– Cuando hablamos contigo -dije, al cabo sólo de una pausa minúscula- te inventaste a un tío gordo en chándal, para confundirnos.
– Sí. -La mirada de Damien saltó ansiosamente entre Cassie y yo-. Lo siento mucho. Es que pensé…
– Se suspende el interrogatorio -dijo Cassie, y se fue.
La seguí, con una sensación de vacío en el estómago y un débil y aprensivo «Esperen, ¿qué…?» que Damien lanzó a nuestra espalda.
Por una especie de instinto compartido, no nos quedamos en el pasillo ni volvimos a la sala de investigaciones, sino que fuimos a la puerta de al lado, a la sala donde Sam había interrogado a Mark. Aún quedaban restos esparcidos por la mesa: servilletas arrugadas, vasos de papel, salpicaduras de un líquido oscuro después de que alguien diera un puñetazo en la mesa o empujara una silla hacia atrás…
– ¡Ya está! -exclamó Cassie, a medio camino entre el jadeo y la risa-. ¡Lo hemos conseguido, Rob!
Arrojó su libreta encima de la mesa y me rodeó los hombros con un brazo. Fue un gesto de alegría rápido y espontáneo, pero me puso los pelos de punta. Llevábamos todo el día trabajando juntos con la compenetración de siempre, haciéndonos rabiar el uno al otro como si nunca hubiera pasado nada, pero fue sólo pensando en Damien y porque el caso lo exigía; y no creí que fuera necesario explicarle esto a Cassie.
– Eso parece, sí -respondí.
– Cuando por fin ha dicho… Dios, creo que mi mandíbula casi ha tocado el suelo. Esta noche hay champán, acabemos cuando acabemos, y en cantidad. -Soltó una honda espiración, se apoyó en la mesa y se pasó los dedos por el pelo-. Creo que deberías ir a buscar a Rosalind.
Noté que los hombros se me tensaban.
– ¿Por qué? -pregunté, impasible.
– Yo no le caigo bien.
– Sí, eso ya lo sé. Pero ¿por qué hay que ir a buscarla?
Cassie se detuvo a medio desperezarse y se me quedó mirando.
– Rob, ella y Damien nos dieron la misma pista falsa. Tiene que haber alguna conexión.
– En realidad -la corregí-, Jessica y Damien nos dieron la misma pista falsa.
– ¿Piensas que Damien y Jessica están en esto juntos? Vamos…
– Yo no pienso que nadie esté en nada. Lo que pienso es que Rosalind ya ha sufrido suficiente para toda una vida y que no hay la menor posibilidad de que sea cómplice del asesinato de su hermana, así que no veo por qué hay que arrastrarla hasta aquí y provocarle un trauma aún mayor.
Cassie se sentó encima de la mesa y me miró. Fui incapaz de calibrar el alcance de la expresión en su rostro.
– ¿Crees -inquirió finalmente- que ese infeliz hizo esto por sí mismo?
– Ni lo sé ni me importa -contesté, y aunque oía ecos de O'Kelly en mi voz era incapaz de parar-. A lo mejor lo contrató Andrews o alguno de sus colegas. Eso explicaría por qué elude todo el tema del móvil. Teme que vayan a por él si los delata.
– Ya, pero es que no tenemos ni una sola conexión entre él y Andrews…
– Todavía.
– Y tenemos una entre él y Rosalind.
– ¿No me has oído? He dicho «todavía». O'Kelly está con las cuentas y el registro de llamadas. Cuando llegue, veremos qué tenemos entre manos y partiremos de ahí.
– Cuando llegue todo eso, Damien se habrá tranquilizado y se habrá buscado un abogado, y Rosalind habrá visto la detención en las noticias y estará en guardia. La traemos ahora mismo y los confrontamos hasta averiguar qué está pasando.
Pensé en la voz de Kiernan, o en la de McCabe; en la vertiginosa sensación a medida que los ligamentos de mi mente se aflojaban y yo despegaba hacia un suave e infinitamente acogedor cielo azul.
– No -dije-, no lo haremos. Es una chica frágil, Maddox. Es sensible y está sometida a una presión enorme, acaba de perder a una hermana y no tiene ni idea de por qué. ¿Y tu respuesta es que la confrontemos con el asesino? Por Dios, Cassie, tenemos una responsabilidad con esa chica.
– No, Rob, no la tenemos -respondió Cassie con aspereza-. Eso es tarea de Apoyo a las Víctimas. Nosotros tenemos una responsabilidad con Katy, y consiste en intentar descubrir la verdad sobre qué diablos pasó y ya está. Todo lo demás es secundario.
– ¿Y si Rosalind cae en una depresión o tiene una crisis nerviosa porque hemos estado acosándola? ¿También dirás que eso es problema de Apoyo a las Víctimas? Podríamos marcarla de por vida, ¿lo entiendes? Hasta que tengamos mucho más que una coincidencia menor, vamos a dejar a esa chica en paz.
– ¿Una coincidencia menor? -Cassie se hundió con fuerza las manos en los bolsillos-. Rob, si se tratara de otra persona y no de Rosalind Devlin, ¿qué estarías haciendo ahora mismo?
Una oleada de ira creció en mi interior, una furia pura, densa y compleja.
– No, Maddox, no. Ni se te ocurra salir con eso. En todo caso es al revés. Rosalind no te ha gustado nunca, ¿verdad? Te mueres por un motivo para ir tras ella desde el primer día, y ahora que Damien te ha dado esa mierda de excusa patética te has echado encima como un perro hambriento con un hueso. Dios mío, esa pobre niña me dijo que muchas mujeres le tienen celos, pero debo admitir que esperaba más de ti. Ya veo que me equivocaba.
– ¿Celos de…? ¡Dios santo, Rob, qué valor tienes! Y yo no me esperaba que apoyaras a una maldita sospechosa sólo porque sientes lástima de ella, y porque te gusta, y porque estás cabreado conmigo por alguna puta y extraña razón…
Estaba perdiendo el control rápidamente, y yo lo observaba con gran placer. Mi ira es fría, controlada y articulada, capaz de aplastar una explosión de mal genio como la de Cassie en cualquier momento.
– Me gustaría que bajaras la voz -dije-. Te estás poniendo en evidencia.
– Oh, ¿eso crees? Pues tú eres una vergüenza para toda la maldita brigada. -Se metió la libreta en el bolsillo y las páginas se arrugaron-. Me voy a buscar a Rosalind Devlin.
– No, no lo harás. Por el amor de Dios, actúa como una jodida profesional, no como una adolescente histérica con ganas de venganza.
– Sí, sí lo haré, Rob. Y tú y Damien podéis hacer lo que os dé la gana, podéis chuparos la polla el uno al otro o moriros, por mí…
– Vaya -respondí-, desde luego eso me ha puesto en mi sitio. Muy profesional.
– ¿Qué coño tienes en la cabeza? -chilló Cassie.
Dio un portazo tras de sí, y oí cómo reverberaba el eco pasillo abajo, profundo y funesto.
Le dejé un margen considerable para que se marchara y luego salí a fumarme un cigarrillo; Damien podía cuidar de sí mismo, como un niño grande, unos minutos más. Empezaba a oscurecer y seguían cayendo cortinas de una lluvia gruesa y apocalíptica. Me subí el cuello de la chaqueta y me apretujé incómodamente en el umbral. Me temblaban las manos. Cassie y yo nos habíamos peleado antes, desde luego que sí; los compañeros discuten con la misma ferocidad que los amantes. Una vez la enfurecí tanto que dio un manotazo en su escritorio y se le hinchó la muñeca, y no nos hablamos durante casi dos días. Pero hasta aquello había sido distinto; completamente distinto.
Tiré mi cigarrillo empapado a medio fumar y volví adentro. Una parte de mí deseaba procesar a Damien e irme a casa y dejar que Cassie se las apañara cuando al volver viera que no estábamos, pero sabía que no podía permitirme ese lujo; tenía que averiguar el móvil de ese tipo, y tenía que hacerlo a tiempo de evitar que Cassie sometiera a Rosalind al tercer grado.
Damien empezaba a ser consciente de los acontecimientos. Estaba casi desesperado de ansiedad, mordiéndose las cutículas y moviendo las rodillas, y no podía parar de hacerme preguntas: «¿Qué pasará ahora? Voy a ir a la cárcel, ¿verdad? ¿Durante cuánto tiempo? A mi madre le va a dar un infarto, está delicada del corazón… ¿La cárcel es peligrosa de verdad, es como en la tele?». Esperé por su bien que no viera Oz [21].