Damien se encogió apesadumbrado dentro de su jersey, con la barbilla pegada al cuello, y sacudió la cabeza. Se habían precipitado, habían tirado demasiado de la cuerda; lo estaban perdiendo.
– Eh, mírame. -Sam chasqueó los dedos en la cara de Damien-. ¿Me parezco en algo a tu madre?
– ¿Qué? No…
Lo inesperado de la pregunta lo atrapó; sus ojos, desesperados y abatidos, se alzaron otra vez.
– Buena apreciación. Eso es porque no soy tu madre y esto no es una cosita de nada de la que puedas librarte poniendo morros. Es un asunto muy grave. Atrajiste a una niña inocente fuera de su casa en plena noche, la golpeaste en la cabeza, la asfixiaste y la observaste mientras moría, le introdujiste una paleta en su interior -Damien se estremeció intensamente-, y ahora nos vienes con que no lo hiciste por ninguna razón. ¿Es eso lo que le dirás al juez? ¿Qué sentencia crees que te caerá?
– ¡No lo entienden! -chilló Damien, con una voz quebrada como si tuviera trece años.
– Ya lo sé, sé que no, pero queremos entenderlo. Ayúdame a hacerlo, Damien.
Cassie estaba inclinada hacia delante y le sostenía ambas manos con las suyas, obligándole a mirarla.
– ¡No tienen ni idea! ¿Una niña inocente? Todo el mundo cree que lo era, Katy era una especie de santa, siempre pensaron que era perfecta. ¡Pues no lo era! Sólo porque era pequeña eso no significa que fuera… No se lo creerían si les contara algunas de las cosas que hacía, es que no se lo creerían.
– Yo sí -respondió Cassie, con voz grave y apremiante-. Me cuentes lo que me cuentes, Damien, habré visto cosas peores en este trabajo. Yo te creeré. Ponme a prueba.
Damien tenía la cara roja y congestionada, y las manos le temblaban en las de Cassie.
– Hacía que su padre se pusiera furioso con Rosalind y Jessica. Siempre tenían miedo. Katy se inventaba cosas y se las decía a él, como que Rosalind la había tratado mal o Jessica había tocado sus cosas y eso, y ni siquiera era verdad, sólo se lo inventaba, y él siempre la creía. Una vez que Rosalind intentó explicarle que era mentira, porque intentaba proteger a Jessica, él fue y… y…
– ¿Qué hizo?
– ¡Les dio una paliza! -aulló Damien. Su cabeza se alzó de golpe y sus ojos, enrojecidos y brillantes, se clavaron en los de Cassie-. ¡Les dio una paliza! ¡A Rosalind le abrió el cráneo con un atizador, a Jessica la arrojó contra la pared y le rompió el brazo y, Dios mío, lo «hizo» con las dos, y Katy lo miraba y se reía!
Se desasió de las manos de Cassie y se enjugó las lágrimas furiosamente con el dorso de la muñeca. Jadeaba para recuperar el aliento.
– ¿Estás diciendo que Jonathan Devlin mantuvo relaciones sexuales con sus hijas? -preguntó Cassie con calma y con unos ojos inmensos.
– Sí. Sí. Lo hacía con todas. A Katy… -el rostro de Damien se crispó-, a Katy le gustaba. ¿No es asqueroso? ¿Cómo puede alguien…? Por eso era su favorita. A Rosalind la odiaba porque ella no… no quería…
Se mordió el dorso de la mano y lloró.
Me di cuenta de que llevaba tanto tiempo conteniendo la respiración que me estaba mareando; también era consciente de que era posible que acabase vomitando. Me apoyé en el frío cristal y me concentré en respirar despacio y de manera acompasada. Sam encontró un pañuelo y se lo pasó a Damien.
A menos que fuera aún más estúpido de lo que ya me había demostrado a mí mismo que era, Damien creía cada palabra que decía. ¿Por qué no? En los periódicos se ven cosas peores cada semana, niños violados, o muertos de inanición en un sótano, o sin alguno de sus miembros… A medida que su mitología privada crecía y ocupaba una parte cada vez mayor de la mente de Damien, ¿por qué no dar cabida a la hermana maléfica que mantenía a Cenicienta en el cenagal?
Y, aunque no es en absoluto algo fácil de admitir, también yo quise creerlo. Por un instante casi pude. Todo encajaba tan bien que lo explicaba y justificaba casi todo. Pero a diferencia de Damien, yo había visto los historiales médicos y el informe forense. Jessica se había roto el brazo al caerse de un columpio a la vista de cincuenta testigos, Rosalind nunca se había fracturado el cráneo y Katy había muerto virgen. Una especie de sudor frío y ligero avanzó entre mis hombros, propagándose.
Damien se sonó la nariz.
– No tuvo que ser fácil para Rosalind contarte esto -observó Cassie con delicadeza-. Fue muy valiente por su parte. ¿Ha intentado contárselo a alguien más?
Él negó con la cabeza.
– Él siempre le decía que si lo contaba la mataría. Yo fui la primera persona en la que confió lo bastante para contarlo.
Había una especie de asombro en su voz, de asombro y orgullo, y bajo las lágrimas, los mocos y la congestión su rostro se iluminó con un leve y turbado resplandor. Por un segundo pareció un joven caballero enviado en busca del Santo Grial.
– ¿Y cuándo te lo contó? -quiso saber Sam.
– Lo hizo a retazos. Como ya ha dicho ella, le costó mucho. No dijo nada hasta mayo… -El rostro de Damien adquirió una tonalidad rojo oscuro-. Cuando estuvimos en ese hostal. Nos estábamos besando, ¿no? Yo intenté tocarle… el pecho. Rosalind se puso como loca y me apartó de un empujón y dijo que ella no era de ésas, y supongo que me extrañó, no me esperaba que se lo tomara tan a la tremenda, ¿saben? Llevábamos un mes saliendo, quiero decir, ya sé que eso no me da derecho a… pero… La cuestión es que yo sólo me sorprendí, pero Rosalind se quedó muy preocupada por si me enfadaba con ella. Por eso… me contó lo que le había estado haciendo su padre. Para que entendiera el porqué de su actitud.
– ¿Y tú qué le dijiste? -preguntó Cassie.
– ¡Que se fuera de casa! Que cogiéramos un piso juntos, podíamos conseguir el dinero. A mí me iba a salir esta excavación y Rosalind podía hacer trabajos de modelo, un tipo de una agencia de modelos muy importante se fijó en ella y dijo que podía triunfar, sólo que su padre no le dejaría… Yo no quería que regresara a esa casa. Pero Rosalind se negó. Dijo que no abandonaría a Jessica. ¿Se imaginan cómo hay que ser para hacer eso? Volvió allí sólo para proteger a su hermana. Nunca he conocido a nadie tan valiente.
De haber tenido un par de años más, después de oír esa historia Damien se habría abalanzado sobre el teléfono para llamar a la policía o a la Línea de Atención a la Infancia. Pero tenía diecinueve años; los adultos aún eran unos seres ajenos y autoritarios que no entendían nada, a los que no había que contárselo porque entrarían a la carga y lo estropearían todo. Seguramente ni se le pasó por la cabeza pedir ayuda.
– También me dijo… -Damien apartó la mirada. Otra vez se le saltaban las lágrimas. Pensé, con afán de venganza, en lo mal que lo pasaría en la cárcel si seguía berreando por cualquier cosa-. Me dijo que tal vez nunca sería capaz de hacer el amor conmigo. Porque le traía malos recuerdos. No sabía si podría llegar a confiar tanto en nadie. Así que si quería romper con ella y buscarme una novia normal, y de verdad que dijo «normal», lo entendería. Lo único que me pedía era que, si la dejaba, lo hiciera enseguida, antes de que yo empezara a importarle demasiado…
– Pero tú no querías hacer eso -apuntó Cassie con suavidad.
– Claro que no -respondió él, simplemente-. La quiero.
Había algo en su rostro, una pureza insensata y arrolladora, que envidié, aunque parezca increíble. Sam le dio otro pañuelo.
– Sólo hay una cosa que no entiendo -intervino, con voz natural y tranquilizadora-. Tú querías proteger a Rosalind y eso es digno de elogio, desde luego, cualquier hombre habría sentido lo mismo. Pero ¿por qué deshacerse de Katy? ¿Por qué no de Jonathan? Yo habría ido a por él.
– Yo dije lo mismo -afirmó Damien, y luego se detuvo, con la boca abierta, como si hubiera dicho algo comprometedor. Cassie y Sam le devolvieron una mirada insípida y aguardaron. Al cabo de un momento, continuó-: Eh… Bueno, fue una noche que a Rosalind le dolía el vientre y al final se lo saqué; no quería decírmelo, pero él… le había dado cuatro puñetazos en el estómago. Sólo porque Katy le dijo que Rosalind no le dejaba cambiar de canal para ver un programa de danza en la tele, y ni siquiera era verdad, lo habría cambiado si Katy se lo hubiera pedido… Yo ya no aguantaba más. Cada noche pensaba en ello, en lo que Rosalind tenía que pasar, y no podía dormir. ¡Es que no podía permitir que siguiera ocurriendo!