Respiró hondo y volvió a recuperar el control de su voz. Cassie y Sam asintieron con aire comprensivo.
– Le dije, esto… Le dije: «Lo mataré». Rosalind no se creyó que realmente fuera a hacer eso por ella. Y sí, supongo que yo estaba… no bromeando, pero no lo decía del todo en serio eso de matarlo. No había pensado en hacer nada parecido en toda mi vida. Pero cuando vi lo mucho que significaba para ella el simple hecho de que yo lo dijera, porque nadie había intentado protegerla antes… Casi lloraba, y ella no es de esas chicas que lloran, es una persona muy fuerte.
– Estoy segura de que sí -afirmó Cassie-. Entonces, ¿por qué no fuiste a por Jonathan Devlin, una vez que ya habías empezado a darle vueltas a la idea?
– Es que si él moría -Damien se inclinó hacia delante, gesticulando ansiosamente-, su madre no sería capaz de cuidar de ellas, por el dinero y porque creo que está un poco ida… Las enviarían a hogares de acogida y las separarían, Rosalind no podría seguir cuidando de Jessica, y ella la necesita, está tan destrozada que es incapaz de hacer nada. Rosalind tiene que hacerle los deberes y eso. Y Katy… le habría hecho lo mismo a otra persona. ¡Si ella desaparecía, todo volvería a ir bien! Su padre sólo… él sólo les hacía esas cosas por culpa de Katy. Rosalind dijo que a veces deseaba que Katy no hubiera nacido, y se sintió culpable por ello; ¡madre mía, culpable…!
– Y eso te dio una idea -apuntó Cassie con monotonía. Adiviné por la posición de su boca que estaba tan rabiosa que apenas podía hablar-. Sugeriste matarla a ella en lugar de su padre.
– Fue idea mía -se apresuró a decir Damien-. Rosalind no tuvo nada que ver. Ella ni siquiera… Al principio dijo que no. No quería que yo corriera un riesgo tan grande. Sobreviviría unos años, dijo, podría sobrevivir seis años más, hasta que Jessica tuviera edad suficiente para irse de casa. ¡Pero yo no podía dejar que se quedara! Aquella vez que él le fracturó el cráneo estuvo dos meses en el hospital. Podría haber muerto.
De repente también yo estaba furioso, pero no con Rosalind, sino con Damien, por ser tan jodidamente cretino, por ser un perfecto capullo, como un personaje bobalicón de dibujos animados que se coloca ni más ni menos que en el lugar exacto para que le caiga un yunque de la marca Acmé en la cabeza. Por supuesto, soy muy consciente tanto de la ironía como de las tediosas explicaciones psicológicas a esa reacción, pero en aquel momento sólo tenía ganas de irrumpir en la sala de interrogatorios y estamparle a Damien en la cara los historiales médicos. «¿Ves esto, tarado? ¿Ves una fractura de cráneo por alguna parte? ¿No se te ocurrió pedirle que te enseñara la cicatriz antes de cargarte a una niña por ello?»
– Así que insististe -intervino Cassie- y al final, por alguna razón, Rosalind se convenció.
Esta vez Damien captó el tono mordaz.
– ¡Fue por Jessica! A Rosalind no le importaba lo que le pasara a ella, pero le preocupaba que Jessica sufriera una crisis nerviosa. ¡No creía que su hermana soportara seis años más!
– Pero de todos modos Katy no hubiera estado allí la mayor parte del tiempo -señaló Sam-. Iba a entrar en la escuela de danza de Londres. A estas alturas ya se habría ido. ¿No lo sabías?
Damien casi dio un alarido.
– ¡No! Es lo que yo dije, le pregunté… No lo entienden… A ella le daba igual ser bailarina. Sólo le gustaba que todo el mundo le hiciera caso. En ese colegio no habría sido nadie del otro mundo, para Navidad ya lo habría dejado y estaría de vuelta en casa.
De todas las cosas que le habían hecho, ésa fue la que me impactó más hondamente. Por su pericia diabólica, por la precisión glacial con que acotaba, se adueñaba y mancillaba la única cosa que había cristalizado en el corazón de Katy Devlin. Me acordé de la voz calmada y profunda de Simone, con el eco del aula de danza: «Sérieuse». Nunca en toda mi carrera había sentido la presencia del mal como la sentía ahora, flotando sólida y dulzona en el aire, trepando con sus tentáculos invisibles por las patas de las mesas, introduciéndose con obscena delicadeza por las mangas y los cuellos… Se me erizó el vello de la nuca.
– Así que fue en defensa propia -concluyó Cassie, al término de un silencio en el que Damien se removió ansiosamente y ella y Sam no lo miraron.
Damien se aferró a ello.
– Sí. Exacto. Es decir, no lo habríamos pensado de haber existido otra forma.
– Entiendo. Y, como sabrás, ya ha ocurrido antes: esposas que reaccionan y matan a un marido maltratador y cosas así. Los jurados también lo entienden.
– ¿Sí?
Alzó la vista y la miró con ojos inmensos y esperanzados.
– Claro. Cuando oigan por lo que tuvo que pasar Rosalind… Yo no me preocuparía demasiado por ella, ¿de acuerdo?
– Es que no quiero buscarle problemas.
– En ese caso, estás haciendo lo correcto al contarnos todos los detalles, ¿de acuerdo?
Damien lanzó un pequeño y fatigado suspiro provisto de cierto alivio.
– De acuerdo.
– Bien hecho -dijo Cassie-. Continuemos. ¿Cuándo tomasteis la decisión?
– En julio. A mediados de julio.
– ¿Y cuándo fijasteis la fecha?
– Unos días antes de que pasara. Le dije a Rosalind que debía asegurarse de tener una… una coartada. Porque sabíamos que ustedes se fijarían en la familia, ella leyó en algún sitio que los familiares siempre son los principales sospechosos. Así que una noche, creo que era viernes, quedamos y me explicó que lo había arreglado para que ella y Jessica se quedaran a dormir en casa de sus primas el lunes siguiente y que estarían despiertas más o menos hasta las dos, hablando, y por eso sería la noche perfecta. Yo sólo tenía que asegurarme de hacerlo antes de las dos, porque la policía sabría…
Le temblaba la voz.
– Y tú ¿qué dijiste? -quiso saber Cassie.
– Yo… Me entró pánico. O sea, hasta entonces no parecía real, ¿saben? Supongo que no había pensado que realmente íbamos a hacerlo. Sólo hablábamos de ello. Como Sean Callaghan, ya lo conocen, de la excavación. Él tenía un grupo pero se disolvió, y siempre está hablando de eso: «Oh, cuando el grupo vuelva a juntarse, cuando lo convirtamos en algo grande…». Él sabe que nunca lo harán, pero hablar de ello le hace sentirse mejor.
– Todos hemos estado en ese grupo -afirmó Cassie, sonriendo.
Damien asintió.
– Pues algo parecido a eso. Pero cuando Rosalind dijo «el lunes que viene», de repente me sentí… Me pareció una locura absoluta, ¿saben? Le dije a Rosalind que a lo mejor deberíamos ir a la policía, pero se enfadó mucho. No dejaba de decir: «Yo confiaba en ti, confiaba de verdad…».
– Confiaba, pero no lo bastante como para hacer el amor contigo -observó Cassie.
– No -dijo Damien con suavidad, al cabo de un momento-. No, es que ya lo había hecho. Después de que decidiéramos lo de Katy… para Rosalind lo cambió todo saber que yo haría eso por ella. Nosotros… Ella ya no tenía esperanzas de poder hacerlo algún día, pero… quiso intentarlo. Yo ya estaba trabajando en la excavación, así que podía permitirme un buen hotel, porque ella se merecía algo bonito, ¿saben? La primera vez, ella… no pudo. Pero volvimos allí a la semana siguiente, y…
Se mordió el labio. Intentaba no llorar otra vez.
– Y después de eso -continuó Cassie-, ya no pudiste cambiar de opinión.