Выбрать главу

– He enseñado a las tres hermanas -dijo Simone-. Jessica parecía muy competente cuando era más pequeña, y trabajaba duro, pero al crecer se volvió enfermizamente tímida, hasta el punto de que cualquier ejercicio individual era para ella como un doloroso tormento. Les dije a sus padres que pensaba que sería mejor no seguir obligándola a pasar por eso.

– ¿Y Rosalind? -indagó Cassie.

– Rosalind tenía talento, pero le faltaba dedicación y quería resultados instantáneos. Al cabo de unos meses se pasó a clases de violín. Dijo que había sido una decisión de sus padres, pero yo creo que se aburría. Suele ser habitual en niñas pequeñas: si no son competentes enseguida, cuando se dan cuenta de lo mucho que hay que trabajar se frustran y lo dejan. Francamente, ninguna de las dos habría llegado nunca a la Real Escuela de Danza.

– Pero Katy… -continuó Cassie mientras se inclinaba hacia delante.

Simone la miró largo rato.

– Katy era… sérieuse.

Era eso lo que daba a su voz ese timbre característico: en algún lugar remoto había un dejo francés que moldeaba sus entonaciones.

– Seria -dije yo.

– Más que eso -replicó Cassie. Su madre era medio francesa y de niña pasaba los veranos con sus abuelos en la Provenza; asegura que ya casi se ha olvidado de hablar francés, pero todavía lo entiende-. Una profesional.

Simone ladeó la cabeza.

– Sí, adoraba incluso el trabajo más duro no sólo por los resultados que obtenía, sino por el trabajo en sí. Un talento auténtico para la danza no es algo corriente, y el temperamento para hacer de ello una carrera es aún más excepcional. Encontrar ambas cosas a la vez… -Apartó otra vez la mirada-. Algunas tardes, cuando sólo se utilizaba un aula, preguntaba si podía entrar a practicar en la otra.

Afuera, la luz empezaba a difuminarse en la noche. Los gritos de los chicos en monopatín llegaron hasta nosotros, tenues y amortiguados a través del cristal. Pensé en Katy Devlin a solas en el aula, contemplando el espejo con una concentración distante mientras dibujaba suaves giros e inclinaciones; el impulso de un pie en punta, farolas proyectando rectángulos de azafrán sobre el suelo, las Gnossiennes de Satie en el tocadiscos crepitante… Simone también parecía bastante seríeuse, y me pregunté cómo diablos habría acabado aquí: encima de un videoclub de Stillorgan, con el olor a grasa que llegaba de la ruidosa puerta de al lado, enseñando danza a unas niñas cuyas madres pensaban que eso les daría una buena postura o querían fotografías enmarcadas de sus hijas en tutú. De pronto me di cuenta de lo que Katy Devlin debió de significar para ella.

– ¿Qué opinaban el señor y la señora Devlin de que Katy fuese a la escuela de danza? -quiso saber Cassie.

– La apoyaron mucho -respondió Simone sin vacilar-. Yo me sentí aliviada, y también sorprendida: no todos los padres están dispuestos a enviar lejos a una niña de esa edad, y la mayoría se oponen, y con razón, a que sus hijas se conviertan en bailarinas profesionales. El señor Devlin en particular estaba a favor de la marcha de Katy. Creo que estaba muy unido a ella. Yo admiraba el hecho de que deseara lo mejor para su hija, aunque eso significara dejarla marchar.

– ¿Y su madre? -preguntó Cassie-. ¿Estaban unidas?

Simone encogió levemente un solo hombro.

– Creo que no tanto, la señora Devlin es… más bien distraída. Siempre parecía apabullada por sus hijas. Pienso que tal vez no sea muy inteligente.

– ¿Ha visto a algún desconocido merodeando por aquí en los últimos meses? -le pregunté-. ¿Alguien que la preocupase?

Las escuelas de danza, las piscinas y los centros excursionistas son imanes para los pedófilos. Si alguien iba en busca de una víctima, éste era el lugar más obvio donde podía haber reparado en Katy.

– Sé a qué se refiere, pero no. Somos muy cuidadosos al respecto. Hace unos diez años había un hombre que solía sentarse en un muro colina arriba y espiaba las aulas con prismáticos. Nos quejamos a la policía, pero no hicieron nada hasta que intentó convencer a una niña de que entrara en su coche. Desde entonces extremamos las precauciones.

– ¿Hubo alguien que se interesara en Katy hasta el punto de que le pareciera raro?

Reflexionó y negó con la cabeza.

– No, nadie. Todo el mundo admiraba su baile, mucha gente contribuyó a los fondos que recaudamos para su matrícula, pero ninguna persona más que las demás.

– ¿Despertaba celos su talento?

Simone se rió con un rápido y fuerte bufido.

– Los padres que vienen aquí no son gente de teatro. Quieren que sus hijas aprendan un poco de danza, lo bastante para resultar monas; no quieren que hagan carrera. Estoy segura de que algunas niñas tenían celos, sí. Pero ¿tanto como para matarla? No.

De repente pareció agotada; su pose elegante se mantenía inalterable, pero tenía la mirada vidriosa de cansancio.

– Gracias por dedicarnos su tiempo -dije-. Si necesitamos preguntarle algo más, la llamaremos.

– ¿Sufrió? -preguntó Simone bruscamente.

No nos estaba mirando.

Era la primera persona que lo preguntaba. Empecé a formular una respuesta estándar y evasiva mencionando los resultados de la autopsia, pero Cassie me interrumpió:

– No hay ninguna prueba de ello. Aún no podemos estar seguros de nada, pero parece que fue rápido.

Simone hizo un esfuerzo para volver la cabeza y fijó la mirada en la de Cassie.

– Gracias -dijo.

No se levantó cuando salimos, y comprendí que era porque no estaba segura de poder hacerlo. Al cerrar la puerta tuve una última visión de ella a través de la ventana redonda, todavía sentada, erguida e inmóvil con las manos cruzadas sobre el regazo: como una reina de cuento de hadas, abandonada en su torre para llorar a su princesa perdida, arrebatada por las brujas.

– «No volveré a ponerme enferma» -repitió Cassie en el coche-. Y dejó de ponerse enferma.

– ¿Fuerza de voluntad, como dice Simone?

– Puede.

No parecía convencida.

– O a lo mejor se provocaba ella misma la enfermedad -propuse-. Tanto los vómitos como la diarrea son bastante fáciles de inducir. Tal vez quisiera llamar la atención y una vez entró en la escuela de danza ya no necesitó hacerlo más. Todo el mundo le hacía caso sin que estuviera enferma: artículos de periódico, recaudación de fondos… Necesito un cigarrillo.

– ¿Un caso de síndrome de Münchausen? -Cassie extendió el brazo hacia el asiento de atrás, rebuscó en los bolsillos de mi chaqueta y encontró mi tabaco. Fumo Marlboro Reds; ella no es fiel a ninguna marca en especial pero normalmente compra Lucky Strike Lights, que yo considero cigarrillos de chica. Encendió dos y me pasó uno-. ¿Podemos conseguir también los historiales médicos de las dos hermanas?

– Complicado -respondí-. Están vivas, así que son confidenciales. Si obtenemos el permiso de los padres… -Ella sacudió la cabeza-. ¿Qué pasa, en qué estás pensando?

Bajó su ventanilla unos centímetros y el viento sopló su flequillo hacia un lado.

– No lo sé… La gemela, Jessica… Esa cara de conejito asustado podría ser sólo estrés por la desaparición de su hermana, pero está demasiado delgada. Incluso con ese jersey enorme se ve que ocupa la mitad que Katy, y ésta no era un toro precisamente. Y luego está la otra hermana… ¿Verdad que también hay algo en ella que chirría?

– ¿En Rosalind? -dije.