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Se detuvo.

– ¿Qué pasó entonces? -le pregunté.

– A Cathal se le metió en la cabeza que, si Sandra se había interpuesto entre nosotros, tendría que ser Sandra la que nos volviera a unir. Estaba obsesionado, no dejaba de hablar de ello. Dijo que si todos estábamos con la misma chica, aquello sería el sello final de nuestra amistad, como el rollo de los hermanos de sangre, sólo que más fuerte. Ya no sé si realmente lo creía o si sólo… No lo sé. Cathal tenía una vena rara, especialmente cuando se trataba de cosas como… Bueno. Yo tenía mis dudas pero él seguía dale que te pego con ello, y claro, Shane lo secundó todo el tiempo…

– ¿A ninguno se le ocurrió pedirle a Sandra su opinión al respecto?

Jonathan dejó caer la cabeza contra el cristal, con un suave golpe.

– Deberíamos haberlo hecho -susurró en voz baja tras unos instantes-. Dios sabe que deberíamos haberlo hecho. Pero vivíamos en nuestro propio mundo. Nadie más nos parecía real; yo estaba loco por Sandra pero del mismo modo que lo estaba por la princesa Leia o quienquiera que nos gustara esa semana, no del modo en que amas a una mujer de verdad. No es excusa… no hay excusa para lo que hicimos, ninguna. Pero hay una razón.

– ¿Qué sucedió?

Se pasó una mano por la cara.

– Estábamos en el bosque -dijo-. Los cuatro; yo ya no salía con Claire. En aquel claro al que solíamos ir. No sé si lo recuerda pero aquel año tuvimos un verano precioso; hacía un calor como en Grecia o algún sitio así, ni una nube en el cielo, con luz hasta las diez y media de la noche… Pasábamos todo el día fuera, en el bosque o en su lindero. Estábamos muy morenos; yo parecía un estudiante italiano con aquellas estúpidas marcas blancas alrededor de los ojos debido a las gafas de sol…

»Era última hora de la tarde. Habíamos pasado todo el día en el claro, bebiendo y fumando porros. Creo que todos íbamos bastante ciegos, no sólo por la sidra y la mierda, sino también por el sol y por lo alocado que es uno a esa edad… Yo había estado echando pulsos con Shane, que por primera vez estaba de un humor medio aceptable, y le dejaba ganar; hacíamos el tonto, empujándonos el uno al otro y peleándonos en la hierba, ya sabe, lo que hacen los chicos. Cathal y Sandra nos gritaban para animarnos, y entonces Cathal empezó a hacerle cosquillas a Sandra y ella se puso a reír y a chillar. Acabaron rodando hasta nuestros pies y nosotros nos echamos encima de ellos. Y de repente Cathal gritó: «¡Ahora!».

Aguardé un buen rato.

– ¿La violaron los tres? -pregunté al fin, con voz queda.

– Sólo Shane. No es que eso lo mejore. Yo ayudé a sujetarla… -Aspiró rápidamente entre los dientes-. Nunca me ha ocurrido algo así. Puede que se nos fuera la cabeza. No parecía real, ¿sabe? Fue como una pesadilla o un mal viaje. No se acababa nunca. Hacía un calor abrasador, yo estaba mareado y sudando como un cerdo. Miré a mi alrededor, hacia los árboles, y se nos acercaban, nos disparaban ramas que les acababan de salir, pensé que estaban a punto de rodearnos y engullirnos; y todos los colores parecían estar mal, apagados, como en una de esas películas antiguas coloreadas. El cielo se había vuelto casi blanco y unas cosas lo surcaban de un lado a otro, unas cositas negras. Miré tras de mí, sentí que debía avisar a los otros de que algo pasaba, de que algo iba mal, y estaba sujetando… sujetándola a ella, pero no me sentía las manos, no parecían mías. No podía entender de quién eran aquellas manos. Estaba aterrorizado. Tenía a Cathal ahí delante y su respiración parecía la cosa más ruidosa del mundo pero yo no le reconocía, no podía recordar quién coño era él ni lo que hacíamos. Sandra se resistía y había esos ruidos y… Dios. Por un instante le juro que creí que éramos cazadores y que ella era un… un animal al que habíamos abatido, y que Shane lo estaba matando…

Empezaba a desagradarme el tono que adquiría aquello.

– Si le he entendido bien -interrumpí fríamente-, en ese momento estaban bajo los efectos del alcohol y de sustancias ilegales, es muy posible que sufrieran una insolación, y presumiblemente se encontraban en un estado de considerable excitación. ¿No cree que estos factores pudieron tener algo que ver con esa experiencia?

Jonathan posó su mirada en mí un instante; luego se encogió de hombros con un pequeño gesto de derrota.

– Sí, claro -dijo con calma-. Probablemente. Le repito que no lo digo a modo de excusa. Sólo se lo cuento. Usted me lo ha preguntado.

Era una historia absurda, desde luego, melodramática e interesada y completamente predecible. Todos los criminales a los que he interrogado tenían una larga y enrevesada historia que demostraba que en realidad no había sido culpa suya o, como mínimo, que no todo pintaba tan mal como parecía, y la mayoría eran mucho mejores que ésta. Lo que me molestaba era que una minúscula parte de mí se la creía. Los motivos idealistas de Cathal no me convencían en absoluto, pero sí a Jonathan, que se había encontrado perdido en algún lugar limítrofe y delirante de los diecinueve, medio enamorado de sus amigos con un amor que sobrepasaba el profesado a las mujeres, desesperado por dar con algún ritual místico que invirtiera el tiempo y volviera a ensamblar su desmoronado mundo particular. No debió de resultarle difícil verlo como un acto de amor, por muy oscuro, retorcido e intraducible que fuera para él el duro mundo exterior. Aunque eso no importaba demasiado; me preguntaba qué más habría hecho por la causa.

– ¿Y ya no tiene ningún contacto con Cathal Mills y Shane Waters? -pregunté, con cierta crueldad, lo admito.

– No -respondió en voz baja. Miró por la ventana y se rió, con un leve soplo de melancolía-. ¿Después de todo eso? Cathal y yo nos enviamos felicitaciones de Navidad; su mujer escribe el nombre de él en las suyas. No tengo noticias de Shane desde hace años. Le escribí alguna que otra, pero nunca respondió y dejé de intentarlo.

– Empezaron a distanciarse no mucho después de la violación.

– Fue un proceso lento, duró años. Pero sí, bien pensado supongo que comenzó con aquel día en el bosque. Después de lo ocurrido nos sentíamos incómodos, Cathal insistía en hablar de ello todo el tiempo, lo que ponía a Shane de los nervios, y yo me sentía muy culpable y no quería acordarme… Irónico, ¿no? Y nosotros que pensábamos que aquello nos volvería a unir para siempre. -Movió la cabeza rápidamente, como un caballo sacudiéndose una mosca-. Pero yo diría que igualmente habríamos tirado cada uno por su lado, seguro. Estas cosas pasan. Cathal se mudó, yo me casé…

– ¿Y Shane?

– Apuesto a que sabe que Shane está en prisión -dijo secamente-. Shane… Escuche, si aquel pobre capullo hubiera nacido diez años más tarde, las cosas le habrían ido bien. No tendría una vida llena de éxitos pero sí un trabajo decente y tal vez una familia. Fue una víctima de los ochenta. Ahí afuera hay toda una generación que se precipitó al vacío. Cuando llegó el Tigre Celta ya era demasiado tarde, la mayoría de nosotros éramos demasiado mayores para volver a empezar. Cathal y yo tuvimos suerte. Yo era una mierda en todo lo demás pero era bueno en mates; saqué un sobresaliente en selectividad y así pude conseguir un trabajo en el banco. Cathal salió con una chica rica que tenía un ordenador y que le enseñó a usarlo por pura diversión; unos años después, cuando todo el mundo necesitaba con urgencia a alguien que entendiera de ordenadores, él era uno de los pocos en todo el país que sabía hacer algo más que encender esos malditos cacharros. Cathal siempre caía de pie. Pero Shane… no tenía trabajo, ni educación, ni posibilidades, ni familia. ¿Qué podía perder si robaba?