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– Así que estabas velando -dijo Cassie con suavidad.

Estaba recostada en su silla con toda naturalidad, pero cada línea de su rostro estaba alerta y concentrada en Mark.

Éste movió la cabeza, incómodo.

– Algo así.

– El vino que derramaste -comenzó Cassie. Alzó la vista de golpe y le hizo apartar la mirada-. ¿Una libación?

– Supongo.

– A ver si lo he entendido -intervine-. Decides dormir a unos metros de donde han asesinado a una niña y piensas que debemos creernos que estabas ahí por motivos religiosos.

De repente se encendió, impulsándose hacia mí y señalándome con un dedo veloz y salvaje. Me estremecí antes de poder evitarlo.

– Escucha, detective, yo no creo en la Iglesia, ¿entiendes? En ninguna. La religión existe para mantener a la gente en su sitio y para que contribuya a la bandeja de la colecta. Quité mi nombre del registro de la Iglesia cuando cumplí los dieciocho. Y tampoco creo en ningún gobierno. Son lo mismo que la Iglesia, todos ellos. Distintas palabras y el mismo objetivo: aplastar a los pobres con el pulgar y apoyar a los ricos. Las únicas cosas en las que creo están ahí fuera, en ese yacimiento. -Tenía los ojos entornados y en llamas, como si asomaran tras un rifle sobre una barricada sentenciada al fracaso-. Hay más que adorar en ese yacimiento que en cualquier iglesia de este maldito mundo. Es un sacrilegio que estén a punto de levantar una autopista encima. Si quisieran cargarse la abadía de Westminster para construir un aparcamiento, ¿culparíais a la gente por velar allí? Pues entonces no adoptéis una actitud condescendiente conmigo por hacer lo mismo.

Se me quedó mirando hasta que pestañeé, y luego se dejó caer otra vez en su silla y se cruzó de brazos.

– Supongo que lo que estás diciendo es que no tienes nada que ver con el asesinato -respondí con frialdad, cuando pude asegurarme de tener mi voz bajo control.

No sé por qué, ese pequeño discurso me afectó más de lo que deseaba admitir. Mark alzó los ojos al techo.

– Mark -continuó Cassie-, entiendo lo que quieres decir. Yo siento lo mismo respecto a mi trabajo. -Él, sin moverse, le lanzó una mirada prolongada y de un verde intenso, pero al final asintió-. Pero tienes que entender lo que dice el detective Ryan: mucha gente no te comprenderá en absoluto. Para ellos resultará sospechoso. Debemos eliminarte de la investigación.

– Si queréis me someto al detector de mentiras. Pero el martes por la noche ni siquiera estuve allí. Fui el lunes. ¿Qué puede tener que ver con esto?

Otra vez esa sensación desagradable. A menos que Mark fuera mucho más bueno de lo que yo pensaba, daba por sentado que Katy había muerto el martes, la noche antes de que su cuerpo apareciera en el yacimiento.

– De acuerdo -dijo Cassie-. Está bien. ¿Puedes demostrar dónde estuviste desde que saliste del trabajo el martes hasta que volviste el miércoles por la mañana?

Mark aspiró a través de los dientes y se tocó una ampolla, y de pronto me di cuenta de que se le veía violentado, lo que le hacía parecer mucho más joven.

– Sí, sí que puedo. Volví a casa, me duché, cené con los demás compañeros, jugamos a cartas y nos bebimos unas latas en el jardín. Podéis preguntárselo.

– ¿Y luego? -pregunté-. ¿A qué hora te acostaste?

– La mayoría nos retiramos hacia la una.

– ¿Y puede alguien dar fe de tu paradero después de eso? ¿Compartes habitación?

– No. Tengo una para mí solo por ser el ayudante del director del yacimiento. Me quedé un rato más en el jardín. Hablando con Mel. Estuve con ella hasta el desayuno.

Si bien hacía cuanto podía por sonar indiferente, lo cierto es que toda su arrogante serenidad se había desvanecido; parecía irritable y tímido como cualquier adolescente de quince años. Me moría de ganas de reírme. No me atrevía a mirar a Cassie.

– ¿Toda la noche? -continué, con malicia.

– Sí.

– ¿En el jardín? ¿No hacía un poco de fresco?

– Entramos cuando debían de ser las tres. Luego estuvimos en mi cuarto hasta las ocho, que fue cuando nos levantamos.

– Vaya, vaya -dije melodiosamente-. La mayoría de las coartadas no son ni de lejos tan placenteras.

Me lanzó una mirada asesina.

– Volvamos al lunes por la noche -intervino Cassie-. Cuando estabas en el bosque, ¿viste u oíste algo inusual?

– No. Pero eso está muy oscuro… oscuridad de campo, no de ciudad. Sin farolas ni nada parecido. No habría visto a nadie a tres metros de distancia. Y puede que tampoco lo hubiese oído; hay un montón de sonidos.

Oscuridad y sonidos del bosque: otra vez esa vibración recorriéndome el espinazo.

– No me refiero necesariamente al bosque -le explicó Cassie-. ¿En la excavación o en la carretera, tal vez? ¿Había alguien por ahí, digamos… a las diez y media?

– Espera un momento -dijo Mark de repente, casi a regañadientes-. En el yacimiento había alguien.

Ni Cassie ni yo nos movimos, pero pude sentir la chispa de alarma que se disparó entre ambos. Habíamos estado a punto de rendirnos con Mark, comprobar su coartada, ponerlo en una lista de personas interrogadas y mandarlo de vuelta con su azadón, al menos de momento -en los apremiantes primeros días de una investigación no puedes perder tiempo en nada que no sea crucial-, pero ahora volvió a captar toda nuestra atención.

– ¿Podrías dar una descripción? -quise saber.

Me miró con desagrado.

– Sí. Tenían aspecto de linterna. Estaba oscuro.

– Mark -dijo Cassie-. ¿Volvemos a empezar?

– Alguien cruzó el yacimiento llevando una linterna, desde la urbanización hasta la carretera. Ya está. No vi más que la luz de la linterna.

– ¿A qué hora?

– No miré el reloj. Hacia la una, quizás, o un poco antes.

– Piensa otra vez. ¿No podrías decirnos nada sobre ellos? ¿La altura, tal vez, por el ángulo de la linterna?

Reflexionó con los ojos entornados.

– No. Parecía bastante cerca del suelo, pero la oscuridad te jode el sentido de la perspectiva, ¿no? Se movían bastante despacio, pero cualquiera lo haría; ya habéis visto el yacimiento, está lleno de zanjas y trozos de muro.

– ¿La linterna era grande o pequeña?

– El haz era pequeño, no muy intenso. No era una de esas cosas grandes y pesadas con mango. Sólo una linternita.

– Cuando la viste por primera vez -dijo Cassie-, ¿estaba arriba junto al muro de la urbanización, en el extremo más alejado de la carretera?

– Por ahí, sí. Supuse que habían venido por la verja de atrás, o quizá saltando el muro.

La verja de atrás de la urbanización estaba al final de la calle de los Devlin, a sólo tres casas de distancia. Mark pudo haber visto a Jonathan o a Margaret, lentificados por un cadáver y en busca de algún lugar donde dejarlo; o a Katy, escabullándose en la oscuridad para encontrarse con alguien, armada tan sólo con la luz de una linterna y una llave que nunca podría devolverla a su casa.

– Y salieron a la carretera.

Mark se encogió de hombros.

– Atravesaron el yacimiento en diagonal, pero no vi dónde acababan. Los árboles me lo tapaban.

– ¿Crees que vieron tu fuego?

– ¿Cómo voy a saberlo?

– Mark -le dijo Cassie-, esto es importante. ¿Viste pasar algún coche hacia esa hora? ¿O tal vez algún coche parado en la carretera?

Él se tomó su tiempo.

– No -respondió final y definitivamente-. Pasaron un par cuando llegué allí, pero nada después de las once. La gente de por aquí se acuesta temprano; a medianoche todas las luces de la urbanización están apagadas.

Si decía la verdad nos acababa de hacer un favor inmenso. Tanto el lugar del asesinato como la escena secundaria -escondieran donde escondiesen el cadáver de Katy a lo largo del martes- estaban casi sin lugar a dudas a una distancia de la urbanización que podía cubrirse a pie, y era bastante probable que estuvieran en ella, así que nuestro abanico de sospechosos ya no incluía a la mayoría de la población de Irlanda.