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– Cállate -dijo Sam, en el mismo instante en el que O'Kelly soltaba:

– ¿A quién coño le importa?

– Silencio, por favor -dijo el técnico con educación.

– Yo le advertí contra usted -explicó Rosalind con aire pensativo-. ¿Así que al final siguió mi consejo?

– Sí -respondió Cassie, con voz muy grave y temblorosa-. Supongo que sí.

– Oh, Dios mío. -Una nota minúscula de diversión-. Realmente está enamorada de él, ¿verdad? -Nada-. ¿Verdad?

– No lo sé. -Cassie habló con voz pastosa y dolorida, pero hasta que no se sonó no me di cuenta de que estaba llorando. Nunca la había visto llorar-. No lo pensé hasta que… Es que yo no… Nunca he estado tan unida a nadie. Y ahora ni siquiera puedo pensar con claridad, no puedo…

– Vamos, detective Maddox. -Rosalind suspiró-. Si no puede ser sincera conmigo, al menos séalo consigo misma.

– Es que no lo sé. -A duras penas le salían las palabras-. A lo mejor…

Se le hizo un nudo en la garganta.

En la furgoneta reinaba un ambiente de pesadilla subterránea, como si las paredes se inclinaran vertiginosamente hacia dentro. La cualidad incorpórea de sus voces les confería un matiz añadido de horror, como si estuviéramos espiando a dos fantasmas perdidos atrapados en una lucha de voluntades eterna e inalterable. La manecilla de la puerta era invisible entre las sombras, y capté la dura mirada de advertencia de O'Kelly.

– Tú has insistido en estar aquí, Ryan.

No podía respirar.

– Debería ir.

– ¿Para qué? Todo va según lo previsto, sirva para lo que sirva eso. Tranquilízate.

Una leve y terrible respiración por los altavoces.

– No -dije-. Escuche.

– Está haciendo su trabajo -intervino Sam. Su rostro resultaba impenetrable bajo la sucia luz amarillenta-. Siéntate.

El técnico levantó un dedo.

– Espero que sepa controlarse -dijo Rosalind con desagrado-. Es terriblemente difícil mantener una conversación sensata con alguien que está histérico.

– Lo siento. -Cassie se sonó otra vez y tragó saliva-. Por favor. Ha terminado, no fue culpa del detective Ryan y él haría cualquier cosa por ti. Confió lo bastante como para contártelo. ¿No podrías… dejarlo correr, no decírselo a nadie? Por favor.

– Bueno. -Rosalind lo consideró-. El detective Ryan y yo nos hemos acercado mucho durante un tiempo. Aunque la última vez que lo vi, también estuvo horriblemente maleducado conmigo. Y me mintió acerca de esos amigos suyos. No me gustan los mentirosos. No, detective Maddox. Me temo que no me siento tan en deuda con ninguno de los dos como para hacerles favores.

– Muy bien -replicó Cassie-. Vale, muy bien. ¿Y si yo pudiera hacer algo por ti a cambio?

Se oyó una risita.

– No se me ocurre nada que pueda querer de usted.

– Pues lo hay. Concédeme cinco minutos más, ¿de acuerdo? Podemos bajar por este lado de la urbanización, hacia la carretera principal. Hay una cosa que puedo hacer por ti, te lo juro.

Rosalind suspiró.

– Sólo hasta que lleguemos de vuelta a mi casa. Pero algunos tenemos ética, ¿sabe, detective Maddox? Si pienso que es mi responsabilidad hablar a sus superiores de esto, de ningún modo podrá sobornarme para que me calle.

– No es un soborno. Sólo… una oferta de ayuda.

– ¿De usted?

Otra vez esa risa; ese pequeño y fresco gorjeo que me había resultado tan encantador. Caí en la cuenta de que me estaba clavando las uñas en las palmas.

– Hace dos días arrestarnos a Damien Donnelly por el asesinato de Katy -expuso Cassie.

Una fracción de pausa. Sam se inclinó hacia delante, con los codos en las rodillas. Y luego:

– Bueno, ya es hora de que deje de pensar en su vida amorosa y preste un poco de atención al caso de mi hermana. ¿Quién es Damien Donnelly?

– Él dice que era tu novio hasta hace unas semanas.

– Pues obviamente no lo era. De haber sido mi novio, me parece que sabría quién es, ¿no cree?

– Hay un registro con un montón de llamadas entre tu móvil y el de él -respondió Cassie con cautela.

A Rosalind se le heló la voz.

– Si quiere algo de mí, detective, acusarme de mentirosa no es la mejor manera de plantearlo.

– Yo no te acuso de nada -dijo Cassie, y por un instante pensé que se le quebraría la voz otra vez-. Sólo digo que sé que esto es un asunto personal que sólo a ti te incumbe, y no tienes por qué confiarte a mí…

– Tiene toda la razón.

– Pero trato de explicarte cómo puedo ayudarte. Mira, Damien confía en mí. Me ha contado cosas.

Al cabo de un momento, Rosalind tomó aire.

– Yo no me emocionaría mucho por eso. Damien habla con cualquiera que le escuche. No es que usted sea especial.

Sam asintió con un gesto veloz: «Paso uno».

– Lo sé, lo sé. Pero el hecho es que me contó por qué lo hizo. Según él, lo hizo por ti. Porque tú se lo pediste. -Nada, durante largo rato-. Por eso te hice venir la otra noche. Quería hacerte algunas preguntas al respecto.

– Por favor, detective Maddox. -La voz de Rosalind se había aguzado, sólo un punto, y no supe si era buena o mala señal-. No me trate como si fuera una estúpida. Si tuvieran alguna prueba contra mí, estaría arrestada y no aquí, escuchando sus lamentos por el detective Ryan.

– No -respondió Cassie-. Ésa es la cuestión. Los demás todavía no saben qué contó Damien. Si lo averiguan, te detendrán.

– ¿Me está amenazando? Porque es muy mala idea.

– No. Yo sólo intento… Vale, se trata de lo siguiente. -Cassie cogió aire-. En realidad no necesitamos un móvil para acusar a alguien de asesinato. Tenemos su confesión grabada en vídeo, y en el fondo es lo único que necesitamos para meterle en la cárcel. Nadie tiene que saber por qué lo hizo. Y, como ya he dicho, confía en mí. Si le digo que debería guardarse su móvil para él, me creerá. Ya le conoces.

– Mucho mejor que usted, de hecho. Dios. Damien. -Puede que sea una prueba de mi estupidez, pero ese matiz en la voz de Rosalind, que más allá del desdén denotaba un rechazo absoluto e impersonal, aún tenía la capacidad de desconcertarme-. La verdad es que no me preocupa. Es un asesino, por el amor de Dios. ¿Cree que alguien le creerá? ¿Más que a mí?

– Yo le creí -contestó Cassie.

– Sí, en fin. Eso no dice mucho de sus habilidades como detective, ¿verdad? Damien apenas tiene la inteligencia suficiente para atarse los zapatos, pero se saca una historia de la manga y usted le toma la palabra. ¿De veras cree que alguien como él sería capaz de explicarle cómo ocurrió realmente, aunque quisiera? Damien sólo puede tratar con cosas simples, detective. Y ésta no era una historia simple.

– Los hechos básicos se pueden comprobar -dijo Cassie con dureza-. No quiero oír los detalles. Si tengo que callármelo, cuanto menos sepa, mejor.

Un momento de silencio mientras Rosalind evaluaba las posibilidades de la situación; después, la risita.

– ¿De veras? Pero se supone que es usted detective. ¿No debería interesarle saber qué ocurrió en realidad?

– Sé cuanto necesito. De todos modos, nada de lo que me cuentes me servirá.

– Eso ya lo sé -replicó Rosalind vivamente-. No podría utilizarlo. Pero si oír la verdad la coloca en una posición difícil, no deja de ser culpa suya, ¿no? No debería haberse puesto en esta situación. No veo por qué tengo que ser indulgente con su falta de honradez.

– Yo… Como tú has dicho, soy detective. -Cassie estaba levantando la voz-. No puedo escuchar un testimonio sobre un crimen y…

Rosalind no modificó su tono.

– Pues tendrá que hacerlo, ¿verdad? Katy era una niña muy dulce. Pero cuando se le empezó a prestar tanta atención con lo del baile, se le subieron los humos de una forma espantosa. De hecho, esa mujer, Simone, era una influencia terrible para ella. A mí me entristecía mucho. Alguien tenía que ponerla en su sitio, ¿no le parece? Por su propio bien. Por eso yo…