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Vencí el impulso de esconder el rostro detrás de mi libreta.

– Entonces discutieron.

– Santo cielo, sí. Bueno, en realidad era más un asedio que una batalla. Jamie, Peter y Adam absolutamente amotinados. Mandaron a paseo a todo el universo adulto durante semanas: no nos hablaban a los padres, ni siquiera nos miraban, y en clase tampoco abrían la boca. En todas las hojas de deberes de Jamie ponía «No me envíes fuera» en el margen superior…

Tenía razón: fue todo un motín. «DEJAD A JAMIE» en mayúsculas rojas sobre papel cuadriculado. Mi madre intentando razonar conmigo inútilmente mientras yo me sentaba en el sofá con las piernas cruzadas y sin reaccionar, mordiéndome la piel alrededor de las uñas y con el estómago encogido de excitación y pavor ante mi propia audacia. «Pero ganamos -pensé, con turbación-, desde luego que ganamos»: gritos y choques de manos en el muro del castillo, latas de cola alzadas bien alto en un brindis triunfal.

– Pero usted se atuvo a su decisión -dijo Cassie.

– Bueno, no exactamente. Pudieron conmigo. Fue terriblemente difícil, ¿saben? Toda la urbanización hablaba de lo mismo, y Jamie hacía que sonara como si la enviaran al orfanato de Annie o algo así, y yo no sabía qué hacer… Al final cedí: «Vale, me lo pensaré». Les dije que no se preocuparan, que se nos ocurriría algo, y ellos detuvieron sus protestas. De verdad que pensé en esperar un año más, pero mis padres me ofrecieron pagar la matrícula de Jamie y yo no sabía si pensarían lo mismo al cabo de un año. Sé que parezco una madre horrible, pero nunca creí…

– Claro que no -le dijo Cassie. Yo sacudí la cabeza automáticamente-. Entonces, cuando le dijo a Jamie que iría después de todo…

– Madre mía, se puso… -Alicia se retorció las manos-. Se quedó destrozada. Dijo que le había mentido. Y lo hice, pero es que realmente no tenía…Y luego se fue hecha una furia a buscar a los otros dos y pensé: «Dios mío, ahora dejarán de hablarnos otra vez, pero al menos sólo falta una semana o dos…». Había esperado hasta el último momento para decírselo, ¿sabe?, para que disfrutase del verano. Y entonces, cuando no vino a casa, supuse…

– Supuso que se había escapado -terminó Cassie amablemente. Alicia asintió-. ¿Aún piensa que es una posibilidad?

– No. No lo sé. Ay, detective, un día pienso una cosa y al siguiente… Pero estaba su hucha, ¿saben? Se la habría llevado, ¿no? Y Adam estaba en el bosque. Y si se hubieran escapado, seguro que a estas alturas habría… habría…

Se volvió bruscamente y alzó una mano para cubrirse el rostro.

– Cuando se le ocurrió que tal vez no se hubiera escapado -le planteó Cassie-, ¿qué fue lo primero que pensó?

Alicia volvió a respirar hondo como para purificarse y enlazó fuertemente las manos en su regazo.

– Pensé que quizá su padre hubiera… Deseé que se la hubiera llevado. Él y su esposa no podían tener hijos, ¿sabe?, por eso pensé que tal vez… Pero los detectives lo investigaron y negaron esa posibilidad.

– En otras palabras -intervino Cassie-, no había nada que le hiciera pensar que alguien podía haberle hecho daño. Nadie la había asustado ni nada la había disgustado en las semanas previas.

– No, es cierto. Hubo un día, pero fue un par de semanas antes, en que llegó temprano de jugar y parecía un poco alterada; mantuvo un silencio terrible durante toda la noche. Le pregunté si había ocurrido algo, si alguien la había molestado. Pero dijo que no.

Algo oscuro se agitó en mi mente. En casa temprano, No, mamá, no ha pasado nada… pero estaba demasiado profundo para alcanzarlo.

– Se lo conté a los detectives -continuó Alicia-, pero no tenían mucho por donde empezar, ¿verdad? Y después de todo, quizá no fuera nada. Quizá sólo se había peleado con los chicos o algo así. Yo habría podido decirle si era algo grave o no… Pero Jamie era una niña muy reservada y muy suya. Con ella era difícil saber lo que pasaba.

Cassie asintió.

– Los doce son una edad complicada.

– Sí lo son; ya lo creo que lo son, ¿verdad? Esa es la cuestión, ¿saben? Creo que no me di cuenta de que ya era lo bastante mayor… en fin, para sentir plenamente las cosas. Pero ella, Peter y Adam… lo habían hecho todo juntos desde que eran unos bebés. Supongo que ninguno de ellos podía imaginarse la vida sin los otros.

Una oleada de pura indignación me atacó por sorpresa. «Yo no debería estar aquí -pensé-. Esto es una absoluta cagada.» Debería estar sentado en un jardín calle abajo, descalzo y con una bebida en la mano, intercambiando las anécdotas del día con Peter y Jamie. Nunca lo había pensado antes y casi me abrumó: todas las cosas que deberíamos haber tenido. Deberíamos haber estado despiertos toda la noche estudiando juntos y pasando nervios antes de la selectividad, Peter y yo deberíamos haber discutido sobre quién llevaría a Jamie a nuestra puesta de largo y tomarle el pelo por cómo le quedaba el vestido. Deberíamos haber vuelto a casa tambaleándonos, cantando y riéndonos sin ninguna consideración, después de beber en nuestras noches de universitarios. Podríamos haber compartido piso, hacer un Interraíl por Europa y sobrevivir codo con codo a fases de vestimenta estrafalaria, conciertos de segunda y dramáticas aventuras amorosas. Dos de nosotros podrían estar casados a estas alturas, y haber dado al tercero un ahijado. Me habían robado todo eso. Agaché la cabeza sobre mi libreta para evitar que Alicia Rowan y Cassie me vieran la cara.

– Aún mantengo su dormitorio tal como lo dejó -explicar Alicia-. Por si acaso… Sé que es una tontería, lo admito, pero si volviera a casa no querría que pensara… ¿Les gustaría verlo? A lo mejor hay… puede que a los otros detectives se les pasara algo por alto…

Una instantánea del dormitorio me abofeteó la cara -paredes blancas con pósteres de caballos, cortinas amarillas y con vuelo, un atrapasueños colgado encima de la cama- y supe que ya tenía bastante.

– Esperaré en el coche -dije. Cassie me lanzó una mirada rápida-. Gracias por su tiempo, señora Rowan.

Llegué al coche y escondí la cabeza debajo del volante hasta que se me despejó la vista. Cuando volví a alzarla advertí un aleteo amarillo, y me subió la adrenalina cuando vi una cabeza rubia moverse entre las cortinas; era Alicia Rowan, girando un jarrito de flores del alféizar para atrapar las últimas luces del atardecer.

– El dormitorio es estremecedor -dijo Cassie mientras salíamos de la urbanización y sorteábamos las pequeñas carreteras secundarias-. Pijamas encima de la cama y un viejo libro abierto en el suelo. Pero nada que me diera alguna idea. ¿Eras tú el de la foto de la chimenea?

– Supongo -contesté.

Aún me sentía fatal; lo último que deseaba era analizar la decoración de Alicia Rowan.

– Eso que ha dicho sobre el día en que Jamie llegó a casa alterada, ¿recuerdas de qué se trataba?

– Cassie -le dije-, ya hemos hablado de esto. Te lo digo de una vez por todas: no recuerdo una absoluta mierda. En lo que a mí respecta, mi vida empezó cuando tenía doce años y medio en un ferry rumbo a Inglaterra, ¿vale?

– Por Dios, Ryan, sólo preguntaba.

– Pues ya sabes la respuesta -zanjé, y puse una marcha más. Cassie alzó las manos, encendió la radio, la puso a volumen alto y me dejó en paz.

Un par de kilómetros más adelante levanté una mano del volante y le atusé a Cassie el cabello.