casa? -le pregunté.-Eh… a las once. Volví andando a la excavación, es que en realidad sólo está a unos kilómetros de mi casa, sólo que en autobús se tarda un montón porque hay que entrar en el centro y luego salir otra vez. Di un rodeo por calles traseras para evitar la urbanización. Luego tenía que pasar por la casa de labor, pero como el perro me conoce, cuando se levantó le dije: «Buen chico, Laddie», y se calló. Estaba oscuro, pero llevaba linterna. Entré en la caseta de herramientas y cogí un par de… de guantes, y me los puse, y busqué una… -Le costó tragar saliva-. Busqué una piedra grande. Por el suelo, donde acaba la excavación. Entonces fui a la caseta de los hallazgos.
– ¿Qué hora era? -quise saber.
– Hacia medianoche.
– ¿Y cuándo llegó Katy allí?
– Tenía que ser… -Parpadeó y bajó la cabeza-. Tenía que ser a la una, pero llegó antes, como a la una menos cuarto. Cuando llamó a la puerta casi me dio un infarto.
Tuvo miedo de ella. Me dieron ganas de darle un puñetazo.
– Y la dejaste entrar.
– Sí. Llevaba unas galletas de chocolate en la mano, supongo que las cogió de casa para el camino, me dio una pero yo no podía… es que no podía comer. Me la metí en el bolsillo. Ella se comió la suya y me habló un par de minutos de la escuela de danza y eso. Y entonces dije… dije: «Mira ese estante», y ella se giró. Y yo, eh… la golpeé. Con la piedra, en la parte de atrás de la cabeza. La golpeé.
Había una nota aguda de pura incredulidad en su voz. Tenía las pupilas tan dilatadas que sus ojos parecían negros.
– ¿Cuántas veces? -pregunté.
– No sé… yo… Dios. ¿Tengo que hacer esto? Quiero decir, ya os he dicho que lo hice yo, ¿no podéis… no…?
Estaba aferrado al borde de la mesa, con las uñas clavadas.
– Damien -respondió Cassie, con suavidad pero con firmeza-, tenemos que conocer los detalles.
– Vale, vale. -Se frotó la boca con torpeza-. Sólo la golpeé una vez, pero creo que no lo hice con bastante fuerza porque se cayó como si hubiera tropezado, pero aún estaba… Se dio la vuelta y abrió la boca como si fuese a chillar, así que… la agarré. Quiero decir, yo estaba asustado, estaba muy asustado, y si gritaba… -Prácticamente farfullaba-. Le tapé la boca con la mano y traté de golpearla otra vez, pero paró el golpe con las manos y me arañó y me dio patadas y de todo… Estábamos en el suelo, ¿no? Y yo ni siquiera veía lo que pasaba porque sólo tenía mi linterna encima de la mesa, no había encendido la luz, quise sujetarla pero ella intentaba llegar a la puerta, no paraba de retorcerse y era fuerte. No me esperaba que fuera tan fuerte, siendo…
Su voz se extinguió y se quedó mirando la mesa. Respiraba por la nariz, deprisa y con aspereza y no muy hondo.
– Siendo tan pequeña -terminé con monotonía.
Damien abrió la boca, pero no salió nada. Había adquirido un desagradable tono blanco verdoso y sus pecas aparecían como en alto relieve.
– Podemos hacer una pausa si quieres -dijo Cassie-. Pero tarde o temprano tendrás que contarnos el resto de la historia.
Sacudió la cabeza con violencia.
– No. No quiero pausa. Sólo quiero… Estoy bien.
– De acuerdo -asentí-. Pues continuemos. Le estabas tapando la boca con una mano y ella se resistía.
Cassie tuvo un tic que dominó a medias.
– Sí, vale. -Damien se abrazó a sí mismo, con las manos hundidas en las mangas del jersey-. Entonces se puso boca abajo y empezó como a arrastrarse hacia la puerta, y… la golpeé otra vez. Con la piedra, en un lado de la cabeza. Creo que esta vez le di más fuerte, por la adrenalina, porque se desplomó. Quedó inconsciente. Pero aún respiraba, y muy alto, como un gemido, por eso supe que tenía que… No podía golpearla otra vez, es que no podía. No quería… -Estaba al borde de la hiperventilación-. No quería… hacerle daño.
– ¿Qué pasó luego?
– En la caseta había unas bolsas de plástico. Para los hallazgos. O sea que cogí una y… se la puse en la cabeza y la aguanté enroscada hasta que…
– ¿Hasta que qué? -dije yo.
– Hasta que dejó de respirar -dijo Damien al fin, muy suavemente.
Hubo un largo silencio; sólo el viento con su silbido inquietante a través del respiradero y el sonido de la lluvia.
– ¿Y entonces?
– Entonces. -La cabeza de Damien se bamboleó un poco; tenía la mirada ausente-. La recogí. No podía dejarla en la caseta de los hallazgos o se sabría todo, así que tenía que sacarla de la excavación. Estaba… había sangre por todas partes, supongo que de su cabeza. Le dejé la bolsa de plástico puesta para que la sangre no se desparramara. Pero cuando salí al yacimiento había… En el bosque vi una luz, como una fogata o algo parecido. Había alguien allí. Me asusté, me asusté tanto que apenas me sostenía en pie, pensé que se me iba a caer… Quiero decir, ¿y si me veían? -Volvió las palmas hacia arriba como suplicando; la voz se le quebró-. No sabía qué hacer con ella.
Se había saltado lo de la paleta.
– ¿Y qué hiciste? -le pregunté.
– La llevé de vuelta a las casetas. En la de las herramientas hay unas lonas que utilizamos para cubrir parcelas delicadas de la excavación cuando llueve. Pero casi nunca las necesitamos. La envolví en una lona para que… o sea, no quería… los bichos, y eso… -Tragó saliva-. Y la puse debajo de las otras. Supongo que podría haberla dejado en un campo y ya está, pero me pareció… Hay zorros y… y ratas y cosas por ahí, y a lo mejor habrían tardado días en encontrarla, y yo no quería tirarla sin más. No podía pensar con claridad. Pensé que quizá la noche del día siguiente sabría qué hacer…
– ¿Entonces te fuiste a casa?
– No, primero limpié la caseta de los hallazgos. La sangre. Estaba el suelo lleno, y los escalones, y los guantes y los pies se me manchaban cada vez más y… Llené un cubo de agua con la manguera y procuré lavarlo. Era… Se notaba el olor… Tuve que parar porque pensé que iba a vomitar.