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– Vaya -se aventuró Sam-, ¿ya ha terminado?

Cooper le lanzó una mirada gélida.

– Doctor Cooper, sentimos mucho irrumpir en su trabajo a estas horas -empezó Cassie-. El comisario jefe O'Kelly quería dejar algunas cosas listas y nos ha costado mucho escaparnos.

Asentí con aire cansino y alcé los ojos al techo.

– Ah, bien, sí -dijo Cooper.

Su tono daba a entender que encontraba de mal gusto que mencionáramos siquiera a O'Kelly.

– Si por casualidad tuviera un momento… -le pedí-, ¿le importaría hablarnos de los resultados?

– Cómo no -respondió Cooper con un infinitesimal y sufriente suspiro.

En realidad, como a cualquier otro artesano, le encanta alardear de su trabajo. Nos abrió la puerta de la sala de autopsias y el olor me golpeó con esa combinación única de muerte, frío y alcohol desinfectante que te provoca un rechazo instintivo y animal.

Los cadáveres de Dublín se llevan a la morgue central, pero Knocknaree queda fuera de los límites de la ciudad; a las víctimas rurales las llevan al hospital más cercano y allí les practican la autopsia. Las condiciones varían. Esta sala carecía de ventanas y estaba mugrienta, con capas de suciedad en el suelo de baldosas verdes y manchas indescriptibles en las viejas pilas de porcelana. Las dos mesas eran lo único de la sala con aspecto de ser posterior a los cincuenta; eran de acero inoxidable brillante y la luz rebotaba en sus bordes.

Katy Devlin permanecía desnuda bajo la inclemente luz fluorescente y era demasiado pequeña para esa mesa, y en cierto modo parecía mucho más muerta que el día anterior; me acordé de esa vieja superstición de que el alma permanece junto al cuerpo unos días, perpleja e indecisa. Estaba gris blancuzca como una criatura salida de Roswell [7], con manchones oscuros del livor mortis en la parte baja del costado izquierdo. El ayudante de Cooper ya le había cosido el cuero cabelludo, gracias a Dios, y ahora trabajaba en la incisión en forma de Y del torso: puntadas grandes y descuidadas con una aguja del tamaño de las de un fabricante de velas. Sentí una punzada momentánea y absurda de culpabilidad por haber llegado tarde, por dejarla ahí sola -era tan pequeña- para su violación final; deberíamos haber estado ahí, debería haber tenido a alguien que le cogiera la mano mientras los dedos indiferentes y enguantados de Cooper pinchaban y cortaban. Para mi sorpresa, Sam se santiguó discretamente.

– Mujer blanca prepúber -empezó Cooper, rozándonos al pasar hacia la mesa y apartando a su ayudante-, doce años, según me han dicho. Altura y peso más bien bajos pero dentro de los límites de la normalidad. Cicatrices que indican cirugía abdominal, quizás una laparotomía exploratoria hace un tiempo. No hay una patología evidente; por lo que he podido averiguar, murió sana, si me disculpan el oxímoron.

Nos apiñamos en torno a la mesa como alumnos obedientes; nuestros pasos lanzaron pequeños ecos uniformes contra las baldosas de las paredes. El asistente se apoyó en una de las pilas y cruzó los brazos mientras masticaba un chicle, impasible. Uno de los brazos de la Y de la incisión seguía abierto, oscuro e inconcebible, con la aguja clavada de cualquier manera en un borde de piel para que no se perdiera.

– ¿Encontraremos ADN? -quise saber.

– Cada cosa a su tiempo, si no le importa -respondió Cooper, quisquilloso-. Veamos. Había dos golpes en la cabeza, ambos ante mórtem; antes de morir -añadió edulcoradamente para Sam, que asintió con solemnidad-. Ambos se realizaron con un objeto pesado y rugoso, con protuberancias pero sin bordes definidos, que encaja con la piedra que la señora Miller me trajo para que la examinara. Uno de los golpes fue leve y está localizado en la parte anterior de la cabeza, cerca de la coronilla. Produjo rasguños en una zona reducida y algo de sangre, pero ninguna fractura craneal.

Giró la cabeza de Katy a un lado para enseñarnos la pequeña contusión. Le habían limpiado la sangre de la cara en busca de posibles heridas, pero aún le quedaban restos en la mejilla.

– Así que a lo mejor lo esquivó, o huía de él cuando éste intentó golpearla -propuso Cassie.

No tenemos especialistas que tracen un perfil psicológico. Cuando necesitamos uno lo traemos de Inglaterra, pero la mayoría de las veces los tíos de Homicidios utilizan a Cassie, partiendo de la discutible base de que estudió psicología en Trinity durante tres años y medio. No se lo contamos a O'Kelly -es de la opinión de que los que trazan perfiles están sólo un paso más allá que los parapsicólogos, e incluso sólo nos permite escuchar a los ingleses a regañadientes-, pero creo que seguramente es bastante buena, aunque supongo que no tendrá nada que ver con sus años con Freud y ratas de laboratorio. Siempre se le ocurren un par de enfoques nuevos y útiles, y normalmente acaba por dar en el blanco.

Cooper se tomó su tiempo para pensarlo, castigándola por interrumpirlo. Al fin sacudió la cabeza con aire juicioso:

– Lo considero improbable. Si se hubiera movido cuando le asestaron ese golpe, cabría esperar rasguños secundarios, y no los había. El otro golpe, en cambio…

Inclinó la cabeza de Katy hacia el otro lado y le recogió el pelo con un dedo. En la sien izquierda le habían afeitado un trozo de cuero cabelludo para mostrar un desgarro amplio e irregular, por donde asomaban esquirlas de hueso. Alguien, Sam o Cassie, tragó saliva.

– Como ven -continuó Cooper-, el otro golpe fue mucho más contundente. Le dio justo detrás y encima de la oreja izquierda, lo que le causó una fractura craneal deprimida y un hematoma subdural considerable. Aquí y aquí -movió el dedo- se observan los rasguños periféricos a los que me refería, próximos al punto de impacto principaclass="underline" al parecer, al ser golpeada apartó la cabeza, de modo que el arma se deslizó sobre su cráneo antes de impactar de lleno. ¿Me explico?

Asentimos. Eché un vistazo disimulado a Sam y me animó el hecho de que también él parecía pasar un mal rato.

– Esta contusión habría bastado para causar la muerte en cuestión de horas. Sin embargo, el hematoma había avanzado muy poco, por lo que podemos afirmar con seguridad que murió por otras causas al cabo de poco tiempo de que se produjera esta herida.

– ¿Puede decirme si estaba de cara o de espaldas a él? -le preguntó Cassie.

– Todo apunta a que pudo estar en decúbito prono cuando le asestaron el golpe más contundente, ya que sangró profusamente y la sangre le cayó en el lado izquierdo del rostro, con acumulación visible en la línea central de la nariz y la boca.

Eran buenas noticias, si se me permite usar esta expresión teniendo en cuenta el contexto: si la encontrábamos, en la escena del crimen habría sangre. Además, significaba que seguramente buscábamos a alguien zurdo, y aunque no éramos Agatha Christie y los casos reales no suelen depender de ese tipo de cosas, en aquel momento la pista más nimia era un avance.

– Hubo un forcejeo, quisiera añadir que previo a ese golpe, que la habría dejado inconsciente de inmediato. Hay heridas defensivas en manos y antebrazos (cardenales, rasguños y tres uñas rotas de la mano derecha), infligidas tal vez por la misma arma mientras evitaba los golpes. -Le levantó una muñeca con el índice y el pulgar y le giró el brazo para mostrarnos los arañazos. Le habían cortado las uñas y las habían reservado para analizarlas; en el dorso de la mano tenía una flor esbelta con un rostro sonriente, dibujada con rotulador desvaído-. También he encontrado rasguños alrededor de la boca y marcas de dientes en el interior de los labios, que sugieren que el autor le presionó la boca con una mano.

Afuera, en el pasillo, la voz aguda de una mujer anunció algo; se oyó un portazo. El aire en la sala de autopsias resultaba denso y demasiado inmóvil, costaba respirar. Cooper nos miró, pero nadie dijo nada. Sabía que no era eso lo que deseábamos oír. En un caso como aquél, lo único que cabía esperar es que la víctima no se enterase de lo que sucedía.

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[7] Localidad de Nuevo México donde supuestamente en 1947 cayó un ovni. Este incidente ha dado lugar a distintas producciones a lo largo del tiempo, como un libro, una serie y una película. (N. de la T.)