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– Parece que era la persona más equilibrada de esa familia.

– Sí, estoy de acuerdo. Lista, centrada, voluntariosa…

– No de las que salen en plena noche con un extraño.

– Exacto. Sobre todo con un extraño al que se le ve que no anda fino. Un esquizofrénico que se está desmoronando seguramente no podría actuar con la normalidad suficiente para lograr que se fuera con él. Es más probable que se trate de alguien presentable, simpático, con buena mano para los niños… alguien a quien ya conociera. Alguien con quien se sintiera a gusto. Alguien que no le resultara amenazador.

– O amenazadora -intervine-. ¿Cuánto pesaba Katy?

Cassie rebuscó en sus notas.

– Poco más de treinta y cinco kilos. Dependiendo de lo lejos que se la llevara, sí, una mujer podría hacerlo, aunque tendría que ser bastante fuerte. Sophie no encontró marcas de arrastre en el sitio donde la dejaron. Basándome en las estadísticas, yo apostaría por un tío.

– Así que ¿estamos eliminando a los padres? -preguntó Sam, esperanzado.

Ella esbozó una mueca.

– No. Pongamos que uno de ellos abusaba de la niña y ésta amenazó con contarlo: o el abusador o el otro progenitor pudo creer que debía matar a Katy para proteger al resto de la familia. Tal vez intentaron simular un crimen sexual pero no tuvieron el valor de hacerlo a conciencia… Básicamente, lo único de lo que estoy más o menos segura es de que no estamos buscando a un psicópata o a un sádico. Nuestro hombre no pudo deshumanizarla ni disfrutó viéndola sufrir. Buscamos a alguien que no quería hacerlo, alguien que sentía que lo hacía por necesidad. No creo que se meta en la investigación, porque no le entusiasma llamar la atención ni nada parecido, y no creo que vuelva a actuar a corto plazo, a menos que se sienta amenazado. Y yo afirmaría casi sin temor a equivocarme que es del pueblo. Seguro que un criminólogo podría ser más concreto, pero…

– Te graduaste en Trinity, ¿verdad? -le preguntó Sam.

Cassie negó con un movimiento rápido de cabeza y cogió más cerezas.

– Lo dejé en cuarto.

– ¿Por qué?

Escupió un hueso de cereza en la palma y le dibujó a Sam una sonrisa que yo ya conocía, una sonrisa excepcionalmente dulce que le arrugaba la cara hasta el punto de que no podías verle los ojos.

– Porque, ¿qué ibais a hacer sin mí?

Yo podría haberle dicho a Sam que no iba a contestar, pues le hice esa misma pregunta varias veces a lo largo del tiempo y obtuve respuestas que iban desde «No había nadie de tu calibre con quien meterme» hasta «La comida de la despensa apestaba». Siempre ha habido un componente enigmático en Cassie. Es una de las cosas que me gustan de ella y, paradójicamente, más aún por ser una cualidad difícil de ver, tan esquiva que resulta casi invisible. Da la impresión de ser asombrosamente abierta, de un modo casi infantil, cosa que es cierta, dentro de lo que cabe: lo que ves es realmente lo que hay. Pero lo que no ves, lo que apenas vislumbras, ése es precisamente el aspecto de Cassie que siempre me ha fascinado. Incluso después de todo ese tiempo sabía que había espacios en su interior a los que nunca me había permitido acercarme, no digamos entrar. Había preguntas a las que no respondía, temas que discutía sólo en abstracto; si intentabas que concretara, se escabullía entre risas con la destreza de una patinadora artística.

– Eres buena -dijo Sam-. Con título o sin él.

Cassie enarcó una ceja.

– Antes de decir eso espera a ver si tengo razón.

– ¿Por qué crees que la mantuvo escondida todo un día? -pregunté yo.

Eso me tenía muy preocupado, por las evidentes y odiosas posibilidades y por la persistente sospecha de que, si no hubiera tenido que deshacerse de ella por algún motivo, tal vez se la habría quedado para siempre; Katy podría haberse desvanecido tan silenciosa y definitivamente como Peter y Jamie.

– Si no me equivoco con todo lo demás y con lo de distanciarse del crimen, entonces no lo hizo porque quisiera. Él habría deseado deshacerse de Katy lo antes posible, pero se la quedó porque no tenía elección.

– ¿Vive con alguien y tuvo que esperar hasta tener el camino libre?

– Sí, es posible. Pero estoy pensando que la excavación quizá no fuera una elección al azar. Tal vez tenía que dejarla allí, bien porque formaba parte del plan que estuviera siguiendo, bien porque no tiene coche y la excavación era el único lugar a mano. Eso encajaría con la declaración de Mark acerca de que no vio pasar ningún coche; ello significaría que la escena del crimen está muy cerca, probablemente en una de las casas de aquel extremo de la urbanización. Quizás intentó dejarla allí el lunes por la noche, pero desistió porque Mark estaba en el bosque con su hoguera. El asesino pudo verlo y asustarse; tuvo que esconder a Katy e intentarlo de nuevo la noche siguiente.

– O quizás el asesino fue él -dije.

– Tiene una coartada para el martes por la noche.

– De una chica que está loca por él.

– Mel no es de esas bobas que hacen lo que diga su novio. Tiene su propia opinión y es lo bastante lista para darse cuenta de lo importante que es esto. Si Mark hubiera salido de la cama en mitad del acto para darse un largo paseo, ella nos lo habría dicho.

– A lo mejor tenía un cómplice. Si no Mel, otra persona.

– ¿Y escondieron el cadáver en la hierba de la ladera?

– ¿Y cuál era su móvil? -inquirió Sam.

Llevaba un rato comiendo cerezas y mirándonos con interés.

– Su móvil es que está como un cencerro -le dije-. Tú no lo has oído. Es perfectamente normal en casi todo, lo bastante como para tranquilizar a un crío, Cass, pero cuando le haces hablar del yacimiento y empieza con lo del sacrilegio y la adoración… Ese yacimiento está amenazado por la autopista, y a lo mejor pensó que si hacía un buen sacrificio humano a los dioses, como en los viejos tiempos, les haría intervenir para salvarlo. Cuando se trata de esa excavación, se comporta como un chiflado.

– Si al final resulta que es un sacrificio pagano -dijo Sam-, me pido no ser yo el que se lo diga a O'Kelly.

– Yo voto porque se lo diga él mismo. Y vendemos entradas.

– Mark no es un chiflado -respondió Cassie con firmeza.

– Ya lo creo que sí.

– No lo es. Su trabajo es el centro de su vida. Eso no es ser un chiflado.

– Tendrías que haberles visto -le dije a Sam-. Sinceramente, parecía una cita más que un interrogatorio. Maddox asintiendo todo el rato, haciendo caídas de ojos y diciéndole que sabía exactamente cómo se sentía…

– Y lo sé, es verdad -replicó Cassie. Dejó las notas de Cooper y se dio impulso hacia atrás para sentarse en el futón-. Y no hice caídas de ojos. Cuando lo haga, te darás cuenta.

– ¿Sabes cómo se siente? ¿Es que tú también rezas al dios del Patrimonio?

– No, pedazo de idiota. Cállate y escucha: tengo una teoría sobre Mark.

Se quitó los zapatos de un puntapié y se sentó encima de sus pies.

– Oh, Dios mío -exclamé-. Sam, espero que no tengas prisa por irte.

– Siempre tengo tiempo para una buena teoría -respondió Sam-. ¿Puedo tomar una copa para acompañar, si ya no estamos trabajando?

– Bien pensado -le dije.

Cassie me dio un toque con el pie.

– Trae whisky o lo que pilles. -Le aparté el pie y me levanté-. A ver -empezó-: todos necesitamos creer en algo, ¿cierto?

– ¿Por qué? -pregunté.

Aquello me parecía interesante y a la vez un punto desconcertante; yo no soy religioso, y por lo que sabía Cassie tampoco lo era.

– Pues porque es así. Todas las sociedades del mundo, desde siempre, han tenido algún tipo de creencia. Pero ahora… ¿a cuántas personas conocéis que sean cristianas; no que sólo vayan a la iglesia, sino cristianas de verdad, que por ejemplo intenten actuar como lo haría Jesús? Y tampoco es que la gente pueda tener fe en las ideologías políticas. Nuestro gobierno ni siquiera tiene una, que se sepa…