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– Ha sido largo. No se acababa nunca, con todos esos funcionarios diciéndome que tenía que hablar con otra persona y pasándome luego con el buzón de voz. No va a ser tan sencillo averiguar de quién es ese terreno. He hablado con mi tío y le he preguntado si eso de «No a la Autopista» tiene algún efecto real.

– ¿Y? -pregunté, intentando no sonar cínico.

No tenía nada contra Redmond O'Neill en particular -tenía una vaga imagen de un hombre grande y rubicundo con una mata de pelo gris, pero eso era todo-, pero siento una desconfianza firme y generalizada respecto a los políticos.

– Dice que no. Básicamente no son más que un incordio, según él. -Cassie levantó la vista y alzó una ceja-. Sólo le estoy citando. Han ido a juicio unas cuantas veces para intentar detener el proyecto; aún tengo que comprobar las fechas exactas, pero Red dice que las sesiones se celebraron a finales de abril, principios de junio y mediados de julio. Eso concuerda con las llamadas a Jonathan Devlin.

– Por lo visto alguien pensó que eran más que un incordio -observé.

– Esa última vez, hace unas semanas, «No a la Autopista» obtuvo un requerimiento judicial, pero Red dice que lo revocarán con una apelación. No está preocupado.

– Vaya, bueno es saberlo -dijo Cassie en tono edulcorado.

– Esa autopista hará mucho bien, Cassie -respondió Sam con suavidad-. Habrá nuevas casas, nuevos trabajos…

– Estoy segura de ello. Sólo que no entiendo por qué no podía hacer el mismo bien unos centenares de metros más allá.

Sam sacudió la cabeza.

– No tengo ni idea, no entiendo nada de ese tema. Pero Red sí, y dice que es absolutamente necesario.

Cassie abrió la boca para decir algo, pero capté el brillo de su mirada.

– Deja de ser maleducada y expón la situación -le dije.

– De acuerdo -comenzó cuando trajimos el café-. Lo más interesante es que me parece que ese tío lo hizo sin ganas.

– ¿Qué? -dije-. Maddox, la golpeó dos veces en la cabeza y luego la asfixió. Estaba más que muerta. Si no lo hubiera querido hacer…

– No, espera -me interrumpió Sam-. Quiero oír esto.

Mi labor en las sesiones informales de presentación es interpretar el papel de abogado del diablo, y Cassie es muy capaz de hacerme callar si me dejo llevar por el entusiasmo, pero Sam tiene una arraigada y tradicional caballerosidad que encuentro admirable a la vez que ligeramente irritante. Cassie me lanzó una pícara mirada de soslayo y le sonrió.

– Gracias, Sam. Como iba diciendo, fijaos en el primer golpe: sólo fue un toque que apenas bastaba para derrumbarla, y ya no digamos para dejarla inconsciente. Ella le daba la espalda y no se movía, podría haberle aplastado la cabeza; pero no lo hizo.

– No sabía cuánta fuerza requería -dijo Sam-. No lo había hecho nunca.

Sonó pesaroso. Tal vez parezca cruel, pero a menudo preferimos las señales que apuntan a un criminal en serie. De ese modo puede haber otros casos para comparar, más pruebas que reunir. Si nuestro hombre era un primerizo, no teníamos otra pista que seguir.

– Cass. ¿Crees que es virgen?

Al preguntarlo me di cuenta de que no tenía ni idea de qué deseaba como respuesta.

Ella cogió las cerezas con aire ausente sin apartar la vista de las notas, pero vi cómo agitaba las pestañas. Sabía qué le estaba preguntando.

– No estoy segura. No ha hecho esto a menudo, al menos recientemente, o no habría actuado con tanta indecisión. Pero quizá lo hiciera una o dos veces antes, hace tiempo. No podemos descartar un vínculo con el caso antiguo.

– No es habitual que un asesino en serie se tome veinte años de descanso -observé.

– Bueno -dijo Cassie-, esta vez no estaba muy ansioso por hacerlo. Ella se resiste, él le tapa la boca con una mano, la golpea de nuevo, a lo mejor cuando ella intenta arrastrarse o algo así, y esta vez la deja inconsciente. Pero en lugar de seguir pegándola con la roca, a pesar de que han forcejeado y que a estas alturas debe de tener la adrenalina por las nubes, suelta el arma y la asfixia. Ni siquiera la estrangula, que sería mucho más sencillo: utiliza una bolsa de plástico, y desde atrás, para no tener que verle la cara. Intenta distanciarse del crimen, hacerlo menos violento. Suavizarlo.

Sam hizo una mueca.

– O quizá no quiera complicarse -dije yo.

– Sí, pero entonces, ¿por qué la golpeó? ¿Por qué no la agarró, le puso la bolsa en la cabeza y ya está? Creo que la dejó inconsciente en frío porque no deseaba verla sufrir.

– Quizá no estaba seguro de poder dominarla a menos que la dejara sin sentido enseguida -observé-. Tal vez no sea muy fuerte… o, como hemos dicho, quizás es un primerizo y no sabe cuánta fuerza exige.

– Puede ser. Cabe contemplar todas las suposiciones. Creo que buscamos a alguien sin un historial de violencia reconocido, alguien que ni siquiera se peleaba en el patio del colegio, que no sería considerado agresivo físicamente, y puede que sin ninguna agresión sexual anterior. No creo que fuese realmente un crimen sexual.

– ¿Por qué, porque usó un objeto? -intervine-. Ya sabes que a algunos de ellos no se les levanta.

Sam pestañeó, espantado, y tomó un sorbo de café para disimular.

– Ya, pero entonces habría sido más… aplicado. -Todos nos estremecimos-. Por lo que dice Cooper, fue un gesto simbólico, una estocada, sin sadismo ni furia, sólo unos centímetros de rasguños y apenas le tocó el himen. Y fue post mórtem.

– A lo mejor lo prefería así: necrofilia.

– Por Dios -exclamó Sam, bajando su taza de café.

Cassie buscó sus cigarrillos, cambió de idea y cogió uno de los míos, más fuertes. Su rostro, con la guardia momentáneamente baja mientras se inclinaba sobre el mechero, parecía cansado y apagado; me pregunté si esa noche soñaría con Katy Devlin, inmovilizada y tratando de gritar.

– La habría conservado viva por más tiempo. Y también habría más signos de una agresión sexual completa. No, no quería hacerlo. Lo hizo porque debía.

– ¿Simular un crimen sexual para ponernos sobre una pista falsa?

Cassie sacudió la cabeza.

– No lo sé… En ese caso, cabría esperar un mayor esmero, que la desnudara y la colocara con las piernas separadas. Pero en lugar de eso le vuelve a poner los pantalones, se los abrocha… No, más bien pensaba en algo de tipo esquizofrénico. Casi nunca son violentos, pero si no se toman la medicación durante un brote paranoico, nunca se sabe. Quizá creyera, vete a saber el motivo, que Katy debía ser asesinada y violada, aunque odiase hacerlo. Eso explicaría por qué intentó no herirla, por qué utilizó un objeto, por qué no parece un crimen sexual, ya que no quiso dejarla expuesta ni quería que nadie pensara en él como en un violador, e incluso por qué la dejó en el altar.

– ¿Qué quieres decir?

Recuperé mi paquete de cigarrillos y se lo pasé a Sam, que tenía aspecto de necesitar uno, pero lo rechazó con la cabeza.

– Que pudo deshacerse de ella en el bosque o en otro lugar donde tal vez tardasen años en encontrarla, o incluso simplemente en el suelo. Pero se desvió de su camino para dejarla en el altar. Podría ser un rollo exhibicionista, aunque no lo creo: no la colocó, sólo la tumbó sobre el costado izquierdo, de modo que la herida de la cabeza quedase oculta; una vez más, intentaba minimizar el crimen. Creo que procuraba tratarla con cuidado y respeto, mantenerla alejada de los animales, asegurarse de que la encontrarían pronto. -Cogió el cenicero-. Lo bueno es que, si se trata de un esquizofrénico que se ha derrumbado, debería ser bastante fácil de localizar.

– ¿Y un asesino a sueldo? -propuse-. Eso también explicaría la aversión. Alguien, quizás el de las llamadas misteriosas, pudo contratarlo, pero no tenía por qué gustarle el trabajo.

– La verdad -respondió Cassie- es que un asesino a sueldo, y no me refiero a un profesional, sino a un aficionado que necesitara mucho el dinero, podría encajar incluso mejor. Al parecer, Katy Devlin era una niña bastante sensata, ¿no crees, Rob?