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– No estoy seguro -dije.

Obviamente, tranquilizaba saber que no había perdido la chaveta ni me imaginaba cosas; pero me preguntaba si de veras lo había recordado o sólo lo había visto en el informe, y cuál de esas dos posibilidades me disgustaba más; deseaba haber mantenido la boca cerrada respecto al maldito asunto.

Cassie aguardó; en la luz nocturna que entraba por la venta sus ojos parecían inmensos, opacos y atentos. Yo sabía que me estaba dando la oportunidad de decir: «A la mierda la horquilla, olvidémonos de que la hemos encontrado». Aún hoy siento la tentación, por muy manida y absurda que sea, de preguntarme qué habría pasado de haberlo hecho.

Pero era tarde, había sido un día largo y quería irme a casa, y el hecho de que me traten con guantes de seda, aunque sea Cassie, siempre me ha puesto nervioso; zanjar esa línea de investigación me pareció un esfuerzo mucho mayor que dejarla seguir su curso, sin más.

– ¿Llamarás a Sophie por lo de la sangre? -pregunté.

En la estancia mal iluminada, creí correcto admitir al menos esa flaqueza.

– Claro -dijo Cassie-. Pero luego, ¿de acuerdo? Vamos a hablar con O'Kelly antes de que le dé un ataque. Me ha enviado un mensaje al móvil cuando estabas en el sótano; ni siquiera sabía que supiera hacerlo, ¿y tú?

Llamé a la extensión de O'Kelly y le conté que estábamos de vuelta, a lo que contestó:

– Ya era hora, joder. ¿Es que os habéis parado a echar un polvo?

Luego nos dijo que fuésemos volando a su despacho.

Éste sólo tiene una silla además de la de O'Kelly, uno de esos trastos ergonómicos de polipiel, lo que implicaba que no debías robarle demasiado espacio ni tiempo. Yo me senté en la silla y Cassie se apoyó en una mesa detrás de mí. O'Kelly la miró, irritado.

– Sed rápidos -dijo-. Tengo que estar en un sitio a las ocho.

Su mujer lo había dejado el año anterior y desde entonces radio macuto había informado de una serie de espantosos intentos de relación, incluida una cita a ciegas espectacularmente desastrosa en que la mujer resultó ser una ex prostituta a la que había detenido varias veces en su años de Antivicio.

– Katharine Devlin, de doce años -comencé.

– ¿La identificación es definitiva?

– En un noventa y nueve por ciento -respondí-. Haremos que uno de los padres vea el cuerpo cuando los del depósito lo hayan preparado, pero Katy Devlin tenía una gemela idéntica con el mismo aspecto que nuestra víctima.

– ¿Pistas, sospechosos…? -espetó. Llevaba puesta una bonita corbata, a propósito para su cita, y se había echado demasiada colonia; no la reconocí, pero olía a cara-. Voy a tener que dar una maldita conferencia de prensa mañana. Decidme que tenéis algo.

– La golpearon en la cabeza, la asfixiaron y probablemente la violaron -explicó Cassie. La luz fluorescente le dibujaba manchas grises debajo de los ojos. Parecía demasiado cansada y demasiado joven para decir eso con tanta tranquilidad-. No sabremos nada definitivo hasta la autopsia de mañana por la mañana.

– ¿Cómo que mañana? -exclamó O'Kelly, escandalizado-. Decidle a ese mierda de Cooper que dé prioridad a este caso.

– Ya lo he hecho, señor -respondió Cassie-. Tenía que estar en el juzgado esta tarde. Ha dicho que mañana a primera hora era lo mejor que podía ofrecernos. -Cooper y O'Kelly se odian; lo que Cooper había dicho en realidad era: «Hacedme el favor de explicarle al señor O'Kelly que sus casos no son los únicos del universo»-. Hemos identificado cuatro líneas principales de investigación y…

– Bien, eso está muy bien -interrumpió O'Kelly, abriendo cajones y hurgando en busca de un boli.

– Primero está la familia -dijo Cassie-. Ya conoce las estadísticas, señor: la mayoría de los niños asesinados han muerto a manos de sus padres.

– Y esa familia tiene algo raro, señor -continué yo.

Esa parte me tocaba a mí; teníamos que dejar claro ese punto, por si en algún momento necesitábamos cierto margen para investigar a los Devlin, pero de haberlo dicho Cassie O'Kelly hubiera salido con un largo, malicioso y aburrido rollo sobre la intuición femenina. A estas alturas sabemos tratar a O'Kelly. Hemos afinado nuestro contrapunto hasta alcanzar la perfección de una armonía de los Beach Boys: percibimos exactamente cuándo intercambiar los papeles de vanguardia y retaguardia o poli bueno y poli malo, y cuándo mi frío desapego tiene que adoptar una nota de dignidad para equilibrar la soltura vivaracha de Cassie, y eso nos sirve incluso entre nosotros.

– No puedo asegurar qué es, pero en esa casa sucede algo.

– Nunca ignoréis una corazonada -dijo O'Kelly-. Es peligroso.

El pie de Cassie, que se balanceaba con indiferencia, me dio un golpe en la espalda.

– Segundo -continuó ella-: al menos tendremos que comprobar la posibilidad de algún tipo de culto.

– Maddox, por Dios. ¿Es que Cosmo saca un artículo sobre satanismo este mes?

El desprecio de O'Kelly por los tópicos es tan drástico que casi cae en lo mismo. A mí me resulta entretenido o irritante o ligeramente reconfortante en función de mi estado de ánimo, pero al menos facilita mucho la preparación previa de un guión.

– A mí también me parece un montón de porquería, señor -dije-, pero tenemos a una niña asesinada en un altar sacrificial. Los periodistas ya han preguntado por ello, así que tendremos que descartarlo.

Obviamente, es difícil demostrar que algo no existe, y decirlo sin tener pruebas sólidas sólo alienta teorías conspiratorias, por lo que optamos por una táctica distinta: dedicaríamos varias horas a hallar la forma de que la muerte de Katy Devlin no encajase con el supuesto modus operandi de un hipotético grupo (ni orgía de sangre, ni ropa sacrificial, ni símbolos ocultos, blablablá), y entonces O'Kelly, que por suerte no tiene ningún sentido del ridículo, explicaría todo eso ante las cámaras.

– Una pérdida de tiempo -concluyó el comisario-. Pero sí, sí, hacedlo. Hablad con Delitos Sexuales, con el cura de la parroquia, con quien sea, pero quitadlo de en medio. ¿Cuál es la tercera?

– La tercera -explicó Cassie- es un vulgar delito sexuaclass="underline" un pedófilo la mató para evitar que hablase o porque matar forma parte de su rollo. Y si las cosas apuntan en esta dirección, tendremos que echar un vistazo al caso de los dos chicos que desaparecieron en Knocknaree en 1984. La misma edad y el mismo sitio, y justo al lado del cuerpo de nuestra víctima hemos encontrado una gota de sangre antigua, que el laboratorio está comparando con las muestras del 84, y una horquilla que encaja con la descripción de la que llevaba la chica desaparecida. No podemos descartar que haya una relación.

Eso, definitivamente, le tocaba a Cassie. Como ya he dicho, yo miento bastante bien, pero sólo con oírla decir eso mi corazón se aceleró de forma irritante, y en muchos aspectos O'Kelly es más perceptivo de lo que pretende.

– ¿Estás hablando de un asesino sexual en serie? ¿Veinte años después? Y en cualquier caso, ¿cómo sabéis lo de esa horquilla?

– Usted dice que tenemos que familiarizarnos con los casos viejos, señor -respondió Cassie virtuosamente. Y era verdad, lo decía (creo que lo oyó en algún seminario, o tal vez en GSI), pero decía muchas cosas, y de todos modos ninguno de nosotros tenía tiempo-. Y el tipo podría haber estado fuera de la ciudad, o en la cárcel, o quizá sólo mata cuando está sometido a mucha presión…

– Todos estamos bajo mucha presión -zanjó O'Kelly-. Un asesino en serie, lo que nos faltaba. ¿Qué más?

– La cuarta es la que podría ser más peliaguda, señor -advirtió Cassie-. Jonathan Devlin, el padre, dirige la campaña «No a la Autopista en Knocknaree», que por lo visto ha cabreado a algunas personas. Dice que ha recibido tres llamadas anónimas en los últimos dos meses, en las que amenazaban a su familia si no cedía. Tendremos que averiguar quién saca tajada del hecho de que esa autopista atraviese Knocknaree.