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Al día siguiente, viernes, llevábamos dos semanas y media de investigación y O'Kelly nos llamó a su despacho. Fuera hacía un día fresco y cortante, pero el sol entraba a raudales por las grandes ventanas y en la sala de investigaciones se estaba tan caliente que desde dentro casi podías creerte que aún era verano. Sam se encontraba en su esquina, anotando cosas entre susurrantes llamadas telefónicas; Cassie estaba comprobando alguna identidad en el ordenador y un par de refuerzos y yo acabábamos de preparar una ronda de café y repartíamos tazas. En la sala reinaba el murmullo penetrante y recargado de un aula. O'Kelly asomó la cabeza por la puerta, se metió el pulgar y el índice en la boca formando un círculo y silbó con estridencia; cuando el murmullo se apagó, dijo: «Ryan, Maddox y O'Neill», proyectó un dedo por encima del hombro y dio un portazo tras de sí.

Con el rabillo del ojo vi a los refuerzos intercambiar disimuladas elevaciones de cejas. Ya hacía un par de días que lo esperábamos, al menos yo. Había ensayado la escena mentalmente mientras conducía de camino al trabajo, en la ducha y hasta en sueños, por lo que me despertaba discutiendo.

– La corbata -le dije a Sam, con un gesto; el nudo siempre se le caía hacia una de las dos orejas cuando se concentraba.

Cassie tomó un trago rápido de café y soltó aire.

– Vale -dijo-. Vamos allá.

Los refuerzos volvieron a sus respectivas tareas, aunque sentí cómo nos seguían con la mirada al abandonar la sala y alejarnos por el pasillo.

– A ver -empezó O'Kelly en cuanto entramos en su despacho. Ya estaba sentado detrás del escritorio toqueteando un espantoso juguete cromado de ejecutivo, residuo de los ochenta-. ¿Cómo va la operación Como-se-llame?

Ninguno de nosotros se sentó. Le ofrecimos una elaborada exégesis de lo que habíamos hecho para encontrar al asesino de Katy Devlin y de por qué no había funcionado. Hablamos demasiado rápido y demasiado rato, repitiéndonos y entrando en detalles que él ya conocía: presentíamos lo que se avecinaba y ninguno tenía ganas de oírlo.

– Muy bien, por lo visto tenéis todas las bases cubiertas -concluyó O'Kelly cuando al fin nos callamos. Seguía jugueteando con su horrible cacharro, clic, clic, clic-. ¿Algún sospechoso principal?

– Nos inclinamos por los padres -dije-. Cualquiera de los dos.

– Lo que significa que no tenéis nada sólido sobre ninguno.

– Aún estamos investigando, señor -señaló Cassie.

– Y yo tengo a cuatro hombres para las amenazas telefónicas -afirmó Sam.

O'Kelly alzó la vista.

– Ya he leído los informes. Cuidado dónde te metes.

– Sí, señor.

– Estupendo -dijo O'Kelly, y dejó en paz el chisme cromado-. Seguid insistiendo. No necesitáis treinta y cinco refuerzos para eso.

Aunque ya me lo esperaba, aun así fue un jarro de agua fría. Lo cierto es que los refuerzos no me habían calmado los nervios en ningún momento, pero daba iguaclass="underline" renunciar a su concurso resultaba espantosamente significativo, era el irrevocable primer paso de una retirada. Quería decir que dentro de unas semanas O'Kelly volvería a ponernos en la lista de turnos, nos asignaría nuevos casos y la operación Vestal se convertiría en algo en lo que trabajaríamos cuando nos sobrara un poco de tiempo; unos meses más y Katy quedaría relegada al sótano, al polvo y a las cajas de cartón, y la sacaríamos cada año o dos si dábamos con una nueva pista. La televisión pública haría un documental cursi sobre ella, con una entrecortada voz en off y una sintonía espeluznante para dejar claro que el caso seguía sin resolver. Me preguntaba si Kiernan y McCabe habían escuchado esas mismas palabras en esa habitación, quizá de alguien que toqueteaba el mismo juguete absurdo.

O'Kelly percibió la insurrección en nuestro silencio.

– ¿Qué? -dijo.

Hicimos nuestro mejor intento, soltamos nuestros discursos más concienzudos, elocuentes y preparados, pero incluso mientras hablaba supe que no iba bien. Prefiero no recordar la mayor parte de lo que dije, pero estoy seguro de que hacia el final balbucía.

– Señor, siempre hemos sabido que este caso no sería visto y no visto -terminé-. Pero nos estamos acercando paso a paso. Creo que sería un error dejarlo ahora.

– ¿Dejarlo? -repitió O'Kelly, indignado-. ¿Cuándo me has oído a mí hablar de dejarlo? No estamos dejando nada. Estamos haciendo recortes, eso es todo. -Nadie contestó. Se inclinó hacia delante y apoyó los dedos en vertical sobre el escritorio-. Muchachos -dijo, en un tono más suave-, se trata de un sencillo análisis de costes y beneficios. Habéis sacado partido a los refuerzos. ¿Cuántas personas os faltan por interrogar?

Silencio.

– ¿Y cuántas llamadas ha recibido hoy la línea abierta?

– Cinco -contestó Cassie al cabo de un momento-. Más o menos.

– ¿Alguna buena?

– Seguramente no.

– Ahí lo tenéis. -O'Kelly abrió los brazos-. Ryan, tú mismo has dicho que no se trata de un caso visto y no visto. Y yo sólo os digo que hay casos rápidos y casos lentos, y éste va a llevar tiempo. Pero entretanto hemos tenido otros tres asesinatos, hay algún tipo de guerra de drogas desatada en la parte norte y tengo a gente llamándome a diestro y siniestro para preguntarme dónde he metido todos los refuerzos de Dublín. ¿Entendéis lo que quiero decir?

Yo sí, y demasiado bien. Puedo decir muchas cosas de O'Kelly, pero tengo que reconocerle algo: la mayoría de los comisarios nos habrían dejado a Cassie y a mí fuera de ese caso desde el principio. Irlanda sigue siendo básicamente un pueblo; solemos tener una idea bastante aproximada de quién es el autor casi desde el inicio, y gran parte del tiempo y el esfuerzo no se dedican a identificarlo sino a construir un caso que concuerde. Durante los primeros días, cuando fue quedando claro que la operación Vestal sería una excepción, y de las buenas, O'Kelly debió de verse tentado a enviarnos de vuelta con nuestros mocosos de la parada de taxis y asignárselo a Costello o a algún otro con más de treinta años. En general no me considero un ingenuo, pero al ver que no lo hacía lo atribuí a una especie de pertinaz y reticente lealtad… no hacia nosotros personalmente, sino como miembros de su brigada. Y me gustó la idea. Ahora me preguntaba si no sería otro el motivo: si algún sexto sentido forjado a base de batallas no le estaría diciendo durante todo ese tiempo que aquello estaba condenado al fracaso.

– Quedaos con uno o dos -cedió O'Kelly, magnánimo-, para la línea abierta, trabajo de campo y esas cosas. ¿A quién queréis?

– A Sweeney y a O'Gorman -contesté.

A esas alturas ya tenía los nombres bastante pillados, pero en aquel instante fueron los únicos que pude recordar.

– Marchaos a casa -nos aconsejó O'Kelly-. Tomaos el fin de semana libre. Salid de copas, dormid un poco… Ryan, tienes los ojos que parecen agujeros de meadas en la nieve. Pasad tiempo con vuestras novias o lo que tengáis. El lunes volvéis y empezáis de nuevo.

Una vez en el pasillo, no nos miramos. Nadie hizo ademán de regresar a la sala de investigaciones. Cassie se apoyó contra la pared y rascó la moqueta con la punta del zapato.

– En cierto sentido tiene razón -dijo Sam al fin-. Lo haremos muy bien por nuestra cuenta, ya lo creo que sí.

– No, Sam -le dije-. No hagas eso.

– ¿Qué? -preguntó él, confundido-. ¿Que no haga qué?

– Es la idea en sí -dijo Cassie-. Este caso no tenía que habernos puesto en un brete. Tenemos el cuerpo, el arma, el… A estas alturas deberíamos tener a alguien.

– En fin -señalé yo-, ya sé lo que voy a hacer. Voy a meterme en el primer pub que no sea horrible y pillaré una borrachera de campeonato. ¿Alguien se apunta?

Al final fuimos al Doyle's: música de los ochenta por un amplificador y pocas mesas, y una barra donde se codeaban estudiantes y gente con traje. No nos apetecía ir a un bar de policías, donde todo aquel que nos encontráramos querría saber inevitablemente cómo iba la operación Vestal. Hacia la tercera ronda, cuando volvía del lavabo, choqué contra una chica y se le derramó la bebida, salpicándonos a ambos. Fue culpa suya (había retrocedido riéndose de algo que decía un amigo suyo y se me echó encima), pero era extremadamente guapa, del tipo pequeño y etéreo que yo siempre busco, y me lanzó una mirada suave y propicia mientras ambos nos disculpábamos y comparábamos los daños, así que le pagué otra bebida y entablamos conversación.