Nos miró, lo juro, como si esperase nuestra compasión.
– Tuvo que ser espantoso -señaló Cassie, con clemencia.
– Sí. Madre mía, lo fue. -Damien se volvió hacia ella, agradecido-. Me hubiera quedado allí para siempre, no dejaba de pensar que casi era de día y los chicos llegarían en cualquier momento y tenía que darme prisa, y luego pensé que aquello era una pesadilla y tenía que despertarme, y luego me mareé… Ni siquiera veía lo que estaba haciendo, tenía la linterna pero la mitad del tiempo estaba demasiado asustado para encenderla, pensaba que quien estuviera en el bosque la vería y vendría a mirar, así que estaba a oscuras, con sangre por todas partes, y cada vez que oía un ruido pensaba que me iba a morir, pero a morirme de verdad… No paraban de oírse esos ruidos de fuera, como si algo rascara las paredes de la caseta. Una vez me pareció escuchar, no sé, como si olisquearan por donde estaba la puerta, por un segundo pensé que tal vez era Laddie, pero por la noche lo atan, y estuve a punto de… Dios, fue…
Sacudió la cabeza, apabullado.
– Pero al final lo limpiaste -señalé.
– Sí, supongo. Todo lo que pude. Pero es que… no podía seguir, ¿saben? Dejé la piedra detrás de las lonas, y ella tenía esa linternita y también la dejé ahí. Por un segundo… cuando levanté las lonas las sombras formaron una extraña figura y pareció como si… como si ella se moviera, Dios mío…
De nuevo, su rostro empezó a adquirir una curiosa tonalidad verdosa.
– Así que dejaste la piedra y la linterna en la caseta de las herramientas -dije.
Se había vuelto a saltar lo de la paleta, un detalle que no me molestaba tanto como cabría pensar. A esas alturas, cualquier cosa que rehuyera se convertía en un arma para nosotros, que podríamos usar cuando nos conviniera.
– Sí. Y me lavé los guantes y los volví a dejar en la bolsa. Y luego cerré las casetas y… me fui andando a casa y ya está.
En voz baja y sin contenerse, como si llevara mucho tiempo esperando para poder hacerlo, Damien se echó a llorar.
Lloró largo rato y con demasiada intensidad para poder responder preguntas. Cassie se sentó a su lado mientras le daba palmaditas y le murmuraba palabras con suavidad y le pasaba pañuelos. Al cabo de un rato nuestras miradas se cruzaron por encima de la cabeza de Damien y ella asintió. Los dejé solos y me fui a buscar a O'Kelly.
– ¿Ese niño mimado? -dijo éste, y las cejas se le dispararon hacia arriba-. Pues me dejas tieso. No pensé que tuviera suficientes huevos. Yo apostaba por Hanly. Acaba de irse ahora mismo, le ha dicho a O'Neill que se metiera sus preguntas por el culo y se ha largado. Menos mal que Donnelly no ha hecho lo mismo. Empezaré con el archivo para el fiscal general.
– Necesitamos su registro de llamadas y el de su cuenta -señalé-, e interrogatorios con los demás arqueólogos, compañeros de clase, amigos del colegio y cualquiera cercano a él. Está siendo muy reservado respecto al móvil.
– ¿A quién coño le importa el móvil? -exclamó O'Kelly, pero su irritación carecía de convicción. Estaba entusiasmado.
Sabía que yo también debería estarlo, pero por algún motivo no era así. Cuando soñaba con resolver el caso, mi imagen mental no se parecía en nada a aquello. La escena en la sala de interrogatorios, que debería haber sido el mayor triunfo de mi carrera, resultaba demasiado poca cosa, demasiado tardía.
– En este caso, a mí -respondí. Técnicamente, O'Kelly tenía razón. Mientras puedas demostrar que tu hombre cometió el crimen, no tienes ninguna obligación en absoluto de explicar el porqué; pero los jurados, guiados por la televisión, quieren un móvil. Y, esta vez, yo también-. Un crimen tan brutal cometido por un buen chico sin un solo antecedente, la defensa alegará enajenación mental. Si encontramos un móvil, eso queda descartado.
O'Kelly resopló.
– Está bien, pondré a los chicos a hacer interrogatorios. Vuelve ahí dentro y consígueme un caso irrefutable. Y Ryan… -dijo a regañadientes, cuando me giré para irme-. Bien hecho. Los dos.
Cassie había logrado tranquilizar a Damien, que seguía un poco tembloroso y sonándose la nariz, pero ya no sollozaba.
– ¿Estás bien para continuar? -le preguntó ella, y le apretó la mano-. Ya casi estamos, ¿de acuerdo? Lo estás haciendo muy bien.
La sombra patética de una sonrisa sobrevoló un instante el rostro de Damien.
– Sí -contestó-. Siento haber… lo siento. Estoy bien.
– Perfecto. Si necesitas otra pausa, me lo dices.
– Bien -comencé yo-, estábamos en el momento en que te fuiste a casa. Háblanos del día siguiente.
– Ah, sí… El día siguiente. -Damien tomó una larga, resignada y trémula inspiración-. Todo el día fue una completa pesadilla. Estaba tan cansado que no podía ni ver, y cada vez que alguien entraba en la caseta de las herramientas creía que me iba a desmayar, y tenía que comportarme de un modo normal, ya sabéis, reírme de los chistes de la gente y actuar como si no hubiera pasado nada, y no dejaba de pensar… de pensar en ella. Y además esa noche tuve que hacer lo mismo otra vez, esperar a que mi madre se fuera a dormir y escabullirme para volver a la excavación andando. Si llego a ver de nuevo esa luz en el bosque, yo no sé lo que hago. Pero no estaba.
– Y regresaste a la caseta de las herramientas -dije.
– Sí. Volví a ponerme unos guantes y la saqué. Estaba… pensé que estaría tiesa, pensaba que los cadáveres se ponen tiesos, pero ella… -Se mordió el labio-. Ella no lo estaba, no del todo. Aunque estaba fría. Era… yo no quería tocarla.
Tuvo un escalofrío.
– Pero tenías que hacerlo.
Damien asintió y se sonó la nariz otra vez.
– La saqué a la excavación y la coloqué sobre el altar de piedra. Para ponerla a salvo de ratas y otros bichos. Donde alguien la encontrara antes de que… Intenté que pareciera que estaba durmiendo. No sé por qué. Tiré la piedra y enjuagué la bolsa de plástico y la devolví a su sitio, pero no encontré su linterna, estaba en alguna parte detrás de las lonas, y yo… yo sólo quería irme a mi casa.
– ¿Por qué no la enterraste? -quise saber-. En el yacimiento o en el bosque.
No es que fuera relevante, pero habría sido lo más inteligente. Damien me miró con la boca entreabierta.
– No se me ocurrió -dijo-. Yo sólo quería salir de allí lo más rápido posible. Y de todos modos… quiero decir, ¿enterrarla? ¿Como si fuese basura?
Y habíamos tardado un mes en atrapar a esa joya.
– Al día siguiente -continué- te aseguraste de ser uno de los que descubrieran el cuerpo. ¿Por qué?
– Ah, sí, eso. -Hizo un pequeño movimiento compulsivo, como si se encogiera de hombros-. Oí… bueno, llevaba los guantes puestos, así que no dejé huellas, pero en alguna parte oí que si quedaba un pelo mío en ella, o pelusa de mi jersey o lo que fuera, la policía podía averiguar de quién era. Por eso decidí que tenía que encontrarla yo. No quería, Dios mío, no quería verla, pero… Me pasé todo el día intentando pensar en una excusa para subir ahí, pero me daba miedo levantar sospechas. Estaba… no podía pensar. Sólo quería que aquello terminara. Y entonces Mark mandó a Mel a trabajar en el altar de piedra. -Soltó un suspiro, un ruidito cansado-. Y a partir de eso… la verdad es que fue más fácil, ¿saben? Al menos ya no tenía que fingir que todo iba bien.
No era de extrañar que estuviera alelado durante aquella primera entrevista. Aunque no lo suficiente como para ponernos en guardia. Para ser un novato, lo había hecho bastante bien.
– Y cuando hablamos contigo… -dije, pero me detuve.
Cassie y yo no nos miramos, no movimos ni un músculo, pero de repente caímos en la cuenta de un detalle que nos fulminó a los dos como una descarga eléctrica. Uno de los motivos por los que nos habíamos tomado tan en serio la historia de Jessica sobre el Chándal Fantasma era que Damien situó a ese mismo desconocido prácticamente en la escena del crimen.