– ¿Fue entonces cuando te uniste a la campaña?
– Sí. Knocknaree es un yacimiento muy importante, ha estado habitado desde…
– Ya nos lo contó Mark -atajó Cassie con una sonrisa-. Como puedes imaginar. ¿Fue entonces cuando conociste a Rosalind Devlin, o ya la conocías de antes?
Hubo una pequeña y desconcertada pausa.
– ¿Qué? -preguntó Damien.
– Aquel día estaba en la mesa de inscripciones. ¿Era la primera vez que la veías?
Otra pausa.
– No sé a quién se refieren -respondió Damien al fin.
– Vamos, Damien -dijo Cassie, y se acercó para tratar de captar su mirada, pero él no la apartaba de su vaso de café-. De momento lo has hecho muy bien; no te eches atrás ahora, ¿de acuerdo?
– Hay llamadas y mensajes a Rosalind en todos los registros de tu móvil -intervino Sam, y sacó el haz de páginas marcadas con rotulador y las puso delante de Damien.
Este lo observó con expresión vacía.
– ¿Por qué no quieres que sepamos que erais amigos? -quiso saber Cassie-. No hay ningún mal en ello.
– No quiero que ella se vea involucrada en esto -replicó Damien.
Empezaban a tensársele los hombros.
– Nosotros no estamos involucrando a nadie en nada -señaló Cassie con delicadeza-. Sólo queremos saber qué sucedió.
– Ya se lo he explicado.
– Lo sé, lo sé. Aguanta un poco más, ¿vale? Sólo tenemos que aclarar los detalles. ¿Fue en esa manifestación donde conociste a Rosalind?
Damien extendió el brazo y tocó el registro de llamadas con un dedo.
– Sí -dijo-. Al inscribirme. Empezamos a hablar.
– ¿Os caísteis bien y entonces seguisteis en contacto?
– Sí, supongo.
En aquel punto, dieron marcha atrás. «¿Cuándo empezaste a trabajar en Knocknaree?» «¿Por qué elegiste esa excavación?» «Sí, a mí también me resultó fascinante…» Poco a poco, Damien se fue relajando otra vez. Seguía lloviendo y densas cortinas de agua se deslizaban ventana abajo. Cassie fue a por más café y volvió con expresión culpable y traviesa y con un paquete de galletas de crema robadas de la cantina. No había prisa, ahora que Damien había confesado. A lo sumo, podía pedir un abogado, y éste le aconsejaría que les contara exactamente lo que intentaban averiguar; un cómplice significaba culpabilidad compartida y confusión, elementos predilectos para un abogado defensor. Cassie y Sam tenían todo el día, toda la semana, todo el tiempo que hiciera falta.
– ¿Cuánto tardasteis Rosalind y tú en empezar a salir? -preguntó Cassie al cabo de un rato.
Damien estaba doblando la esquina de una hoja del registro en pequeños pliegues, pero al oír eso alzó la vista, asustado y cauteloso.
– ¿Qué? Nosotros no… no salimos. Sólo somos amigos.
– Damien -dijo Sam en tono de reproche, y dio unos golpecitos en las hojas-. Mira esto. La llamas tres o cuatro veces al día, le envías media docena de mensajes, habláis durante horas en plena noche…
– Dios, también yo he hecho eso -comentó Cassie, como si lo rememorase-. La cantidad de dinero que te gastas en teléfono cuando estás enamorado…
– A ningún otro amigo lo llamas ni una cuarta parte. Constituye el noventa y cinco por ciento de tu factura de teléfono. Y no pasa nada por eso. Ella es una chica encantadora y tú eres un joven agradable; ¿por qué no ibais a salir juntos?
– Un momento -saltó Cassie de repente, y se irguió-. ¿Estaba Rosalind implicada en esto? ¿Por eso no quieres hablar de ella?
– ¡No! -casi gritó Damien-. ¡Déjenla en paz! -Cassie y Sam se lo quedaron mirando con las cejas en alto-. Lo siento -musitó al cabo de un momento, y se desplomó en su silla. Estaba de un rojo encendido-. Yo sólo… Es decir, ella no tuvo nada que ver. ¿No pueden dejarla al margen de esto?
– Entonces, ¿a qué viene tanto secreto, Damien? -preguntó Sam-. Si no estaba implicada…
Él se encogió de hombros.
– Porque no le dijimos a nadie que estábamos saliendo.
– ¿Por qué no?
– Porque no. Porque el padre de Rosalind se habría puesto como loco.
– ¿No le caías bien? -preguntó Cassie, lo bastante sorprendida como para que resultara un halago.
– No, no era eso. No le permiten tener novios. -La mirada de Damien saltó de uno a otro con nerviosismo-. No se lo… ya saben, no se lo digan a él, por favor.
– ¿Cómo de loco se habría puesto exactamente? -inquirió Cassie con suavidad.
Damien arrancaba trocitos de su vaso de papel.
– Yo no quería que ella se metiera en líos. -El rubor de su rostro no se había extinguido y respiraba demasiado deprisa; ocultaba algo.
– Tenemos un testigo -señaló Sam- que afirma que recientemente Jonathan Devlin podría haber pegado a Rosalind al menos una vez. ¿Sabes si es eso cierto?
Un parpadeo rápido y hombros encogidos.
– ¿Cómo iba a saberlo?
Cassie lanzó a Sam una mirada fugaz y volvieron a dar marcha atrás.
– ¿Y cómo os las apañabais para veros sin que su padre se enterase? -preguntó en tono confidencial.
– Al principio sólo nos veíamos los fines de semana en el centro, para tomar café y eso. Rosalind les decía que quedaba con su amiga Karen, del colegio. No había problema con eso. Luego, eh… luego a veces nos vimos de noche. En la excavación. Yo iba allí y esperaba a que sus padres se hubieran dormido y ella pudiera escaparse. Nos sentábamos en el altar de piedra, o a veces en la caseta de los hallazgos si estaba lloviendo, y hablábamos.
Era fácil de imaginar, fácil y arrebatadoramente dulce: una manta sobre sus hombros y un cielo tachonado de estrellas, y el paisaje agreste de la excavación convertido en un lugar delicado y lleno de hechizo por efecto de la luz de la luna. Sin duda, el secretismo y las complicaciones sólo se habían sumado a lo romántico que era todo. Contenía el poder primario e irresistible del mito: el padre cruel y la bella doncella encarcelada en su torre, cercada por espinos e implorando ayuda. Habían construido su propio mundo nocturno y robado, y para Damien debió de ser muy hermoso.
– O había días que venía a la excavación, a lo mejor con Jessica, y yo les hacía de guía. No podíamos hablar mucho por si alguien nos miraba, pero así nos veíamos… Y hubo una vez, en mayo… -Sonrió levemente, mirándose las manos, una sonrisa tímida y privada-. Yo tenía un trabajo a tiempo parcial, preparaba sándwiches en una charcutería, y pude ahorrar lo bastante para irnos un fin de semana. Cogimos el tren hasta Donegal y nos quedamos en un hostal, nos registramos como… como si estuviéramos casados. Rosalind les dijo a sus padres que pasaría el fin de semana con Karen, estudiando para los exámenes.
– ¿Y qué se torció? -intervino Cassie, y de nuevo capté esa tirantez en su voz-. ¿Katy descubrió lo vuestro?
Damien la miró, desconcertado.
– ¿Qué? No, Dios mío, no. Teníamos mucho cuidado.
– Entonces, ¿qué? ¿Molestaba a Rosalind? Las hermanas pequeñas pueden ser muy pesadas.
– No…
– ¿Rosalind tenía celos porque todo el mundo estaba pendiente de Katy? ¿Qué?
– ¡No! ¡Rosalind no es de ésas, ella se alegraba por Katy! Y yo no habría matado a alguien sólo por… ¡No estoy loco!
– Ni tampoco eres violento -afirmó Sam, plantando otro montón de papel frente a Damien-. Esto son informes sobre ti. Tus profesores recuerdan que te mantenías al margen de las peleas y nunca las empezabas. ¿Dirías que es exacto?
– Supongo…
– ¿Lo hiciste sólo porque era excitante? -intervino Cassie-. ¿Querías saber qué se siente al matar a alguien?
– ¡No! Pero ¿qué…?
Sam rodeó la mesa con una rapidez asombrosa y se reclinó junto a Damien.
– Los chicos de la excavación dicen que George McMahon se metía contigo igual que con todos, pero tú eres de los pocos que nunca perdió los nervios con él. ¿Qué pudo enfurecerte tanto como para matar a una niña que no te había hecho ningún daño?