Выбрать главу

– ¡Qué bien! -exclamó uno de los chicos-. ¡Pelea lésbica!

– ¿Dónde está la cámara?

– Oye, ¿eso que tienes en el cuello es un chupetón? -preguntó la pelirroja-. ¡Chicos, Mel tiene un chupetón!

Hubo una descarga de silbidos, felicitaciones y risas.

– Que os jodan -les respondió Mel, sonriendo y roja como un tomate.

Mark les gritó algo cortante y todos respondieron con descaro: «¡Vale, tranquilo!», y volvieron al trabajo, sacudiéndose chispeantes abanicos de agua del pelo. Sentí una oleada de envidia repentina e inesperada ante la despreocupada libertad de sus gritos y peleas, el reconfortante arco y caída de los azadones, sus ropas enfangadas puestas a secar al sol mientras trabajaban… en definitiva, por la flexible y eficiente seguridad de todo ello.

– No es una mala forma de ganarse la vida -dijo Cassie con la cabeza inclinada hacia atrás y dedicándole al cielo una pequeña e íntima sonrisa.

Los arqueólogos nos habían visto; uno tras otro bajaron las herramientas y alzaron los ojos, protegiéndose del sol con los antebrazos desnudos. Nos acercamos con cuidado hasta Mark ante la mirada colectiva y asustada. Mel estaba de pie en una zanja, desconcertada, y al apartarse el pelo de la cara éste dejó un rastro de barro; Damien, de rodillas entre su falange protectora de chicas, aún parecía angustiado y estaba despeinado, mientras que Sean, el escultor, se irguió al vernos y agitó su pala. Mark se apoyó en su azadón como un viejo y taciturno hombre de montaña, con los ojos entornados e inescrutables.

– ¿Sí?

– Quisiéramos hablar contigo -anuncié.

– Estamos trabajando. ¿No puede esperar hasta la hora de comer?

– No. Recoge tus cosas; nos vamos a la comisaría.

Tensó la mandíbula y por un momento pensé que se pondría a discutir, pero se limitó a tirar el azadón, luego se secó la cara con la camiseta y se dirigió a lo alto de la colina.

– Adiós -dije al resto de los arqueólogos mientras lo seguíamos.

Ni siquiera Sean contestó.

En el coche, Mark sacó el paquete de tabaco.

– No se puede fumar -le dije.

– ¿Cómo que no? -preguntó-. Vosotros lo hacéis, os vi ayer.

– Los vehículos del departamento cuentan como lugares de trabajo. Es ilegal fumar en ellos.

Ni siquiera me lo estaba inventando; se puede reunir una comisión por algo tan ridículo.

– Qué más da, Ryan, déjale fumarse un cigarrillo -replicó Cassie. Y añadió, en un tono bajo muy bien conseguido-: Así no tendremos que dejarle salir a fumar durante unas horas. -Capté la mirada sobresaltada de Mark en el espejo retrovisor-. ¿Me lías uno? -le preguntó mientras se giraba para apoyarse entre los asientos.

– ¿Cuánto va a durar esto? -preguntó Mark.

– Depende -le respondí.

– ¿De qué? Ni siquiera sé de qué va.

– Ya llegaremos a eso. Tranquilízate y acábate el cigarrillo antes de que cambie de idea.

– ¿Cómo va la excavación? -preguntó Cassie afablemente.

La comisura de la boca de Mark se torció con amargura.

– ¿Vosotros qué creéis? Me han dado cuatro semanas para hacer el trabajo de un año. Hemos utilizado excavadoras.

– ¿Y eso no es bueno? -quise saber.

Se me quedó mirando.

– ¿Es que parecemos el jodido Time Team [8]?

Yo no estaba seguro de cómo responder a eso, ya que, de hecho, él y sus compañeros me parecían exactamente como el puto Time Team. Cassie puso en marcha la radio; Mark se encendió el cigarro y sopló una ruidosa y disgustada bocanada de humo a través de la ventanilla. Era evidente que sería un día muy largo.

No dije gran cosa durante el trayecto de vuelta. Sabía que era muy posible que el asesino de Katy Devlin estuviera enfurruñado en el asiento de atrás del coche y no estaba seguro de cómo me hacía sentir eso. En cierto modo, por supuesto, me habría encantado que fuese nuestro hombre: me había estado tocando las narices, y si era él podríamos librarnos de este caso espeluznante e incierto incluso antes de que empezara. Podía estar cerrado esa misma tarde; podría devolver el archivo antiguo al sótano -Mark, que en 1984 tendría unos cinco años y viviría en algún lugar muy alejado de Dublín, no era un sospechoso viable-, recibir mi palmadita de O'Kelly en la espalda, volver a encargarme de los gilipollas de la parada de taxi de Quigley y olvidarme de Knocknaree.

Y sin embargo, por algún motivo, no me sentía bien. En parte era por el lamentable anticlímax de la idea; me había pasado las últimas veinticuatro horas tratando de prepararme para lo que fuera que pudiera traer ese caso, y me esperaba algo mucho más dramático que un interrogatorio y un arresto. Pero había algo más. No soy supersticioso pero, después de todo, si la llamada hubiese llegado unos minutos antes o después, o si Cassie y yo no acabásemos de descubrir Worms, o si nos hubiera apetecido un cigarrillo, este caso habría sido para Costello o algún otro, nunca para nosotros, y parecía imposible que algo tan potente y vertiginoso fuese sólo una mera coincidencia. Tenía la sensación de que todo empezaba a despertarse, a redistribuirse de algún modo imperceptible pero crucial; un engranaje diminuto e invisible comenzaba a moverse. Y, por irónico que pueda parecer, creo que, en lo más hondo de mi ser, una parte de mí estaba impaciente por ver qué era lo próximo que ocurriría.

Capítulo 6

Poco antes de llegar, Cassie se las había apañado para averiguar que las excavadoras se utilizan sólo para emergencias porque destruyen valiosas pruebas arqueológicas y que los del Time Team son una panda de aficionados de poca monta, además de conseguir la colilla de un cigarro de liar que le hizo Mark, lo que significaba que si era necesario podíamos comparar su ADN con el de las colillas que se habían encontrado en el claro sin tener que conseguir una orden. Era evidente quién iba a ser hoy el poli bueno. Cacheé a Mark (que sacudía la cabeza con la mandíbula tensa) y lo metí en una sala de interrogatorios, mientras Cassie dejaba nuestra lista «Knocknaree libre de satanismo» en el escritorio de O'Kelly.

Dejamos que Mark se cociera unos minutos en su propio jugo -se repantigó en su silla y tamborileó un ritmo cada vez más irritado con los dedos índices sobre la mesa- antes de entrar.

– Hola otra vez -dijo Cassie alegremente-. ¿Quieres té o café?

– Nada. Quiero volver a mi trabajo.

– Interrogatorio de los detectives Maddox y Ryan a Mark Connor Hanly -anunció Cassie a la videocámara, en lo alto de una esquina.

Mark se dio la vuelta de golpe, sorprendido; luego le hizo una mueca a la cámara y volvió a dejarse caer. Acerqué una silla, tiré un fajo de fotos de la escena del crimen sobre la mesa y las ignoré.

– No estás obligado a decir nada a menos que desees hacerlo, pero cualquier cosa que digas constará por escrito y podrá ser usado como prueba. ¿Entendido?

– Pero ¿qué coño…? ¿Estoy arrestado?

– No. ¿Bebes vino tinto?

Me lanzó una mirada breve y sarcástica.

– ¿Me lo estás ofreciendo?

– ¿Por qué no quieres responder?

– Ésa es mi respuesta: yo bebo lo que haya. ¿Por qué?

Asentí pensativamente y lo apunté.

– ¿Para qué es la cinta? -preguntó Cassie con curiosidad, y se inclinó sobre la mesa para señalar la cinta adhesiva que le envolvía las manos.

– Para las ampollas. Las tiritas no aguantan cuando utilizas el azadón bajo la lluvia.

– ¿No podrías ponerte guantes y ya está?

– Hay quien lo hace -respondió Mark.

Su tono implicaba que a esas personas les faltaba testosterona.

– ¿Te importaría dejarnos ver lo que hay debajo? -dije.

вернуться

[8] Serie de TV británica en que un grupo de arqueólogos lleva a cabo una excavación en tres días. (N. de la T.)