– Cass -le pedí con toda la calma que pude-. Desde el principio.
– El principio es que comenzó a salir con Cathal Mills cuando ella tenía dieciséis años y él diecinueve. A él, sabe Dios por qué, se le consideraba muy guay, y a Sandra la tenía loca. Jonathan Devlin y Shane Waters eran sus mejores amigos. Ninguno de ellos tenía novia, a Jonathan le molaba Sandra, a Sandra le hacía gracia él y un buen día, cuando llevaban seis meses de relación, Cathal le dice a ella que Jonathan quiere «hacérselo con ella», textualmente, y que él opina que es una idea genial. Como si le diera a su colega un trago de su cerveza o algo así. por Dios, eran los ochenta, ni siquiera tenían condones…
– Cass…
Lanzó el mechero por la ventana contra un árbol. Cassie tiene bastante buena puntería: el encendedor rebotó en el tronco y cayó en el sotobosque. Ya la había visto de mal humor antes -yo le digo que esa falta de autocontrol mediterránea es culpa de su abuelo francés-, y sabía que después de desquitarse con el árbol se calmaría. Me obligué a esperar. Se dejó caer contra el asiento, dio una calada al cigarrillo y, tras un instante, me lanzó una tímida sonrisa de soslayo.
– Me debes un mechero, prima donna -le solté-. Dime, ¿cómo sigue la historia?
– Y tú todavía me debes el regalo de Navidad del año pasado. En fin, que en realidad a Sandra no le suponía un gran problema lo de tirarse a Jonathan. Sucedió en una o dos ocasiones; después todos se sentían un poco incómodos, pero lo superaban y todo volvía a la normalidad…
– ¿Cuándo fue eso?
– A principios de aquel verano, en junio del ochenta y cuatro. Al parecer Jonathan salió con una chica poco después, que debía de ser Claire Gallagher, y Sandra cree que él le devolvió el favor a Cathal. Ella tuvo una fuerte discusión con Cathal a raíz de eso, pero aquella historia la tenía tan confundida que al final decidió olvidarlo todo.
– Dios mío -exclamé-. Por lo visto estaba viviendo en medio de El show de Jerry Springer: «Declaraciones de unos adolescentes que practican el intercambio de parejas».
A sólo unos metros de allí y unos cuantos años atrás, Jamie, Peter y yo habíamos jugado a machacarnos a golpes los brazos y a lanzarle dardos a aquel horrible jack russell de los Carmichael que tanto ladraba. Todas esas dimensiones paralelas, privadas, subyacentes a una pequeña urbanización tan inofensiva; todos esos mundos independientes amontonados en un mismo espacio. Pensé en los oscuros estratos arqueológicos que había debajo; en el zorro al otro lado de mi ventana, aullando a una ciudad que apenas coincidía con la mía.
– Pero entonces -continuó Cassie-, Shane se enteró y también quiso participar en el juego. A Cathal le pareció bien, por supuesto, pero a Sandra no. A ella no le gustaba Shane, «aquel gilipollas lleno de granos», le ha llamado. Me da la impresión de que era algo así como un marginado, pero los otros dos iban con él por costumbre, porque eran amigos desde críos. Cathal intentaba convencerla (no puedo esperar a ver cómo es el historial de Cathal en internet, ¿y tú?). Ella le daba largas, le decía que se lo pensaría, hasta que al final se le abalanzaron en el bosque. Mientras Cathal y nuestro amigo Jonathan la sujetaban, Shane la violó. Sandra no recuerda la fecha exacta, pero sabe que tenía magulladuras en las muñecas y que estaba preocupada por si no desaparecían antes de que comenzaran las clases de nuevo, por lo que debió de ser en agosto.
– ¿Nos vio a nosotros? -quise saber, procurando no subir la voz.
El hecho de que esta historia comenzase a encajar con la mía era perturbador, pero también era horrible y sumamente emocionante.
Cassie me miró; impasible, su cara no revelaba nada, pero supe que estaba comprobando cómo me sentía yo con todo aquello. Intenté parecer despreocupado.
– No del todo. Estaba… bueno, ya sabes en qué estado estaba. Pero recuerda haber oído a alguien en el sotobosque, y luego los gritos de los chicos. Jonathan corrió tras vosotros y cuando regresó dijo algo así como: «Malditos niños».
Tiró la ceniza por la ventanilla. Por la posición de sus hombros, sabía que no había terminado. Al otro lado de la carretera, en el yacimiento, Mark, Mel y otros dos hacían algo con unas varillas y unas cintas de medir amarillas mientras se gritaban los unos a los otros. Mel se rió clara y cordialmente, y exclamó: «¡Ya te gustaría a ti!».
– ¿Y? -le pregunté cuando ya no pude soportarlo más.
Temblaba como un perro de caza al sujetar una presa. Como ya he dicho, nunca pego a los sospechosos, pero mi mente empezaba a acelerarse con imágenes melodramáticas en las que lanzaba a Devlin contra la pared, le gritaba a la cara y le arrancaba respuestas a puñetazos.
– ¿Sabes qué? -respondió Cassie-. Ni siquiera rompió con Cathal Mills. Salió con él durante unos meses más hasta que él la dejó a ella.
Estuve a punto de preguntarle: «¿Eso es todo?».
– Creo que la prescripción varía si ella era menor -dije. Mi mente iba a mil por hora, sobrevolando estrategias de interrogatorios-. Puede que aún estemos a tiempo. Parece la clase de tipo al que me encantaría arrestar en medio de una reunión de la junta directiva.
Cassie negó con la cabeza.
– No hay ninguna posibilidad de que ella presente cargos. Básicamente cree que todo fue culpa suya por acostarse con él en primer lugar.
– Vamos a hablar con Devlin -sugerí mientras ponía el motor en marcha.
– Un momento -añadió Cassie-: hay algo más. Tal vez no sea nada, pero… Cuando acabaron, Cathal, al que de verdad creo que deberíamos investigar de todos modos, porque seguro que encontramos algo que imputarle, dijo: «Ésta es mi chica», y le dio un beso. Ella se quedó allí sentada, temblando e intentando arreglarse la ropa y recobrarse. Entonces oyeron un ruido procedente de los árboles, a tan sólo unos metros de distancia. Sandra dice que nunca había oído algo así. Ha dicho que era como un enorme pájaro batiendo las alas, salvo que está segura de que era el sonido de una voz, una llamada. Todos se sobresaltaron y gritaron, y entonces Cathal dijo algo así como: «Esos putos niños ya la están liando otra vez», y arrojó una piedra hacia los árboles, pero el sonido continuó. Venía de las sombras y no podían ver nada. Se quedaron paralizados, alucinados, y se pusieron a gritar. Finalmente aquello paró y oyeron cómo se alejaba hacia el interior del bosque; dice que sonaba como algo grande, por lo menos del tamaño de una persona. Volvieron a casa corriendo como locos. Y había un olor, un fuerte olor a animal, como de cabras o algo así, o el olor que hay en un zoo.
– Pero ¿qué demonios…? -pregunté.
Estaba completamente desconcertado.
– Pues que no erais vosotros los que la estabais liando.
– No, que yo recuerde -respondí. Recuerdo correr a toda prisa, recuerdo mi propia respiración golpeándome en los oídos, sin saber lo que pasaba pero con la certeza de que era algo terrible; nos recuerdo a los tres mirándonos unos a otros fijamente, jadeando, en el lindero del bosque. Tenía serias dudas de que hubiéramos decidido regresar al claro para hacer extraños aleteos y desprender un olor a cabra-. A lo mejor se lo imaginó.
Cassie se encogió de hombros.
– Tal vez sí. Pero en cierto modo, me pregunto si en realidad podía haber un animal salvaje en el bosque.
El animal más feroz de la fauna irlandesa posiblemente sea el tejón, aunque de vez en cuando surgen rumores atávicos, en general en las regiones centrales, sobre ovejas degolladas o viajeros nocturnos que atraviesan caminos y que proyectan grandes sombras encorvadas o con ojos como brasas. La mayoría de ellos resultan ser perros pastores solitarios o gatitos domésticos vistos bajo una luz truculenta, pero algunos casos son un misterio. A mi pesar, me acordé de los desgarrones en el dorso de mi camiseta. Cassie, sin creer del todo en el misterioso animal salvaje, siempre se ha sentido fascinada por él, porque su linaje se remonta al Perro Negro que acechaba a los caminantes medievales y porque le encanta la idea de que no todos los centímetros del país estén delineados y regulados y controlados por un circuito cerrado de televisión, de que todavía queden recodos secretos en Irlanda donde un ser indómito del tamaño de un puma pueda campar a sus anchas.