Me miró con recelo, pero desenrolló la cinta, tomándose su tiempo, y la dejó sobre la mesa. Sostuvo la mano en alto con sardónico ademán.
– ¿Veis algo que os guste?
Cassie se acercó con los brazos apoyados, echó un largo vistazo y le hizo una seña para que girase las manos. Yo no vi rasguños ni marcas de uñas, sólo restos de grandes ampollas, a medio curar, en la base de cada dedo.
– Vaya -exclamó Cassie-. ¿Cómo te lo has hecho?
Mark se encogió de hombros con desdén.
– Normalmente tengo callosidades, pero cuando llevaba unas semanas fuera me hice daño en la espalda y tuve que quedarme catalogando los hallazgos. Las manos se me ablandaron y cuando volví al trabajo me salieron ampollas.
– Debió de ponerte nervioso no poder trabajar -comentó Cassie.
– Sí, la verdad es que sí -dijo Mark con brevedad-. Fue una mierda.
Recogí la cinta protectora con el índice y el pulgar y la tiré a la papelera.
– ¿Dónde estuviste el lunes por la noche? -pregunté, recostándome en la pared detrás de Mark.
– En la casa del grupo. Ya os lo dije ayer.
– ¿Eres miembro de «No a la Autopista»? -quiso saber Cassie.
– Sí, lo soy. La mayoría lo somos. Devlin se pasó por allí hace un tiempo y nos preguntó si queríamos apuntarnos. Que yo sepa, aún no es ilegal.
– ¿Así que conoces a Jonathan Devlin? -pregunté.
– Acabo de decirlo. No somos amigos de toda la vida pero sí, conozco a ese tío.
Me incliné por encima de su hombro y eché una ojeada a las imágenes de la escena del crimen, dejándole entrever algo pero sin darle tiempo para mirar bien. Encontré una de las fotos más perturbadoras y la sacudí delante de él.
– Pero nos dijiste que a ella no la conocías.
Mark sostuvo la foto con las yemas de los dedos y le dedicó una mirada larga e impasible.
– Os dije que la había visto por la excavación pero que no sabía cómo se llamaba, y así es. ¿Tendría que saberlo?
– Sí, creo que sí -dije-. Es la hija de Devlin.
Se volvió para mirarme un segundo con el ceño fruncido; luego volvió a mirar la foto. Al cabo de un instante sacudió la cabeza.
– No. Conocí a la hija de Devlin en la manifestación de la primavera pasada y era mayor. Rosemary, Rosaleen o algo así.
– ¿Qué te pareció? -quiso saber Cassie.
Mark se encogió de hombros.
– Era guapa. Hablaba mucho. Estaba haciendo la lista de miembros, apuntando a la gente, pero no creo que formase parte de la campaña; estaba más interesada en flirtear con los chicos. Nunca se molestó en dejarse ver otra vez.
– La encontraste atractiva -afirmé, acercándome al cristal de una sola dirección y comprobando mi afeitado en el reflejo.
– Estaba bien, pero no era mi tipo.
– Pero te diste cuenta de que no asistió a protestas posteriores. ¿Por qué la buscabas?
A través del cristal pude ver que me miraba la nuca con desconfianza. Finalmente apartó la foto y se recostó en su silla, sacando la barbilla.
– No la buscaba.
– ¿Hiciste algún intento de volver a ponerte en contacto con ella?
– No.
– ¿Sabías que era la hija de Devlin?
– No me acuerdo.
Aquello empezaba a darme mala espina. Mark estaba impaciente y cabreado y la lluvia de preguntas inconexas le causaba recelos, pero no parecía nervioso ni asustado; al parecer, la irritación era su sentimiento principal ante todo aquel asunto. Básicamente, no actuaba como un hombre culpable.
– Dime -le pidió Cassie mientras se sentaba encima de un pie-, ¿cuál es la verdad sobre la excavación y la autopista?
Mark se rió y soltó un pequeño y amargo bufido.
– Es una encantadora historia para dormir. El gobierno anunció sus planes en el año 2000. Todo el mundo sabía que había muchos hallazgos arqueológicos alrededor de Knocknaree, así que trajeron un equipo para hacer un reconocimiento. El equipo regresó y dijo que el yacimiento era mucho más importante de lo que se esperaba y que sólo un idiota construiría en él, que habría que cambiar el trazado de la autopista. El gobierno dijo que muchas gracias, muy interesante, y que no se moverían ni un centímetro. Hicieron falta muchas broncas para que concedieran permiso al menos para una excavación. Finalmente tuvieron la cortesía de decir que de acuerdo, que podíamos hacer una de dos años, aunque inspeccionar bien ese yacimiento llevaría al menos cinco. Desde entonces somos miles las personas que nos hemos enfrentado como hemos podido: peticiones, manifestaciones, demandas… Pero al gobierno le importa una mierda.
– Pero ¿por qué? -interrogó Cassie-. ¿Por qué no acceden a un cambio de trazado y ya está?
Él se encogió de hombros, retorciendo la boca ferozmente.
– A mí no me preguntes. Nos enteraremos de todo en algún tribunal, cuando sea diez o quince años demasiado tarde.
– ¿Y el martes por la noche? -continué yo-. ¿Dónde estuviste?
– En la casa del grupo. ¿Puedo irme ya?
– Dentro de un rato -le dije-. ¿Cuándo fue la última vez que pasaste la noche en el yacimiento?
Los hombros se le agarrotaron de forma casi imperceptible.
– Nunca he pasado la noche allí -contestó al cabo de un momento.
– No compliques las cosas. El bosque que hay al lado del yacimiento.
– ¿Quién ha dicho que he dormido ahí alguna vez?
– Escucha, Mark -dijo Cassie, de repente y sin rodeos-, estuviste en el bosque el lunes o el martes por la noche. Podemos demostrarlo con pruebas forenses si es necesario, pero eso nos haría perder mucho tiempo y créeme, nos aseguraremos de que también tú pierdas el tuyo. No creo que matases a esa niña, pero tenemos que saber cuándo estuviste en el bosque, qué estabas haciendo allí y si viste u oíste algo que nos pueda ser útil. Así que podemos pasarnos el día intentando sonsacártelo o puedes acabar con esto y volver al trabajo. Tú eliges.
– ¿Qué pruebas forenses? -preguntó Mark con escepticismo.
Cassie le dedicó una pequeña y pícara sonrisa, se sacó del bolsillo otro cigarrillo, bien envuelto en una bolsa hermética, y lo agitó ante él.
– ADN. Te olvidaste las colillas en el campamento.
– Dios -soltó Mark, mirándolo fijamente.
Parecía estar decidiendo si enfurecerse o no.
– Sólo hago mi trabajo -dijo ella alegremente, y se guardó la bolsa.
– Dios -exclamó él otra vez.
Se mordió el labio, aunque le costó disimular la sonrisa que se le escapaba por la comisura de los labios.
– Y yo he caído como un tonto. Todas las mujeres sois iguales.
– Cuéntame, pues: eso de dormir en el bosque…
Silencio. Al fin Mark se reanimó, alzó la vista al reloj de la pared y suspiró.
– Sí, he pasado alguna noche allí.
Volví a la mesa, me senté y abrí mi libreta.
– ¿El lunes, el martes o ambos?
– Sólo el lunes.
– ¿A qué hora llegaste?
– Hacia las nueve y media. Encendí una hoguera y me puse a dormir cuando se apagó, hacia las dos.
– ¿Lo haces en todos los yacimientos? -preguntó Cassie-. ¿O sólo en Knocknaree?
– Sólo en Knocknaree.
– ¿Por qué?
Mark observó sus propios dedos, que tamborileaban suavemente en la mesa otra vez. Cassie y yo aguardamos.
– ¿Sabéis qué significa Knocknaree? -dijo al fin-. Colina del rey. No estamos seguros de cuándo surgió el nombre, pero sí de que es una referencia religiosa precristiana, no una referencia política. No hay pruebas de ningún entierro real o viviendas en el yacimiento, pero hemos encontrado elementos religiosos de la Edad de Bronce por todas partes: el altar de piedra, figuras votivas, una copa de oro para ofrendas, restos de sacrificios animales y posibles restos humanos. Esa colina era un centro religioso importante.
– ¿A quién adoraban?
Se encogió de hombros, tamborileando más fuerte. Deseé pararle los dedos de un manotazo.