Выбрать главу

Sin embargo, a excepción del bebé todo el mundo contó la misma historia: Rosalind y Jessica, y Katy en ocasiones, pasaban la noche allí una vez cada tantas semanas («Me encantaría quedármelas más a menudo, por supuesto que sí -dijo Vera, pellizcando con tensión la esquina de una funda-, pero con estos nervios no puedo, simplemente»); con menos frecuencia, Valerie y Sharon se quedaban con los Devlin. Ninguna estaba segura de a quién se le había ocurrido esa pernoctación en particular, aunque Vera pensó vagamente que tal vez fue Margaret quien lo sugirió. El lunes por la noche Rosalind y Jessica llegaron alrededor de las siete y media, vieron la televisión y jugaron con el bebé (no logré imaginar cómo, ya que ese crío apenas se movió en todo el tiempo que estuvimos allí; debía de ser como jugar con una patata gigante), y hacia las once se fueron a dormir a la habitación de Valerie y Sharon, donde compartieron una cama plegable.

Al parecer, ahí es donde la cosa se lió: como era de esperar, las cuatro estuvieron despiertas hablando y riendo buena parte de la noche.

– Son unas niñas encantadoras, agentes, yo no digo que no, pero a veces los jóvenes no se dan cuenta de la tensión que provocan en los mayores, ¿no es verdad? -Vera soltó una risita ahogada y frenética y le dio un golpecito a su hija mediana, que se escurrió en el sofá para alejarse más-. Tuve que entrar media docena de veces para decirles que se callaran… No soporto el ruido, ¿saben? Imagínense, debía de ser la una y media de la madrugada cuando por fin se durmieron. Y claro, para entonces yo ya estaba tan nerviosa que no había forma de calmarme, tuve que levantarme y prepararme una taza de té. No pude echar ni una cabezadita. A la mañana siguiente estaba destrozada. Y luego cuando llamó Margaret todas nos pusimos un poco histéricas, ¿verdad, chicas? Pero claro, no me imaginé… Pensé que sólo…

Se tapó la boca con una mano delgada y trémula.

– Volvamos a la noche anterior -le dijo Cassie a la hija mayor-. ¿De qué hablasteis tus primas y tú?

La niña, Valerie, creo, puso los ojos en blanco y frunció los labios para dar a entender lo estúpida que era la pregunta.

– De cosas.

– ¿Hablasteis de Katy?

– No lo sé. Sí, supongo. Rosalind decía lo estupendo que era que fuese a la escuela de danza. Yo no encuentro que sea tan increíble.

– ¿Qué hay de tu tía y tu tío? ¿Los mencionasteis?

– Sí, Rosalind contó que se portaban fatal con ella, que nunca le dejaban hacer nada.

Vera emitió una pequeña risa entrecortada.

– ¡Vamos, Valerie, no digas eso! Margaret y Jonathan harían cualquier cosa por esas niñas, agentes; ellos también están agotados…

– Sí, seguro, por eso se escapó Rosalind, porque eran demasiado buenos con ella.

Cassie y yo nos disponíamos a lanzarnos sobre ese comentario a la vez, pero Vera se nos adelantó:

– ¡Valerie! ¿Qué te he dicho? No hablemos de eso. Todo fue un malentendido y ya está. Rosalind fue muy insensata al preocupar a sus pobres padres de ese modo, pero ya está todo perdonado y olvidado…

Aguardamos a que acabara.

– ¿Por qué se escapó Rosalind? -le pregunté a Valerie.

Ella movió un hombro.

– Estaba harta de que su padre les diera órdenes. Creo que la pegó.

– ¡Valerie! Miren, agentes, no sé adónde quiere ir a parar. Jonathan nunca les pondría un dedo encima a esas crías, y no lo hizo. Rosalind es una chica muy sensible; discutió con su padre y él no se dio cuenta de lo disgustada que estaba…

Valerie se recostó y se me quedó mirando con una sonrisa de suficiencia que reptaba por su aburrimiento de profesional. La hija mediana se sorbió la nariz con la manga y examinó el resultado con interés.

– ¿Cuándo fue eso? -quiso saber Cassie.

– Oh, ni me acuerdo. Hace mucho tiempo… el año pasado, creo que era…

– En mayo -dijo Valerie-. Este mayo.

– ¿Cuánto tiempo estuvo ausente?

– Unos tres días. Vino la policía y todo.

– ¿Y sabes dónde estuvo?

– Se fue por ahí con un amigo -respondió Valerie con una sonrisita.

– No es así -soltó Vera con voz estridente-. Sólo dijo eso para romperle el corazón a su pobre madre, Dios la perdone. Estuvo en casa de una amiga suya del colegio, cómo se llamaba, Karen. Volvió a casa después del fin de semana y no pasó nada.

– Lo que tú digas -respondió Valerie, encogiendo otra vez un solo hombro.

– Agua -pidió el bebé con firmeza.

Había acertado. Su voz sonaba como un fagot.

Con toda probabilidad, eso explicaba algo que yo deseaba comprobar: por qué Personas Desaparecidas dio por hecho tan deprisa que Katy se había escapado. Los doce años es el límite, y normalmente le habrían dado el beneficio de la duda y habrían emprendido la búsqueda y llamado a la prensa de inmediato en lugar de esperar veinticuatro horas. Pero lo de escaparse tiende a contagiarse en las familias, donde los hijos pequeños sacan la idea de los mayores. Cuando Personas Desaparecidas comprobó la dirección de los Devlin en su sistema, debieron de encontrarse con la fuga de Rosalind y dieron por supuesto que Katy había hecho lo mismo, que se había peleado con sus padres y se había largado furiosa a casa de una amiga; que, al igual que Rosalind, volvería en cuanto se tranquilizara y no pasaría nada.

Yo me alegraba cruelmente de que Vera hubiera estado despierta toda la noche del lunes. Aunque casi resultaba demasiado horrible para admitirlo, a ratos había tenido mis dudas respeto a Jessica y Rosalind. Jessica no parecía muy fuerte, pero sí poco equilibrada, y el tópico de que la demencia da fortaleza se basa en hechos, y difícilmente podía no tener celos de todos los halagos que Katy recababa. Rosalind estaba tensa en extremo y era ferozmente protectora con Jessica, y si el éxito de Katy la había encerrado cada vez más en su perturbación… Sabía que la mente de Cassie discurría las mismas ideas, pero tampoco las había mencionado, y por alguna razón eso me sacaba de quicio…

– Quiero saber por qué se escapó Rosalind de casa -dije, mientras salíamos del hogar de los Foley.

La hija mediana tenía la nariz pegada a la ventana de la sala de estar y nos hacía muecas.

– Y adónde fue -continuó Cassie-. ¿Puedes hablar con ella? Creo que le sacarás más cosas que yo.

– De hecho -afirmé, algo incómodo- era ella la que me ha llamado antes. Vendrá a verme mañana por la tarde. Dice que quiere hablar de algo.

Cassie volvió a girarse después de guardarse la libreta en la mochila y me dedicó una larga mirada que no supe interpretar. Por un instante me pregunté si se había picado porque Rosalind me había llamado a mí y no a ella. Ambos estábamos acostumbrados a que Cassie fuese la favorita de las familias, y yo sentía una chispa infantil y vergonzosa de triunfo: «Alguien me prefiere a mí, para que lo sepas». Mi relación con Cassie tiene un tinte de hermano y hermana que nos funciona muy bien, pero en ocasiones nos aboca a la rivalidad.

– Perfecto -dijo-. Así podrás sacar el tema de la fuga sin que parezca nada del otro mundo.

Se colgó la mochila de la espalda y bajamos a la carretera. Se quedó mirando los campos a su alrededor con las manos en los bolsillos, y yo no sabía si estaba molesta conmigo por no haberle contado antes lo de la llamada de Rosalind Devlin, cosa que, sinceramente, debería haber hecho. Le di un golpecito con el codo, para tantear. Unos pasos más allá, extendió un pie hacia atrás y me dio una patada en el culo.